Pedro Sánchez anunció que no tenía intención de hacer crisis de Gobierno el jueves pasado, cuando compareció ante la prensa en Vilna, junto a la primera ministra de Lituania. Como allí las ruedas de prensa sí son con preguntas, algún periodista planteó una al doctor Sánchez sobre la crisis de Gobierno. Él respondió que «la prioridad es la que es, recuperación y vacunación, y, por tanto, nada nuevo que añadir al respecto». El sábado a primera hora ya estábamos en el concepto de lo que para este tipo debe de ser el largo plazo y la Moncloa fue filtrando uno a uno a El País (a Carlos Elordi C., periodista amigo), los nombres de los ministros caídos en combate y los de los emergentes llamados a sustituirlos.

En su comparecencia, nueve minutos sin preguntas a la hora del telediario, Sánchez ratificó su sentido del tiempo al destacar como rasgo de su Gobierno ‘la renovación generacional’, porque la edad media del Gabinete había bajado de 55 años a 50, donde se nota que el presidente confunde la generación con el lustro. Dio la relación de entrantes y salientes y expuso su convicción de que el nuevo equipo iba a ser mano de santo para “la recuperación económica y la creación de empleo”, por más que los ministros económicos sean los mismos y aunque no se entienda por qué no hizo la crisis antes. También dijo que la cuota femenina en el Gobierno ha pasado del 54% al 63%, “lo que convierte de nuevo a nuestro país en un referente en la paridad de género”. Para empezar, la cuota de mujeres en el Gobierno es del 60’87%. Pedro debe incluirse, porque es parte del Gobierno, un primer ministro, un primus inter pares, no el jefe del Estado. Para seguir, la paridad no es eso.

El cambio es profundo, confesaré que a mí me gusta, aunque no esté completo. Cuando a tipos (y tipas, claro) como Carmen Calvo, Ábalos, Iván Redondo, Isabel Celaá, González Laya, Campo, Duque, les reemplaza no importa qué, se enciende una llamita de esperanza, ya habrá tiempo para el realismo. ¿Por qué Marlasca no? Misterio. Cambiar a la portavoz Montero por cualquiera con una mínima capacidad de vocalizar es en sí mismo un hecho portentoso. Claro que en esta crisis el doctor Fraude revela paladinamente su debilidad: se ha cargado sin vacilar a su guardia pretoriana, pero no ha sido capaz de tocar a ninguno de los cinco de Podemos, ni siquiera al pobre Garzón horas después de hacer chistes sobre él: Sánchez es el dentista del chiste a quien el paciente agarra por la entrepierna mientras le pregunta: “No nos vamos a hacer daño, ¿verdad?” Toda crisis que no comience por su dimisión, su seppuku político,  se queda corta.

A todos se los ha destituido por cumplir sus órdenes, como Zapatero a Caldera por sus políticas de inmigración: a Redondo por el 4-M, un motivo de agradecimiento más para Ayuso, a Campo por los indultos y así sucesivamente. Nadie como su persona para practicar la alteridad desde Franco, que era en eso un campeón. Recuerden cuando Manuel Arburúa, suegro de Marcelino Oreja, preguntó con mucho tiento por qué le había enviado al motorista y Franco lo tomó del brazo y le dijo en tono conciliador: “Desengáñese, amigo Arburúa: que vienen a por nosotros, que vienen a por nosotros”.

Para Educación ha nombrado una maestra, no puede ser peor que Celaá y sustituye a Ábalos, Duque e Iceta con tres alcaldesas. Todo se andará. Ya están empezando a calentar las concejalas.