José Antonio Zarzalejos-EL CONFIDENCIAL
La dimensión del desplome de los populares no admite paliativos y exige una respuesta: revisión del discurso y nueva dirigencia, conformando lo antes posible una comisión gestora
La herencia deudora de Mariano Rajoy, el discurso subalterno del PP respecto de Vox y las excentricidades tácticas de Ciudadanos actuaron como dosis letales para la derecha española —un suicidio político en toda regla— y permitieron que Pedro Sánchez culminase ayer su estrategia ganadora (de 84 a 123 escaños). El candidato socialista saldrá investido sin grandes dificultades (seguramente en segunda vuelta) y tratará de gobernar con geometría parlamentaria variable. Con Unidas Podemos, que se vino abajo (pasó de 71 escaños a 42), pero, si puede, en un Ejecutivo solo socialista y siempre constituido después de las municipales, autonómicas y europeas del 26 de mayo. Sánchez va a tratar a Iglesias como a un perdedor (el PSOE le supera por 81 diputados) e intentará no instalarlo en el Gobierno. Tendrá el comodín de un Ciudadanos que mejorando mucho sus resultados (de 32 escaños a 57) no logra funcionalidad política por su alineamiento sin matices con el PP y Vox y por su veto a colaborar con el PSOE, incumpliendo así su rol histórico, que consistía en evitar que los nacionalistas e independentistas ejercieran de árbitros en el Congreso de los Diputados.
La práctica destrucción del PP se debe tanto a la torpeza de la absorción del discurso de Vox —un artefacto que ha cumplido la misión de descalabrarlo— como al peso de una herencia insoportable (corrupción, Cataluña, desigualdad y desideologización). La dimensión del desplome de los populares (de 137 escaños a 66) no admite paliativos y exige una respuesta inmediata: revisión total del discurso y nueva dirigencia, conformando lo antes posible una comisión gestora. No hay líder en el mundo occidental democrático que pueda sobrevivir a una pérdida parlamentaria de 71 escaños y a un práctico empate en porcentaje de voto con el partido —Ciudadanos— al que aventajaba en más de 10 puntos y 105 escaños en la anterior legislatura. Y sobre todo: un dirigente de la derecha bajo cuyo mandato su partido desaparece del País Vasco —ni un escaño allí— y resulta testimonial en Cataluña con solo un diputado no puede permitirse la banalidad frívola de continuar al frente de la organización.
Sánchez va a tratar a Iglesias como a un perdedor (el PSOE le supera por 81 diputados) e intentará no instalarlo en el Gobierno
El caso de Rivera es para una tesis doctoral. Pese a las advertencias de que él y su partido se confundían al entrar en el Gobierno andaluz (podían apoyar al PP desde el Parlamento), pese al aviso de que su presencia en la plaza de Colón con Vox y los populares era un error obvio y pese a sugerirles que su centralidad natural —se definen liberales— consistía en la versatilidad de pactar a izquierda y derecha, como han hecho en diversas comunidades autónomas, su presidente se lanzó a unas temerarias e innecesarias primarias con el PP para alcanzar el podio de los ahora tres perdedores. Ciudadanos no ha librado al sistema del arbitraje de independentistas y nacionalistas sino todo lo contrario: han crecido notablemente ERC (de seis a 15 escaños), Bildu (de dos a cuatro escaños) y el PNV (de cinco a seis escaños).
Vox ha entrado en el Congreso con menos fuerza de lo que se suponía (24 escaños). Nada que ver con las expectativas desorbitadas que se manejaban, pero con un grupo parlamentario que le dará juego. Todas las extremas derechas europeas han comenzado su trayectoria con discreción representativa en las Cámaras legislativas, comenzando por la regionales y creciendo poco a poco (Alemania, Francia, Italia, Finlandia). El partido de Abascal, sin embargo, ha conseguido plenamente el propósito destructor de la derecha liberal-conservadora que pretendía. Del destrozo en el PP pueden sus dirigentes estar plenamente satisfechos. También de que gracias a su discurso enardecido (y vacío) hayan aumentado los efectivos parlamentarios de los nacionalismos vascos y del independentismo catalán.
El PSOE ha sabido introducir en la coctelera de su estrategia todos los errores suicidas de la derecha, todos los yerros tácticos de Ciudadanos y todo el hartazgo que embalsaba Vox. Y Sánchez ha desarrollado una campaña cauta, de perfil bajo, salvando por poco los debates en que tan mal se ha desenvuelto, manejando un discurso que le ha permitido llevarse cientos de miles de votos de Podemos, sacar de la abstención otros tantos y, quizás, atraerse a electores centroizquierdistas de Ciudadanos. El socialismo español es ahora una plataforma electoral (la transformación del PSOE ha sido sutil pero profunda), dispone de un relato (la inclusión, la modernidad, ‘La España que quieres’ y ‘Haz que pase’) y, por fin, de un líder filopopulista que ha renovado la socialdemocracia con una heterodoxia que su electorado ha entendido como la adecuada para no seguir los pasos de sus hermanos franceses, italianos y, quizá, también alemanes. Su Gobierno de 10 meses ha desregulado los protocolos ejecutivos que venían desarrollándose en nuestro país por la izquierda y la derecha desde 1979.
Este análisis apresurado contiene en germen otros a desarrollar en los próximos días y semanas. Es muy posible que la escena política se congele hasta el 27 de mayo, aunque ofrezca pistas de los pactos el 21 anterior, porque en esa fecha se constituyen las Cámaras con sus respectivas mesas. En el Senado, la mayoría absoluta del PSOE le da el control del 155, del techo de gasto y de la Mesa. En el Congreso, las ‘tres derechas’ (¿habrá que seguir llamándolas así, persistiendo el PP y Cs en el error?) van a quedar laminadas: sin presidencia y sin control de la Mesa. El salto socialista de 84 a 123 escaños, con el acompañamiento morado, nacionalista e independentista, que está dispuesto a secundar a Sánchez para machacar a Casado, Rivera y Abascal, no augura a la derecha suicidada ni una sola satisfacción. ¡Ay de los vencidos!