Habrá que rebuscar en las hemerotecas para dar con un caso similar al español. El de un partido político cuyos delitos están a punto de ser sepultados en cal viva por su Gobierno pero que vota no a la ley de amnistía por no ser esta de su entero gusto.
Negociar con Pedro Sánchez debe de ser tarea para titanes. Pero no porque no ceda en nada, sino porque cede en todo, y así resulta muy difícil saber dónde está el límite.
A Míriam Nogueras sólo le faltó ayer olerle el corcho a la ley desde el atril del Congreso y pedirle al presidente, con un mohín de disgusto y sin mirarle a los ojos, una nueva amnistía «que no esté picada». «Hay que joderse con estos someliers del agravio» debió de pensar Pedro Sánchez antes de salir del Hemiciclo con cara de holocausto.
Quizá sólo Pablo Escobar demostró en su día un paladar más sibarita cuando se construyó una cárcel a su gusto en connivencia con el Gobierno colombiano para evitar su extradición a los Estados Unidos. Pero al menos Escobar mantuvo las formas ingresando en una mansión que se asemejaba a una prisión, aunque fuera una con tantos lujos que acabó siendo conocida en Colombia como La Catedral.
Quizá a eso aspiran en Junts. No a una ley de amnistía, sino a una Catedral de la Impunidad. No van a ser menos ellos que Escobar, ese aficionado del crimen.
El PSOE dirá que el Gobierno no cedió los delitos de terrorismo y traición porque Pedro Sánchez tiene una brújula moral que señala el norte del progreso, la convivencia y el respeto al Estado de derecho. Permítanse el escepticismo.
Como el mismo Sánchez dijo hace apenas unas semanas, de la necesidad hay que hacer virtud, y la línea roja que ayer se quedó sin cruzar no fue la suya, sino la de los burócratas de Bruselas, a los que la idea de que los separatistas catalanes se hayan reunido con la mafia rusa para ofrecerse como tontos útiles de la desestabilización de la UE no les debe de resultar tan peccata minuta como al Gobierno español.
La cara con la que salió ayer Sánchez del Congreso de los Diputados es la prueba de que el más contrariado por el fracaso de la ley de amnistía no es el futuro amnistiado, sino él.
Cataluña es esa región en la que resulta más difícil comprar que vender y en la que los delincuentes deben ser suplicados para que consientan su perdón. «¿Qué más me darás para que acepte no ir a la cárcel, el mea culpa del Estado, quedarme con todo lo robado y volver a presentarme a unas elecciones que le ganaré a tu partido?».
Quién iba a decir que a Sánchez no se le derrota exigiéndole concesiones imposibles, sino negándose a aceptarlas. La toxicidad de la relación entre el presidente y sus socios es incomprensible desde una perspectiva racional de la política, pero como en Wordplay, ese angustioso capítulo de The Twilight Zone en el que un hombre ve cómo las palabras han perdido su sentido original y adoptado como por arte de magia uno nuevo, al ciudadano sólo le queda asumir el caos y aprenderse de nuevo el diccionario.