José Alejandro vara-Vozpópuli

Los caudillos de la izquierda tienen problemas en el sur. Las lideresas se rebelan, es la revuelta de los faralaes. Sánchez e Iglesias ya han dispuesto la ceremonia de la ejecución

Inclusiva, resiliente, empática, ecologista, sostenible y, por supuesto, feminista. La izquierda nacional ha de ser, ante todo, feminista. Más que española. Incluso más que progresista. Por un elemental motivo, que apenas tiene que ver con la ideología. El voto femenino decide las elecciones. Ahora suma en nuestro país un millón más que el masculino. Adolfo Suárez y Felipe González lograron sus incontestables resultados entre otras razones porque llegaban con facilidad a ese ‘nicho’, como apuntan los escrutadores de la demoscopia.

José María Aznar tenía más problemas en ese terreno, aunque en el 2000 se lo llevó de calle. José Luis RodríguezZapatero, de enorme predicamento entre los marcianos y algunos caudillos iberoamericanos, cosechó más voto femenino que masculino en sus dos competiciones en las generales. Mariano Rajoy era un crack con las mayores de 65, arrollador, y Pedro Sánchez, apodado ‘el guapo’ por sus compañeros de pupitre y de siglas, tiene un éxito discreto entre las electoras. Pese a tanto esfuerzo feminista, tanta propaganda, tanta jaculatoria, tanta reivindicación apócrifa de Clara Campoamor, tanto 8-M y tanta prédica me too, el voto femenino en el PSOE apenas supera en unas mínimas décimas al masculino. 

Sólo el 41 por ciento de sus votos le llegan a Podemos del lado femenino. En el PP, por ejemplo, sumaron casi un 57 por ciento en la última disputa electoral. Los tópicos son engañosos

En Podemos el panorama es cristalino. Al igual que Vox, se trata de una formación de voto netamente masculino, porcentualmente más frecuentado por gente de bragueta. Pablo Iglesias, a no dudar, tiene serios problemas con las mujeres. Sólo el 41% de sus votos le llegan del lado femenino. En el PP, por ejemplo, sumaron un 57% en la última disputa electoral. El líder morado ofrece una imagen de «liderazgo centralizado y prepotente, de un radicalismo antipático», comentaba recientemente un analista. «Parece el sumo sacerdote de un clan mormónico en Salt Lake City, rodeado de un esplendoroso harén que danza solícitamente a su alrededor», comentaba en Twitter un veterano disidente morado. 

Disputa por la ley de Igualdad

PSOE y Podemos protagonizan ahora una desvergonzada pugna por ver quién se apunta una ley de Igualdad, por lo demás, inextricable y posiblemente innecesaria, que Irene Montero, la ministra morada del ramo, pretendía para sí. En cuanto el 8-M asoma por el horizonte, los codazos por la izquierda se transforman en auténticas puñadas, ajenas a las más mínimas normas de la sororidad. Qué vergüenza de amazonas. 

Iglesias y Sánchez, cabezas visibles del Gobierno de coalición Frankenstein, juegan tramposamente a este feminismo de escaparate, de cháchara y parloteo, de eslóganes y affiches, pero andan ambos con líos de faldas. Al menos en Andalucía, donde están ahora enredados con las lideresas de la zona en una pelea algo ruidosa. Teresa Rodríguez, en tiempos símbolo y banderín de enganche del podemismo más combativo (proviene de los anticapitalistas) fue expulsada de su propio grupo parlamentario cuando cumplía baja por maternidad. En plena pandemia y recién parida. «Matonismo patronal, represión sindical«, tuiteó. Rodríguez, un espécimen extraño en el biotopo morado, -aprobó una oposición y trabajó algún tiempo al margen de la política- acaba de regresar a la actividad parlamentaria y está empeñada de sacar adelante un proyecto propio para barrer del mapa andaluz todo cuanto Iglesias significa.

