- Ya es el hombre invisible. No asiste a los actos, ni siquiera al Congreso a votar. Sánchez es un presidente oculto, un holograma evanescente próximo a la desaparición
«Estáis borradas, sois invisibles», le escupió la Pamzer de Igualdad a unas candorosas jovencitas que le preguntaban a Irene algo tan sencillo como ¿qué es una mujer?. «Pesadas, transfóbicas, patéticas», fue la amable respuesta de la pandi de la tarta, amén de una letanía hueca recitada por la sumo sacerdotisa del gineceo inquisidor. Patxiquemasda le preguntó en su día a Sánchez si sabía qué es una nación y nadie lo insultó.
En verdad, el invisible es el presidente. Tanto, que apenas se le ve, como aquel hombre de Kiko Veneno. «Dicen que se esconde por ahí / que lo han visto detrás de ti». No estuvo en el Congreso para votar contra la ley que hace semanas ensalzaba, ni siquiera se dignó hacerlo telemáticamente, absurdo e ininteligible como una peli de Chantal Ackerman. No acudió al acto institucional del 8-M y lo sustituyó por un vídeo con su esposa y cuatro damas ignotas. No concurrió tampoco a manifestación alguna en esa anochecida de gritos y pancartas.
Tenía «la agenda saturada», explicó con dificultad Isabel Rodríguez, la ministra portavoz, en una disparatada entrevista en A3. «Nunca España ha contado con un presidente con una intensidad en su agenda como la de Sánchez, muy transformadora», farfulló hecha un lío. El problema es que nada de su esfuerzo transformador se reflejaba en esa agenda oficial para ese día. Una página en blanco. Ni una cita, ni un acto, ni una visita. Empero, no se personó en ninguno de los lugares donde se le esperaba. Invisible, como Claude Rains. No pisa la calle, no frecuenta los pueblos, no se le ha detectado en una plaza. «Vive bien quien bien se oculta», aconsejaba Gracián.
Desde ciertas cancillerías se le interroga por la persecución a Ferrovial, igual que hace algún comisario de la Comisión donde esa cacería de empresarios no son bien recibidas
«No quiere pasar dos días seguidos en Madrid, abomina de permanecer en Moncloa, sólo piensa en salir fuera de España, subirse al Falcon, recorrer las capitales europeas donde le agasajan, hacerse fotos con sus homólogos de la UE y alimentar su imagen de líder global», señala uno de los miembros que conforman la corte del faraón. El problema es que incluso en esos paseos por las nubes se escuchan ya algunas tormentas. Desde exigentes cancillerías se le interroga por la persecución a Ferrovial. Esas cacerías de empresarios no se reciben con entusiasmo en la eurozona, atentan contra el espíritu comunitario. Apestan a Orinoco.
El martes se hizo carne mortal en la sesión de control con un gesto desabrido, mirada hosca y un argumentario pedestre. En La Moncloa ya no dan para más. En la bancada socialista se hacían cruces, un decir, y se daban codazos ante el lamentable nivel. Para escapar de Tito Berni y del sí de las niñas, del cisma del 8-M y los insultos de Podemos, buscó refugio en un barquito gallego y contó un cuento sobre un polizón. «Ya saben de lo que hablo», farfulló, en un océano de desconcierto.
Además de invisible, desquiciado. A tres meses de una cita electoral decisiva Sánchez exhibe una imagen desbordada de vanidad y odio, de cólera y rabia, esos signos que delatan al perdedor. Mejor que no salga, que no se mueva, que se encierre en la Moncloa o en el Falcon, musitan sus baroncitos regionales, espantados ante la posibilidad de que asome por sus pagos, con su trotecillo arrogante, y les arrase el tinglado. Mejor que haga un Fernán Gómez en El anacoreta, aislado del mundo, alejado de la gente, que sólo despache con Bolaños y sus fámulos del ala oeste, que dé instrucciones telefónicas a los pocos ministros con los que trata (Calviño y Eme Jota Montero) y que no se le ocurra pasear por zonas concurridas.
No ha sido capaz de meter en cintura a las ‘loquitas del sí es sí’, como les dicen en Ferraz. No pinta nada, no hace nada, no suma nada. Sánchez le pidió templanza pero no inoperancia
Yolanda Díaz, la pieza clave que debería sumar a la izquierda de la izquierda, ha optado por seguir la misma senda. Se deja ver con frecuencia con sus voluptuosos coiffeurs -derrocha tanto glamour que destila purpurina- pero esquiva preguntas, retacea las respuestas, se pone de perfil, hace el egipcio y huye tanto de las polémicas como de repetir outfit. Recurre a naderías para evitar pronunciarse sobre Berni, el sí es sí, las agresiones moradas, la fractura de la coalición. «Quiero un acuerdo». «Nunca debimos llegar hasta aquí». «Diálogo, me ofrezco para el diálogo». Una letanía necia que ya ha hartado incluso en sus filas. No ha sido capaz de meter en cintura a las ‘loquitas del sí es sí’, como les dicen en Ferraz. No pinta nada, no hace nada, no suma nada. Sánchez le pidió templanza pero no inoperancia. La necesita activa para la cita de diciembre. Después de mayo, romperá con Podemos y, entonces Yoly de Palma ya debería haber dado algún paso en su montaje, aún por estrenar.
Una, huidiza y el otro, invisible. «Lo saben en todas partes / que no se le puede ver». No es un presidente es un semoviente, un espectro que se cuartea, un holograma evanescente.
Robert Fico, el primer ministro eslovaco que cayó con todo su equipo por los criminales motivos que se narran en La muerte de un periodista, comparecía ante los micros, soltaba el rollo y no admitía preguntas. En su última rueda de prensa antes de su derrumbe (2018) insistió en su liturgia escapista. Un joven reportero, debutante en la ceremonia, le comenta a un compañero:
-¿Por qué se va? ¿Por qué no contesta? ¿Para que nos convocan si no habla?
-El miedo. No contesta porque tiene miedo.