- Monarquía, ¿sí o no? El presidente convocará un referéndum para desvirtuar la campaña de las generales
Pocos creen que Sánchez adelante los comicios. Es un ególatra narcisista, algo prepotente y herido de arrogancia, pero no es estúpido. No se plantea arriesgar ni uno de los días que tiene asegurados en la Moncloa. No le toca rendir ese examen hasta enero de 2024, por lo tanto, no se precipiten. ¿A qué viene entonces ese runrún preelectoral? ¿A qué ese ruido de urnas cuando no toca desempolvarlas hasta el invierno del año próximo? La primera de la lista es Andalucía, allí donde sufrió su primer gran batacazo la actual hégira socialista. Y allí será, indubitablemente al decir de los analistas, donde se agitará el calendario para precipitar el vuelo de papeletas antes de la hora.
Los augures demoscópicos le vaticinan a Juanma Moreno quince puntos de ventaja sobre su rival, el prescindible Juan Espadas, herido de muerte por el escandalete del ‘guolperfe’ de su esposa. Ni como alcalde de Sevilla ha dado la talla. Serán en primavera, dicen. Otra victoria anunciada del PP, tras la apoteosis de Madrid. Otra derrota de Sánchez, tras humillar con Ayuso. Y, quizás, un radical vuelco de escenario por el cambio de tono de Vox. Macarena Olona ya ha advertido que su formación quiere entrar en el Gobierno. Donde sea y donde corresponda. Se acabó el papel de voyeur. De apoyar sin recibir, de mero acompañante sin capacidad de decisión, de figurante sin frase, de peón de brega. O sea, de chica del coro.
«Casado, con la ultraderecha»; «El PP, mano a mano del franquismo»; «Primero, Andalucía, luego España, alerta antifascista (II parte)». Y así. Una oportunidad para adelantar el calendario
La función, por tanto, cambia de signo y, es ahí cuando algunos piensan que Sánchez aproveche el momento y ‘se haga un Ayuso’, es decir, que acelere los tiempos electorales. El PP gobernando, mano a mano con Vox, es el retablo de las maravillas con que sueñan en La Moncloa para espantar sus miedos, para desenredar la madeja y tirar por el camino de enmedio. «Casado, con la ultraderecha». «El PP, mano a mano del franquismo». «Primero, Andalucía, luego España, alerta antifascista (II parte)». Y así. Una oportunidad para precipitar los comicios y acabar con bien la legislatura. Una jugada, con todo, llena de riesgos.
El presidente se exhibía agrandado después de la sobredosis de fervorina que le aplicó su partido, tan ovino y sumiso como corresponde, en el congreso de Valencia. Se mostraba ufano y glorioso, como un César vincitor, como un Augusto supremo, acaparador de todos los títulos, «Vuestra Sinceridad», «Vuestra Gravedad», «Vuestra Sublime y Asombrosa Grandeza», «Vuestra Ilustre y Magnífica Alteza», recolector de todos los elogios, receptor de todos los halagos. Todo era feliz y venturoso, cielo y tierra le sonreían, un brillo de apoteosis se reflejaba en su mirada de hielo hasta que llegó la última cosecha de las encuestas, esos mensajeros del averno que sólo le transmiten desgracias e infortunios. El PSOE continúa hundiéndose y el PP sigue arriba, con la antorcha del éxito.
Los ministros han de salir más, mostrarse más cercanos, más accesibles, más visibles. Para eso reclutó a un cuarteto de damas de agradables sonrisas y dulces ademanes y las sentó en el Gabinete con responsabilidades varias y, quizás, menores
Reunió a sus barones, procedió a algunos cambios en su Ejecutiva, incorporó a su riñón más próximo a algún otro ‘pepiño’ que aún pululaba por la exosfera del Ejecutivo y les transmitió un mensaje inequívoco. EL Gobierno ha de ponerse al servicio del partido, todo el mundo en clave preelectoral. Serán las andaluzas primero, luego, quizás, las castellano-leonesas, y hasta puede que las valencianas, que Ximo está encabritado. Y, enseguida, las municipales y autonómicas correspondientes. Los ministros han de salir más, mostrarse más cercanos, más accesibles, más visibles. Para eso había reclutado en julio a un cuarteto de damas de aspecto agradable y dulces ademanes y las sentó en el Gabinete con responsabilidades varias y quizás menores. Para eso defenestró al adusto Ábalos y a la pérfida Calvo, tan antipáticos y desabridos como un cóctel de vidrio con chinchetas. Salir de los despachos, pisar la calle, recorrer los bulevares, las avenidas, las plazuelas… como María Esteve en la película aquella.