Evolución electoral que confirma la teoría de que Podemos es un partido secundado por pijoprogres de Madrid, esa izquierdita lobotomizada y estéril que parlotea sobre la Bolsa y el Netflix mientras toma un gintonic en el jardín de su chalé de Aravaca

El líder morado vive momentos de profunda tribulación en la España periférica. Perdió Galicia, País Vasco, morderá el polvo en Cataluña y ahora está a punto de desintegrarse en Andalucía. Evolución electoral que confirma la teoría de que Podemos es un partido secundado por pijoprogres de Madrid, esa izquierdita lobotomizada y estéril que parlotea sobre la Bolsa y el Netflix mientras toma un gintonic en el jardín de su chalé de Aravaca o en la mansión familiar del barrio de Salamanca. Iglesias habla mucho de ‘conciliar’ pero no se entiende políticamente con las mujeres salvo si están situadas unos escalones más abajo, como los danzantes en una revista de Norma Duval. Si ella osa subir sin permiso unos cuantos peldaños, Iglesias la coloca detrás de una columna o, sencillamente, la desintegra. 

También se encuentra con problemas femeninos el líder del PSOE, que, tras ser reelegido secretario general, arrasó con cuanta voz discrepante latiera en Ferraz. Sólo Susana Díaz, su gran rival, permanece viva. Dos años mudita y sin apenas hacerse notar no le han servido de salvoconducto para su permanencia. Sánchez es cruel y vengativo. Se la tiene jurada desde las primarias. No perdona. «Quiero la cabeza de Susana Díaz», ha gritado desde Moncloa como en la cinta de Peckimpah.

Los caudillos las prefieren fans

Sánchez, ese artificioso mix entre el cesarín de Tetuán y el napoleoncito de la Moncloa, mantiene también una relación de prepotencia con las donas. Las prefiere tipo fans, como Francesca (llámala Francina) Armengol o María Chivite (¿quizás Txibite?), jefas respectivas de los gobiernos de Baleares y Navarra, regiones en las que se pacta con independentistas, se persigue el castellano, se ningunea a la Guardia Civil y se comulga con la idea de la España multinacional, hiperfederal y protorepublicana. Con esas señoras, baronesas del redil, no hay problema. 

Susana Díaz, que está a dos minutos de ser defenestrada, está decidida a dar la batalla. Si aviesamente apuñaló a Chaves y a Griñán, sendos mentores y padrinos de su fulgurante carrera, «¿cómo no va a resistirse a ser laminada por Sánchez, que es el enemigo?», comentaba esta semana alguien de su contorno. La respuesta es sencilla. Sánchez la pulverizó y, con ella, al aparato entero de la vieja guardia. No dejó ni un dedo del puño ni pétalo alguno de la rosa. Siente hacia ella un odio ciego, un negro rencor. Antes de un año, la habrá laminado, y pondrá a María Jesús Montero, para que recupere Andalucía, la quintaesencia del socialismo ibérico. Marichús es atolondrada y verborreica, como lo era Maleni Alvárez, otra dama destacada y alocada del PSOE andaluz, y quizás esté ya fatigada de representar sus monólogos de la mentira, cada martes de una a tres, desde el estradillo de la Moncloa. Hay otros aspirantes al trono andaluz, como Juan Espadas, alcalde de Sevilla, o Felipe Sicilia, atildadito diputado por Jaén. 

Este sábado, en Barcelona, el comité federal ofrecerá ya algunas pistas sobre la evolución de los acontecimientos. Nadie le ha ganado un pulso a Sánchez, recitan los papagayos del aparato socialista

Gómez de Célis, el hombre  de Ferraz para los menesteres en el extrarradio de Despeñaperros, ya le advirtió a Susana: Mira, bonita, lo mejor es que te hagas un Iceta. Un paso al costado. O te apartas tú o… «Daré la batalla hasta el final», responde la faraona. La solución, en el próximo congreso regional, después del verano. Este sábado, en Barcelona, el comité federal ofrecerá ya algunas pistas sobre la evolución de los acontecimientos. Es decir, sobre el formato de la ejecución. ¿Inmersión, crucifixión, la hoguera? Nadie le ha ganado un pulso a Sánchez, recitan los papagayos de la cúpula socialista. 

La rebelión de los faralaes enerva a los caudillos del progreso, con enormes problemas de trato político con el hemisferio femenino. Les irrita cuando abandonan la postura de la adoración. «Sumisa y mansa quiero llegar a casa», es el lema. Nada de jefecillas rebeldes o cabecillas levantiscas. Si acaso, una vicepresidencia ornamental, un ministerio conyugal, un escañito, una mesa petitoria en la cuestación de la Cruz Roja. Sánchez e Iglesias, visto lo visto, quizás piensan con Aristóteles que la mujer tiene cuatro dientes menos que el varón y por eso están donde han de estar. Ignoran que tienen más colmillo. Al menos alguna. Cuidado con los desgarrones y las dentelladas.