- Desde el infausto 2 de mayo hasta el inicuo cese de la directora del CNI hemos sido testigos de uno de los más humillantes episodios de genuflexión del Gobierno ante el secesionismo
De forma recurrente Pedro Sánchez nos recuerda que Cataluña era un polvorín cuando él llegó al Gobierno y ahora es un remanso de paz. Y, ciertamente, si había una variable política que Sánchez parecía haber encauzado era la que podríamos denominar el “dosier catalán”. Parecía. Pero en política no gana solo quien acierta, sino sobre todo el que oportunamente aprovecha los errores ajenos y se pone en el lugar adecuado cuando arrecia el impacto de las circunstancias sobrevenidas. El éxodo de empresas ubicadas en Cataluña y los demoledores efectos de la pandemia, junto a la feroz disputa que vienen de largo manteniendo Junqueras y Puigdemont por acaudillar el espacio del secesionismo, son factores relevantes que han contribuido, en mayor medida que los aciertos del constitucionalismo, a desplazar a un segundo plano las perturbadas y antidemocráticas ensoñaciones de los secesionistas. Por tanto, la conclusión más obvia es que el mérito de Sánchez, consistente en esencia en cruzarse de brazos y en una insulsa retórica de apaciguamiento, es más bien limitado. Y que la clave de esta falsa pax catalana no está en el mérito propio sino en el demérito ajeno.
Lo que el espejo de la realidad ha venido en estos dos últimos años reflejando es la silueta de un independentismo deprimido, en parte desprestigiado y en aparente retroceso, según sus propias encuestas. Un independentismo en modo resistencia y resignado a pasar el testigo del “ho tornarem a fer” a las futuras generaciones. Y es verdad.
Todo eso es verdad, pero se trata solo de una parte de la verdad. Hay otra cara, sobre la que Sánchez no parece sentirse concernido. La de un gobierno que ha pactado el apoyo de Esquerra Republicana en Madrid a cambio de mirar para otro lado en Cataluña. Por ejemplo, cuando la Generalitat desobedece a los tribunales o menosprecia de forma reiterada al jefe del Estado. La pax catalana de Sánchez se asienta en reforzar la posición de ERC frente al partido de Puigdemont sin pretender, en ninguna circunstancia, ocupar los espacios que deja libres la riña secesionista.
- Sánchez no ha dejado títere institucional con cabeza, ha inundado de cadáveres la fosa común de la responsabilidad y ha convertido el crédito del CNI en un tebeo de Mortadelo y Filemón
A pesar de estas evidencias, la tesis de que el orden de los factores era el correcto -primero pagar un cierto precio para bajar el suflé y después recuperar posiciones- seguía siendo (y sigue siendo) para muchos plausible, y por tanto no descartable. Hasta que llegó Pegasus. Lo que estos días han puesto de relieve es que a Sánchez, “El pacificador”, le importa más bien poco el Estado. Todas las decisiones relevantes que el Gobierno ha tomado en relación a este asunto han debilitado al Estado. Cuando, para rebajar la tensión con ERC, Bolaños reveló que los teléfonos del presidente del Gobierno y la ministra de Defensa habían sido infectados, estaba debilitando doblemente al Estado. Y no solo porque, hecho insólito, reconocía un grave fallo que desacreditaba a nuestros servicios de seguridad. También porque de forma frívola e irresponsable arriesgaba una nueva, y quizá más grave, crisis con Marruecos.
Esperanza Casteleiro no es Paz Esteban
Desde ese infausto 2 de mayo, hasta el inicuo cese de la directora del Centro Nacional de Inteligencia (CNI), hemos sido testigos de uno de los más humillantes episodios de genuflexión del Gobierno ante el independentismo. Con la destitución de Paz Esteban Sánchez recompone la autoridad de Junqueras y Aragonés -objetivos colaterales de una operación propagandística montada por el entorno de Puigdemont para desestabilizar a España y poner en dificultades a ERC-, pero somete al Estado a un desgaste intolerable. Con su política de apaciguamiento, condicionada por el trato preferente a ERC, Sánchez no ha dejado títere institucional con cabeza, ha inundado de cadáveres la fosa común en la que está enterrada la responsabilidad y ha convertido el crédito de los servicios de inteligencia en un tebeo de Mortadelo y Filemón.
Casteleiro vuelve al CNI, pero no despierta el menor entusiasmo en ‘La Casa’, y tendrá que remar mucho para recuperar confianza y operatividad, irreparablemente dañadas
En un acto colindante con el “Síndrome de Hubris” (ver postdata), Pedro Sánchez somete además al Gobierno que preside a una nueva prueba de desgaste en un momento clave de la legislatura y de la vida del país. A la crisis de credibilidad de la política exterior, a las crecientes dudas sobre nuestra capacidad de recuperación económica, el presidente del Gobierno desautoriza con sus decisiones instituciones básicas de la Defensa nacional, además de colocar a la titular del departamento, Margarita Robles, en una situación de reparación imposible. Robles lo ha asumido, probablemente por un sentido de la responsabilidad del que siempre ha hecho gala. Pero se equivoca. Hacer de parapeto de este Sánchez no es un acto de responsabilidad. Tragar con el relevo de Paz Esteban el mismo día que te restriegan unas declaraciones insultantemente condescendientes de Oriol Junqueras en El País, es una humillación por la que en otros tiempos Robles nunca habría aceptado pasar.
Encargando a su mano derecha “impulsar al CNI” (no me fastidies Margarita), la Robles ha ganado una batalla menor, pero a costa de dejarse demasiados jirones de dignidad en el camino. Además, Esperanza Casteleiro no es Paz Esteban. Vuelve al CNI, pero no despierta el menor entusiasmo en “La Casa”. Tendrá que remar mucho para recuperar confianza y operatividad, irreparablemente dañadas. Al menos mientras dure este Gobierno. Este es el precio que paga Sánchez. Lo malo es que mientras éste siga anteponiendo las necesidades de Junqueras a la eficacia de los servicios de inteligencia, también será el precio que pague España.
La postdata: Psicopatología del poder y síndrome de Hubris
Se conoce como “Síndrome de Hubris” un trastorno que se caracteriza por un ego desmedido y afecta a personas con poder. Da igual el campo: la política, la Universidad, las finanzas… Estos son, sin ánimo de ser exhaustivo, algunos de sus síntomas más comunes:
-Autoconfianza exagerada, sensación de omnipotencia.
-Falta de empatía.
-Excesiva preocupación por la imagen.
-Imprudencia, impulsividad.
-Falta de humildad, soberbia, arrogancia, prepotencia.
-Ausencia de compasión con los colegas.
-Pérdida de contacto con la realidad.
Añadan ustedes los nombres que estimen oportuno.