La sorpresa no es el pacto alcanzado para los Presupuestos, sino la sorpresa misma que el acuerdo ha despertado. ¿A estas alturas del psicodrama tiene cabida el asombro?
A decir del Banco de España y del Banco Central Europeo, los Presupuestos son una filfa que ni los ministros se creen. Con imaginación, hasta las sumas imposibles le salen al Gobierno. En lo social, es un pacto antigeneracional.
En lo político, es algo parecido a un remedo.
Pedro Sánchez y Yolanda Díaz, y sea lo que sea lo que Díaz representa, lucieron sonrisa y distendida charla para anunciar el pacto. Sonrisas heladas, de quienes no alternan ni para un café rápido. Cosas de la necesidad.
El uno y la otra andan de remiendo en remiendo por sobrevivir y esquivar el velorio que las encuestas les anuncian. Y para intentar no plañir derrotas, pactan miserias. La de las cuentas es una. Vendrán otras e irán con la lengua fuera hasta las elecciones municipales y después las generales, intentando abultar la escuálida caja de argumentos.
Claro que lo tienen difícil, porque el tropel que los acompaña es un garabato con carteras. Que la foto con la que se ufanaban por el acuerdo fuese una de Sánchez y Díaz es sintomático. La vicepresidenta es vicepresidenta, pero nada en Unidas Podemos, que es la otra parte de la coalición. En justeza, tendrían que haber aparecido por allí, aunque fuera en un rincón discreto, Ione Belarra o Irene Montero. Al menos.
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Pero están como para ir enseñándolos. Ninguno ha destacado por su iniciativa legislativa, ni tan siquiera institucional o de representación. Han trabajado poco, la verdad. Y la foto lanza un mensaje: mejor así, que como les dé por ganarse el sueldo quizá sea peor.
El presidente del Gobierno ha dejado a Unidas Podemos sin discurso. Les ha hecho lo que se ha hecho siempre en las coaliciones: el abrazo del oso con el que el partido grande devora al chico. Y nadie en Unidas Podemos pretende superarlo, sólo lo justo, dos o tres algaradas de parque de bolas por cuenta de la subida del gasto militar. Que es, además, lo único razonable.
Pero nada escandaloso, lo justo para mantenerse, que fuera del ministerio hace un frío que pela y no es cosa de volver a cotizar.
Caso distinto es Yolanda Díaz. Tiene un pensamiento en construcción y un programa por hacer. No encarna nada porque no tiene nada en qué encarnarse más allá de la imagen que traslada. Qué piensa, qué pretende, qué quiere o a qué aspira siguen siendo preguntas a las que Díaz no contesta más que con un alud de frases hechas y declaraciones huecas que aspiran a la grandilocuencia.
Y es por eso por lo que Sánchez no ha podido hacerse con ella. Porque es un ectoplasma político. Un ente aéreo que planea sobre la izquierda.
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Lo único que puede tenerse por cierto en el caso de la vicepresidenta es que es la candidata elegida por el PSOE para representar lo que queda a su izquierda. Por eso anda Pablo Iglesias intentando descabalgarla. Por eso en Unidas Podemos ponen cara de quién es esa y Garzón, que tiene tiempo de sobra, se ha movido corriendo para sumar. ¿En qué? En lo que sea, que no se va a poner melindroso con la que se adivina.
El acuerdo de Presupuestos, que no deja de ser una declaración de intenciones, se parece más a una prueba de maquillaje antes del casorio que a cualquier otra cosa.
Han querido rodearlo de fanfarria por darle aires de Guisando y apenas si les ha lucido el acomodo. «Todo es impostura», se dicen en el PP. Que el acuerdo estaba cerrado de antemano, afirman. Lo de presentarlo a las 6:00 de la mañana y con cara de haber trabajado sin descanso no era más que pose.
En Génova, por cierto, tan contentos y sin despeinarse. Todo lo que no sea bajar impuestos cae a plomo sobre los ciudadanos. El Gobierno, cada vez más solo en esto, se resiste a recular. Y, por si fuera poco, saca el PSOE a Patxi López a defender la subida de sueldo de los diputados porque, dijo, «hay que dignificar la labor política».
Hay que tener valor.