KEPA AULESTIA-EL CORREO

La amabilidad con que Pedro Sánchez respondió positivamente al requerimiento de Alberto Núñez Feijóo para celebrar un debate sobre la crisis energética en el Senado auguraba lo que sucedió. Una arremetida de 45 minutos contra el líder del PP cuando éste no contaba más que con cinco para replicarle. La Cámara alta reflejó un pulso mucho más desigual y en sentido inverso que el que los dos principales partidos mantienen en las encuestas. Lo ocurrido avanza una pugna sin contemplaciones durante lo que queda de éste y todo el próximo año. Como si sus principales protagonistas no fuesen ya dueños de sus decisiones, poseídos como están por un ímpetu que no entiende de pausas de moderación. Por momentos la política española, de tanto polarizarse, es incapaz de concebir otra relación entre partidos que la dispuesta solo para deshacerse del contrincante. En la creencia de que la distensión requeriría más explicaciones y generaría más sinsabores entre los propios que dejarse llevar por la espiral. No en balde los partidos se nutren de lo que crían.

Sánchez y Feijóo eluden la pausa conciliadora como quien evita dejar de pedalear, porque ni siquiera confían en la inercia que llevan acumulada. El presidente aparenta haber atravesado varias legislaturas en la Moncloa, porque en eso se han convertido los imprevistos de la pandemia y de la guerra de Putin. Lo que le confiere un aire de superioridad sin medida que puede volvérsele en contra, porque cansa. Poco importa que no haya cosechado ni muchos ni pocos errores en cuanto a las medidas adoptadas hasta la fecha, en tanto que difíciles de cuestionar o contrastar con otras posibles. Pero el discurso inaugurado antes del verano sobre la existencia de poderes financieros, empresariales y mediáticos a los que está firmemente dispuesto a enfrentarse no solo introduce en el foro público una dialéctica de inciertas consecuencias, sino que pretendiendo hacerse sitio hacia su izquierda acaba paradójicamente incrementando las posibilidades de maniobra institucional de la vicepresidenta segunda Yolanda Díaz, con la que tendrá finalmente que disputarse muchos votos. A medida que eleve el tono, mayor libertad para el ‘espacio’ de Unidas Podemos.

A Núñez Feijóo le bastaría con esperar al desgaste de un Gobierno que podría volver a remodelarse en pocas semanas, porque resulta difícil encontrar en los cambios anteriores alguna señal exitosa, ni siquiera para consumo interno de los socialistas. Pero ‘hacerse el Rajoy’ sin la sorna del expresidente puede transmitir, en un tiempo dominado por el edadismo, la sensación de que el líder popular es veinte años mayor -y no sólo diez- que el secretario general del PSOE. El martes, Sánchez se cebó en los incomprensibles errores que tienden a colársele al aspirante en comparecencias por otra parte cautas. Al modo de las que deslucen a Joe Biden. Es probable que la opinión pública esté más dispuesta a perdonar antes los signos de «mala fe» -por emplear las palabras del presidente- que esos retazos de «insolvencia». Pero aún más imperdonable le sería a Feijóo, que sustituyó a Casado en una situación traumática para el PP, optar por la pasiva durante otro año largo.