José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
Incomunicar a los dirigentes del secesionismo los hunde en su raquitismo ético, gangrena el infectado proceso independentista y desconcierta a sus brutales estrategas
Una de las decisiones acertadas de Pedro Sánchez en la crisis de Cataluña —entre otras muchas erradas— consiste en no atender las llamadas de teléfono de Quim Torra, ese hombre que es un escombro moral y un ‘joker’ de la política. Practica así el presidente en funciones la “replica más aguda” —que, en palabras de Chesterton, en eso consiste el silencio—. Si el separatismo necesitaba una salida ¡¡y vaya si la necesita!—, Pedro Sánchez estuvo dispuesto a proporcionársela. Fantaseó el secretario general del PSOE suponiendo que sus recetas lenitivas serían efectivas para combatir la insurrección permanente de las instituciones autonómicas de Cataluña.
La respuesta ha sido tan tremenda como las imágenes de vandalismo —de ‘kale borroka’— que se han podido contemplar, con consternación además de repugnancia, en las calles de Barcelona la pasada semana. Por no faltar, hasta el saqueo y el pillaje han convergido con el espanto en las noches de ese remedo de ‘semana trágica’ que fue la anterior en la capital catalana.
La violencia desatada en Barcelona y otras localidades de Cataluña ha consistido —y lo que queda— en la materialización de un plan. La sentencia del Tribunal Supremo siempre fue un pretexto. Se trataba de ejecutar lo que Pío Baroja denominó ‘momentum catastrophicum’, que era ese en el que “las mentiras con apariencia de verdad caen a veces sobre un país y lo aplastan”, y añadía el gran vasco: “¡Qué obra la de los catalanistas y bizkaitarras! ¡Excitar el odio interregional, fomentar el kabilismo español ya dormido! ¡Qué pobreza! ¡Qué miseria moral! ¡Qué fondo de plebeyez se necesita para emprender esa obra!”. Y para rematar las barojianas interjecciones:
“Algunos creen que la política española es distinta de la política local catalana o vizcaína. Es igual. No hay más diferencia que la política general española es una política íntegra de logreros y la política local es mixta, de logreros y fanáticos”. Baroja pronunció estas afirmaciones en 1918, en una conferencia muy controvertida —pero profética— que se tituló ‘Momentum catastrophicum’ y que fue editada por Caro Raggio en 2004.
Las palabras del donostiarra, miembro eminente de la Generación del 98, siguen vigentes en su esencia porque, sin eludir ninguna de las lacras españolas, denuncia las del supremacismo vasco y catalán. En otra intervención anterior bajo el epígrafe “Divagaciones acerca de Barcelona” (Casa del Pueblo de Barcelona. 1910), Baroja, asertivo, escribe: “A mí, Cataluña me da la impresión de ser más española que las demás regiones españolas. Los catalanistas, en cambio, aseguran que no, que Cataluña no tiene casi nada que ver con España, que es un país con otra raza, con otras ideas, con otras preocupaciones, con otra construcción espiritual”.
Y seguía: “Por diferenciarse, encuentran los catalanistas una porción de contrastes étnicos, psicológicos y morales entre catalanes y castellanos. Son los castellanos individualistas, los catalanes son colectivistas, los castellanos fanáticos, los catalanes, tolerantes, los castellanos, místicos y arrebatados, los catalanes prácticos. Yo nunca he visto esas oposiciones ni esos contrastes, y no digo esto como patriota, sino como hombre más o menos observador”.
La pelea intelectual y política contra “las mentiras que caen sobre un país y lo aplastan” —y ese país es España— es tan antigua como lo demuestra, hace un siglo, la indignación barojiana y desconocerla de nuevo cuando esas falsedades las reiteran gentes de la factura moral de Torra, componen un ‘momento catastrófico’ que el presidente en funciones del Gobierno de España ha de gestionar con la serenidad, la grandeza y la integridad que requieren la dignidad del Estado y de la nación. Ese gesto de no atender al teléfono a un personaje de la ínfima talla de Torra forma parte de la dignidad desde la que se debe construir una solución para Cataluña, que no pasa por la destrucción de la costosa instalación de la democracia en España. Por eso, señor Sánchez, no atienda la llamada. Porque si lo hace, le transmitirá los términos de un inaceptable chantaje. Y le devolverá su perdida condición de interlocutor.