- Sánchez no sólo quiere mantenerse en el poder. Pretende obstaculizar la alternancia política, en contra del espíritu constitucional del 78.
Hay una línea de argumentación que presenta a Pedro Sánchez como alguien que ha roto con el PSOE tradicional. Línea que, de manera más o menos implícita, confía en que ese socialismo añorado vuelva cuanto antes al escenario político.
Es muy probable que muchos votantes y militantes piensen de ese modo. Pero el PSOE está hoy en manos de quienes no tienen intención de rehacer ese partido porque están convencidos de que «ahora nos toca a nosotros».
Este PSOE radical y sin complejos, que lo mismo sube los impuestos a los ricos que entrega el Sáhara a Mohamed VI, que puede ser más otanista que nadie, pero que defiende a Maduro o a los Castro, es heredero de una reflexión que algunas de sus cabezas pensantes hicieron después de la segunda victoria de Aznar.
Esas cabezas pensantes determinaron que algo estaba profundamente mal en una democracia si la derecha podía ganar las elecciones. Y se dispusieron a cambiar lo necesario para que eso no fuera posible. No acertó a hacerlo Zapatero y llegó la victoria de Rajoy, que desmotivó profundamente a sus electores porque se limitó a hacer lo que hubiese hecho ese PSOE que ya no existía.
Ese es el momento en que aparece Sánchez. Alguien que, a pesar de sus bandazos, ha actuado siempre con una coherencia ejemplar. La manera superficial de entenderlo es acusarle de que sólo piensa en ganar las elecciones, un reproche un poco naif dado que lo raro sería que un político pensase de manera distinta.
Sánchez no piensa en ganar las elecciones, sino en cambiar el engranaje democrático que permitiría a la derecha ganarlas.
Y por ello está cambiando ese engranaje gracias a un pacto que al principio parecía monstruoso (el del Gobierno Frankenstein) pero que ha acabado convirtiéndose en su sostén estable.
«Sánchez está tratando de que desaparezca la España que hemos conocido porque cree que sólo un pacto entre la izquierda y los nacionalistas podrá mantener indefinidamente a raya a la derecha»
En este plan de Sánchez, que es el que permite entender su proyecto de largo alcance con secesionistas y nacionalistas, hay piezas esenciales que el presidente se ha propuesto ejecutar en penumbra, pero con rapidez.
La eliminación del delito de sedición, por ejemplo, que no sólo amnistía a unos golpistas, sino que sienta las bases para pactos de mayor alcance y para el mantenimiento a cualquier trance de un Gobierno roto, pero que le permite mantener la esperanza de que, con la fórmula que fuere, el conjunto de la izquierda le respalde con unanimidad.
Como explica Juan José López Burniol en un artículo publicado por La Vanguardia, los independentistas le apoyan ahora seguros de que tras la modificación del Código Penal vendrá el referéndum pactado que Sánchez les concederá para hacer real alguna forma de autodeterminación.
Es bastante probable que ese programa de máximos le falle a Sánchez en algún momento. Pero lo importante es que está tratando de que desaparezca la España que hemos conocido porque cree que sólo con un pacto entre la izquierda y los nacionalistas será posible mantener indefinidamente a raya a la derecha.
Es lamentable que la derecha no sea capaz de parar un proyecto semejante. Pero, desde Rajoy, esta ha hecho todo lo que está en su mano para que fuere posible.
La desaparición del PP del País Vasco y de Cataluña, y el abandono de quienes podrían ser sus votantes, es condición indispensable para que cualquier variante del proyecto sanchista pueda tener lugar.
Que el electorado de centroderecha no tenga a su disposición una alternativa en verdad nacional (y no un refrito de partidos regionales con políticas distintas y contradictorias) es el otro pilar necesario para llevar a cabo el gran proyecto de Sánchez. Un político con un proyecto claro y la voluntad de sacarlo adelante, y al que sus oponentes no parecen capaces ni de rozar.
Por eso tenemos un Gobierno corrosivo del pacto constitucional (y de una democracia liberal basada en la alternativa política).
Y por eso mismo el Gobierno no se ocupa ni poco ni mucho de acabar con el despilfarro de unas Administraciones ineficientes y que fingen preocuparse de los problemas de los ciudadanos, pero que se convierten, día a día y con ejemplar tozudez, en una carrera de obstáculos para cualquier español que necesite ayuda del Estado.
Que nuestro Estado no funciona es obvio cuando llevamos más de veinte años en un evidente estancamiento económico y cuando nuestros intereses internacionales son ninguneados sin el menor temor por cualquier chiquilicuatre atrevidillo.
«El Gobierno de Sánchez no pierde el tiempo en reformas, sólo hace leyes nuevas que incrementan el desorden y la confusión»
Pedirle a Sánchez que se preocupe de las pensiones, de la educación o de la Sanidad, ese desastre nacional que empieza a revelar sus enormes carencias, paliadas de modo exclusivo por la paciencia y el aguante de sus profesionales, es pedirle peras al olmo.
Sánchez está a lo que está y la oposición parece que se empeña en facilitarle el camino. El Gobierno de Sánchez no pierde el tiempo en reformas. Sólo promulga leyes nuevas que incrementan el desorden y la confusión.
Sánchez pretende acabar con cualquier impedimento jurídico que pueda oponerse a sus planes. Porque aunque algunas instituciones adivinen lo que les espera (por ejemplo, la Real Academia de la Historia frente a la Ley de Memoria Democrática), dependen de la sopa boba que Sánchez retira sin vacilar a cualquiera que rechiste.
Sánchez ha convertido el Parlamento en un órgano irrelevante. Obvia las costumbres constitucionales. Destroza el órgano de gobierno de los jueces cuando no puede controlarlo y le echa la culpa de ello al PP, que entra al trapo embistiendo más que pensando. Se salta la Constitución cuando le conviene. Deja que sus aliados promuevan leyes absurdas. Y se dispone a hacer del Código penal el escabel de sus intenciones.
[Sánchez apuntala el giro a la izquierda apoyando a Yolanda Díaz en el SMI y a Irene Montero en su ley]
De nuevo, el reproche se queda en el dedo y no ve la Luna. No se trata, sin más, de que Sánchez quiera ayudar a sus amigos. Lo que quiere es que entre ellos haya un pacto de largo alcance que pueda conseguir esa España con la que soñaron los socialistas de la izquierda de los años 90.
Porque, para ellos, una España en la que la derecha pueda ganar las elecciones no puede ser jamás una democracia verdadera.
Y si para conseguirlo hace falta que España deje de ser una nación que decidió en 1978 poner en pie una democracia liberal, no pasa absolutamente nada. Algún nombre progresista e imaginativo se le pondrá ese engendro en el que una minoría ha doblado la rodilla de la gran mayoría.
Y la izquierda más extrema podrá enorgullecerse de que la derecha haya sido arrojada al averno y de que el progresismo ya no deba tropezar jamás con ningún obstáculo.
*** José Luis González Quirós es filósofo y analista político. Su último libro es ‘La virtud de la política’.