Isabel San Sebastián-ABC

  • Uno y otro se mofan de nosotros, que pagamos sus sueldos, a través de unas actuaciones causantes de muerte y ruina

En cualquier país cuyos gobernantes sintieran algún respeto por los gobernados, Fernando Simón y Salvador Illa estarían en su casa, despojados de unos cargos que ni merecen por su cualificación profesional ni han sabido honrar mostrando un mínimo de competencia en el desempeño de sus funciones. Uno y otro se mofan de nosotros, que pagamos sus sueldos intactos pese a los recortes sufridos en los nuestros, a través de unas actuaciones causantes de muerte y ruina. Uno y otro utilizan puestos de vital importancia para fines completamente ajenos a la salud de los ciudadanos: Illa, sacar el máximo partido de la visibilidad que le otorga la pandemia, con el fin de mejorar sus resultados en las elecciones catalanas. Simón, alimentar esa fama adictiva que da la televisión, merced a la cual se fue de aventuras con Jesús Calleja mientras miles de españoles sucumbían al virus mortal.

El supuesto epidemiólogo, colocado por Sánchez a la cabeza de unos no menos presuntos «expertos» encargados de combatir esta terrible enfermedad, persevera en el error fatal sin que se le altere el gesto. Predijo que la epidemia apenas se traduciría en algún caso suelto en España, y ya acumulamos más de 80.000 fallecidos. Desaconsejó el uso de mascarillas, cuando más necesarias eran, simplemente porque el Ministerio de Sanidad, del que depende su nómina, no había hecho los deberes y carecíamos de stock. Hace apenas diez días aseguró que la nueva variante británica no tendría efectos significativos aquí, y ahora sostiene que será dominante en marzo. Echar una moneda al aire arrojaría resultados más fiables que su palabra. ¿Conoce este individuo la vergüenza? La única razón plausible para explicar su permanencia en el cargo es su disponibilidad a decir sin sonrojarse una cosa y su contraria, obediente a la voz de su amo, unida a una mediocridad absoluta; esto es, a la ausencia de cualquier luz capaz de proyectar sombras sobre un jefe cuya indecencia supera incluso la suya.

Y es que Illa no solo ha demostrado unas carencias incompatibles con la responsabilidad que ostenta, sino que está utilizando esa poltrona como lanzadera política, hasta el punto de imponer medidas contrarias a la protección de nuestra salud. Por ejemplo, la prohibición a las autonomías de adelantar la hora del toque de queda, motivada, según todos los indicios, por su deseo de poder celebrar mítines a las ocho de la tarde en Cataluña. Por ejemplo, la distribución arbitraria de unas vacunas escasas, con grave perjuicio para Madrid y otras comunidades previsoras, sin razón objetiva alguna ni más criterio que el marcado por su conveniencia electoral. Ahora que, por fin, se anuncia la inminente dimisión de este candidato socialista disfrazado de ministro, sería muy de agradecer que se llevara consigo a Simón. Así él conservaría a su leal escudero y nosotros mataríamos dos pájaros de un tiro.