Diego Carcedo-El Español

  • Los precios políticos han sido un punto de partida para que cada uno aumente sus reivindicaciones y active sus exigencias consecuencia de la falta de transparencia de los tratos pactados en secreto

Reconozco que no ofrezco ningún «scoop» periodístico diciendo que Pedro Sánchez negocio mal el poder de base democrátic que disfruta dentro de la minoría que le proporcionó su derrota en las elecciones. La evidencia es que muchos de los cuarenta y ocho millones de españoles discrepan del fondo y de la forma del acuerdo con algunos de los partidos cuya característica común es que están deseando dejar de serlo. Todos ellos cumplieron aportando sus escaños a la investidura parlamentaria, eso también es cierto, pero ninguno ha mostrado su conformidad con las prebendas políticas recibidas a cambio. Tampoco han mostrado gestos de amistad ni mucho menos de gratitud.

Los precios políticos han sido un punto de partida para que cada uno aumente sus reivindicaciones y active sus exigencias consecuencia de la falta de transparencia de los tratos pactados en secreto. Ninguno se ha tomado siquiera un mes de cortesía silenciando sus proyectos de reincidencia. El líder de CDC, Oriol Junqueras, primer beneficiado por un indulto tras haber participado en un referéndum ilegal se apresuró a responder que lo volverá a intentar porque no le importa volver a la cárcel. Puigdemont, el golpista huido, gran beneficiado de la polémica amnistía consideró que será el comienzo para volverlo a intentar y se jactó de haber conseguido sentar al Gobierno, una humillación para Sánchez, que él ha ganado, pero difícil de asumir por el grueso de los españoles.

Claro que no hay que reducirse a la vida pública nacional, en la que Sánchez se ha ganado la crítica de casi todas las instituciones, es la única. También en el ámbito comunitario su actuación se ha devaluado a mínimos, como lo refleja que su propuesta de propugnar de un Estado palestino sin esperar a condiciones adecuadas para conseguirlo apenas encontró el respaldo de cuatro países, por supuesto ninguno de los importantes, como Alemania, Francia, Italia, del grupo que ha sido excluido. Y si hablamos de fracaso en las relaciones internacionales, ninguno tan relevante como los acuerdos, justificados en esencia, pero incomprensibles en la realidad, con Marruecos. Un día el Gobierno nos sorprendió a todos renunciando a la soberanía que España mantenía sobre el Sahara entregándosela a Marruecos, sin contar con la ONU ni con la oposición, ni contra la opinión española.

Nadie ha conseguido explicar semejante decisión, que creó un verdadero desprecio a los saharauis, que fueron españoles de pleno derecho, y en la penuria del exilio continúan manteniendo el español como idioma obligatorio en las escuelas, algo que no ocurre en Cataluña. Fue una decisión penosa y negativa para los intereses de España porque enseguida desencadenó una crisis diplomática grave con Argelia, otro país vecino, con el que además de la amistad hay muchos asuntos económicos en juego.

Con Marruecos Sánchez consiguió una ansiada foto con el Rey Mohamed VI, pero no que se abran las fronteras de Ceuta y Melilla y que la amistad reforzada con algunos millones evitase el desafío que suponen unas maniobras provocativas enfrente de las costas canarias. Sólo los terroristas hutíes del Yemen expresaron en público su agradecimiento a que España sea el único país que no participa contra sus ataques a la navegación en el mar Rojo, algo que tanto perjudican a nuestra economía.