Podía haber hecho otra cosa, pero eligió lo que más le convenía. Podía haber anunciado su renuncia a seguir liderando el PSOE, para a continuación convocar un congreso extraordinario en el que se eligiera al nuevo secretario general y candidato a la Presidencia del Gobierno en las elecciones de diciembre. Podía haber optado por la responsabilidad, por explicar a los españoles que era una locura arriesgarse a tener que desmontar la estructura de dirección política que se ha hecho cargo de la presidencia de turno de la Unión Europea. Podía haber prestado un postrero servicio a su partido, pero decidió prestárselo a sí mismo. Nada nuevo bajo el sol.
Pedro Sánchez ha vuelto a hacer lo que más le interesa: un sorpresivo movimiento de autodefensa para neutralizar la contestación interna y evitar cualquier conato de rebelión de la creciente disidencia. Un regate corto que busca contrarrestar la potencialidad electoral de un PP que ha incrementado extraordinariamente su poder territorial. Y en paralelo: la manifiesta intención de aprovechar el hundimiento de Podemos mientras recorta el margen temporal de crecimiento de la “Operación Yolanda”. O yo o yo. No hay otra alternativa para parar desde la izquierda a la ultraderecha. Ese, o parecido, será el mensaje.
La decisión de Sánchez de adelantar las elecciones generales, justo en el arranque de la presidencia semestral de la UE, es un acto de egocentrismo abusivo, de manifiesto ventajismo y de desprecio a los intereses generales del país
En un nuevo alarde de osadía, de soberbia infundada, Sánchez, presentándose como alternativa a sí mismo tras un estrepitoso varapalo electoral, ejecuta una apuesta de alto riesgo cuyos principales damnificados pueden ser el país y su partido. El país porque la improbable, pero no imposible, reedición del gobierno Frankenstein, supondría una prueba de estrés social, económico y político de la que España saldría muy malherida. Y el PSOE porque una previsible y contundente derrota dejaría al partido fundado por Pablo Iglesias a las puertas de un eclipse similar al sufrido por los socialistas en Francia, Grecia o mucho antes en Italia.
La decisión de Sánchez de adelantar al 23 de julio las elecciones generales, justo en el arranque de la presidencia semestral de la UE, es un acto de egocentrismo abusivo, de manifiesto ventajismo y de desprecio a los intereses generales del país, por más que la primera reacción de muchos haya sido la de alivio ante una situación que desde el domingo ya se antojaba insostenible. Sánchez ha decidido el camino más arriesgado porque él es el que menos arriesga. Queda por ver si nadie en el Partido Socialista va a alzar la voz, si nadie va a combatir el cesarismo de un personaje dispuesto a seguir haciendo su santa voluntad, entre otras cosas confeccionando las listas de candidatos a su medida, después de haber arrastrado en su caída a la mayoría de los dirigentes de su partido, incluidos a la mayoría de los que parecían intocables, aquellos que han mantenido viva la llama del PSOE más reconocible.
Entender el mensaje
En 1993, tras su inesperada y ajustada victoria en las elecciones generales, Felipe González pronunció una de esas frases que se fijan sin esfuerzo en la memoria y recogen invariablemente los que han rememorado la vida política de aquella España de fin de siglo: “He entendido el mensaje”. Lo entendió a medias, pero al menos lo intentó. Sánchez no. Sánchez, con esta audaz artimaña, lo que nos está transmitiendo a todos, empezando por sus compañeros de partido, es que los que no hemos entendido el mensaje del gobierno progresista (sic) somos nosotros, y por eso, en aplicación de su elevada magnificencia, nos va a dar una nueva oportunidad. Agarrémonos los machos.