- Desarbolados Cs y el PP, Sánchez ha conseguido que el dilema ciudadano en unas futuras elecciones consista en optar por él y el PSOE o por Abascal y Vox
En las elecciones catalanas del pasado 14 de febrero, dos líderes de la derecha se transformaron en zombis. Inés Arrimadas y Pablo Casado. Lo que este miércoles ocurrió en Murcia, Madrid y Castilla y León es la consecuencia frustrada y frustrante de un bloque de partidos incoherente, con tendencias fratricidas y ausente de liderazgo. Solo les unían un sentimiento reactivo —contra Sánchez— y un afán desordenado de precipitar sus propios tiempos de reconstrucción, a la que no han aplicado ni táctica ni estrategia. Ciudadanos es un partido que quedará atrapado en la celada que ha tendido al PP y en manos del PSOE, y los de Casado entrarán en una fase crítica porque solo se traiciona a los débiles y los populares lo son casi al límite de lo agónico.
Al margen del debate jurídico que podrían merecer los acontecimientos de hace unas horas, es más relevante, a los efectos ciudadanos, el estrictamente político. Desde esa perspectiva, es Pedro Sánchez el que gana, porque las hostilidades declaradas entre Ciudadanos y el PP, con Vox oficiando de narrador de este naufragio, solo benefician a aquel —el presidente del Gobierno— del que los unos y los otros han echado pestes y que, a la postre, les ha ganado la partida de forma clamorosa. Se veía venir.
El secretario general del PSOE ha saltado la banca de la política española porque, además de ningunear a sus socios morados e independentistas con solo 120 escaños, pero con una estrategia clara y perseverante, va a lograr que la derecha en un futuro no muy lejano adquiera los perfiles que hoy definen a las de otros países: la dureza, el abandono de la transversalidad y el culto a la confrontación. Las puñaladas entre Ciudadanos y el PP desangran a ambos, pero libran de lesión alguna a Vox, que emerge como la fuerza exenta de responsabilidad en este campo de Agramante en que naranjas y conservadores convirtieron ayer la política de este país. Abascal tiene algún futuro, pero ¿lo tienen Arrimadas y Casado? Más bien no.
A la vista de cómo han transcurrido los acontecimientos en las últimas horas y sin perjuicio de que se impongan unas tesis jurídicas sobre otras, de fondo late la enorme irresponsabilidad que caracteriza a la clase política, en este caso, a la que representa las opciones de derecha. En plena pandemia, con un país económica y laboralmente en una situación comprometida, con una crisis en Cataluña que cuestiona el sistema constitucional y con una sociedad fatigada hasta la extenuación, hay según qué cosas que los dirigentes políticos no pueden permitirse. El poder se ostenta con vocación de servicio, no se arrebata como un botín de guerra; se obtiene con procedimientos que, además de legales, han de ser decentes y estéticos y, en fin, la gestión institucional tiene la obligación de excitar los mejores sentimientos de la ciudadanía democrática y no desatar las peores pasiones, que en este episodio se percibieron con la misma obscenidad que en una tragedia shakespeariana.
La izquierda socialista se ha refundado con Pedro Sánchez, guste o no. Ha transformado el PSOE en una plataforma inorgánica al servicio de un liderazgo de poder fuerte que se ha fraguado en un pragmatismo tozudo, pero inmune a las contradicciones, sean estas las suyas —degustando la ingesta de sus propias palabras—, hayan sido las de sus socios, a los que aguarda con paciencia la hora del escarmiento. El socialista tenía, sin embargo, una prioridad sobre la de poner a Podemos y a los independentistas en su sitio que consistía en asegurarse de que en una futura —y no lejana— confrontación electoral los ciudadanos tengan que enfrentarse a un dilema: o él y el PSOE, o una derecha en la que solo queda en pie el estandarte de Vox, muy parecido al de Marine Le Pen, Matteo Salvini o Víktor Orbán, que —jugarretas de la historia— acaba de abandonar el grupo popular en el Parlamento Europeo.Con Madrid, Murcia y Castilla y León patas arribas, y el PP y Ciudadanos en abierta agresión recíproca —y no descarten que pase algo parecido en Andalucía—, y un inquietante proceso de formación de la Mesa del Parlamento catalán mañana viernes y, luego, la formación de un seguro Govern secesionista, Sánchez y el PSOE han alcanzado sus objetivos. Si el presidente del Gobierno convoca elecciones generales —lo que puede hacer en cualquier momento—, el socialismo iniciará en España una era de gobierno similar a los casi tres lustros consecutivos de Felipe González. Algunos pensaban que el ‘efecto Illa’ consistía en ganar las elecciones en Cataluña. No. El ‘efecto Illa’ era ganarlas a ERC y a JxCAT, pero también —y quizá sobre todo— vapulear a Ciudadanos y al PP y entregar el podio de la derecha a la más extrema. Y lo ha conseguido.