Todo eso que a él le está vedado. España tiene un presidente que apenas puede salir de Palacio porque, al instante, le pitan y chiflan como si fuera un banderillero acollonado. Se vio en Yuste, cuando tras preguntarle a un rapaz por sus estudios, las señoras del grupo que con el muchacho andaban le respondieron, «pues muy bien, ¿cómo quiere que vaya si les aprueban todo sin estudiar nada?»; luego le abuchearon y reclamaron su dimisión. «Habíamos quedado en que nada de gritos», les reprochó un zangolotino de la comitiva. El denostado líder ya había puesto pies en polvorosa.
Acogotado por las adversas encuestas, temeroso por la caída en picado de su respaldo social, cada minuto más refractario a su figura, Sánchez resucita la vieja letanía de retocar la Carta Magna
Cuando la Fiesta Nacional, Sánchez se cobijó a la sombra del Rey, en un vano intento por esquivar la consabida lluvia de improperios con los que gente levemente airada suele engalanar la Castellana. Piensa ahora hacer lo mismo, repetir la suerte en otra dimensión, esta vez en swu vertiente electoral. Tiene dos opciones sobre la mesa. Adelantar las generales, con el señuelo de la entrada de Vox en la Junta andaluza, variante que no le convence, o sumergirse en la vía de la reforma constitucional, que le permitiría consumar la legislatura y alzarse con una victoria sin sustos ni contratiempos.
Este segundo sendero incluye, otra vez, manosear la figura del Rey. Hay ya preparado un proyecto de referéndum, elaborador por el degollado Iván Redondo, que se guardó en el cajón el pasado año a la espera del fin de la pandemia, según desvelaba El Mundo. Ahora rebrota el plan. Acogotado por las adversas encuestas, temeroso por la caída en picado de su respaldo social, cada minuto más refractario a su figura, Sánchez resucita la vieja letanía de retocar la Carta Magna, para lo que se precisa, como es sabido, una mayoría agravada de dos tercios, es decir, el concurso del PP. No lo tendrá. Abrir ese melón es adentrarse en un proceloso territorio que conducirá inevitablemente a cuestionar la figura de la Monarquía parlamentaria como forma política del Estado.
Los huesos del franquismo
El taimado Sánchez tiene en mente una vía para sortear el no de Casado. Montar un referéndum sobre el referéndum. Es decir, hacer una consulta a los españoles sobre si quieren un referéndum para reformar la Carta Magna. La convocatoria de la consulta se haría al tiempo que la de las generales. En paralelo. La primera, claro está, eclipsaría en parte a la segunda. Una jugada de tahúr, una trampa de fullero. Centrada en esta disparatada disyuntiva, la agenda de la opinión pública orillará las cuestiones ríspidas, cuando no, directamente letales. Que son las referidas al desastre económico, el talón de aquiles del Ejecutivo: Recibo de la luz (seis veces más cara que el año pasado), el gas, la inflación, el desempleo, los sueldos, la juventud sin futuro, la vivienda, los fondos europeos que no llegan…Se centrará así en algo tan ortopédico, forzado, crispador y frentista como la disyuntiva ‘retocar o no la Constitución’ o, en otras palabras, ‘Corona sí o no’. Superado el manoseo de los huesos del franquismo, toca ahora el comodín del Rey, nuevo escudo protector de un presidente pusilánime y cobardón.
«Este chico es audaz, pero no valiente, no os confundáis», decía un viejo militante en el cónclave de Valencia. «El despotismo es medroso por naturaleza», apuntaba Tocqueville. Está ahora a punto de meter a España en un gran lío, otro, como lo fue el gobernar con comunistas y pactar con filoterroristas y sediciosos. Pero ahora, aún más. Pretende remover la bóveda de nuestro edificio constitucional sin consensos ni acuerdos. A martillados. Tan sólo al objeto de darle consistencia a su incierto horizonte electoral y, naturalmente, para mantenerse en el mullido colchón de La Moncloa. ¿No hay quien lo pare?