Isabel San Sebastián-ABC

  • El Gobierno saliente es Sánchez y el entrante, también. Peones sin importancia al servicio de su poder

Nada ni nadie iguala en el corazón de Pedro Sánchez a Pedro Sánchez. Tampoco en su mente, su emoción o su voluntad. No existe para él motor comparable a la ambición ni motivación semejante a la egolatría. Todos y cada uno de sus actos se explican en función de esa personalidad frecuente en los políticos de altos vuelos, que en su caso alcanza niveles patológicos. Por eso ha ejecutado una crisis de gobierno cuyo único propósito es conservar los mandos del Falcon, a costa de soltar lastre humano. Sánchez no tiene amigos o compañeros dignos de tal nombre. La palabra ‘lealtad’ le es ajena. Quien hoy se sienta a su derecha mañana puede ser un cadáver. No retribuye servicios de votos, sino que paga lo que le piden por mantener la poltrona. Sánchez es despiadado, calculador, astuto, peligroso. Un depredador cuyo único instinto es la supervivencia.

El jefe del Ejecutivo salió mortalmente herido de la debacle madrileña, donde la bandera socialista que él había enarbolado fue arrollada por el empuje de Isabel Díaz Ayuso. A partir de entonces, cada encuesta, incluso las de Tezanos, le dijo con claridad que los españoles estaban hartos de él, de sus mentiras, de su palabrería hueca, de su nefasta gestión, de sus constantes humillaciones ante los separatistas, de su pretensión de dinamitar la Constitución que nos ampara, de los fracasos que ha tratado de endosar a otros, cesando sin compasión a sus braceros más obedientes.

En esta escabechina veraniega, llevada a cabo a traición para pillar al Congreso de vacaciones, a fin de eludir las explicaciones debidas en la sede de la soberanía nacional, Sánchez ha encomendado a unos cuantos chivos expiatorios, los más cercanos a él, la misión de cargar con sus culpas. Y como la política actual es un erial de sumisión perruna, ellos han ofrecido el cuello sin oponer resistencia. Calvo, Ábalos, Celaá, González Laya, Campo, hasta Redondo… Los fontaneros que chapotearon en la mugre de las mociones de censura, los indultos a los golpistas, la ley de adoctrinamiento o las maletas venezolanas, sus más fieles escudos humanos, se han prestado al papel de cabezas de turco, sin una protesta. Todos menos los que se quedan, no por no estar abrasados, sino por su negativa a dejarse decapitar, o acaso por estar llamados a perpetrar nuevas vilezas. En el primer caso se encuentran los cinco ministros de Podemos, que el verdugo no se ha atrevido a tocar, no fuera a ser que se le enfadara el socio. En el segundo destaca Marlaska, cuyos servicios resultan especialmente repugnantes y tal vez por ello imprescindibles. ¿Qué otro juez colmaría de beneficios a la peor escoria terrorista? ¿Cuál saldaría amistosamente las cuentas pendientes con ETA? ¿A quién lanzaría el presidente al cuello de la Guardia Civil?

El Gobierno saliente es Sánchez y el entrante, también. Peones sin importancia al servicio de su poder.