- Los estrategas de la Moncloa ingenian tensiones invisibles en el PP mientras la inflación y la angustia social acumulan poderosas razones para sepultar al sanchismo
Incapacitado para la gestión, el Gobierno se afana en atacar al PP. Ante el peor dato del paro en 23 años y la más alta inflación desde 1985, la factoría de ficción de la Moncloa opta por centrar el tiro en la oposición quizás con escaso acierto. Lo primero fue atacar a Isabel Díaz Ayuso, ya un clásico. La presidenta anunció que «Madrid no se apaga» y que recurrirá ante el Constitucional el plan energético decretado por el Ejecutivo. En tromba emergieron ministros desde todos los rincones para reprocharle amablemente su iniciativa. «Insolidaria», «egoísta», «unilateral», recitó en forma unánime un coro iracundo, tan sólo alterado por la aportación de la delegada de Marlaska, María de las Mercedes González, que le llamó ‘casposa’, adjetivo en desuso y algo vintage, muy frecuentado hace tres décadas por los críticos cinematográficos para definir la admirable producción de Mariano Ozores. La titular de Justicia, Pilar LLop, algo más creativa, optó por exigirle a Alberto Núñez Feijóo que ‘ponga orden’ en su partido, e incluso añoró los tiempo de Pablo Casado, quien se enfrentó en su día a la lideresa con el resultado de todos conocido.
Desempolvaron en forma tediosa el nombre de Casado, insistieron frenéticamente en la insubordinación de Ayuso y recurrieron a todo tipo de teorías para sembrar cizaña en el primer partido de la oposición
Esa singular armonía de reproches, tan ingenuos e infantiles como aquellos áridos rebuznos que profería Adriana Lastra, se repitió días atrás con ocasión del confuso episodio sobre los pactos para renovar el Consejo General del Poder Judicial. El guion del vodevil es bien sencillo. Félix Bolaños alcanzó hace ocho meses un acuerdo con Teo García Egea, por entonces número dos del PP, para completar la dirección de algunas instituciones, como el Tribunal de Cuentas, el Defensor del Pueblo o el CGPJ. Esteban González Pons, quien asumió esa negociación tras el relevo en la cúpula de los populares, volvió a negociar con Bolaños la renovación judicial. No hubo acuerdo. El ministro solicialista le amenazó con dar a la luz un pacto suscrito con Egea. Pons se levantó del asiento y le envió a hacer gárgaras. Bolaños, que es un turbio fontanero con ínfulas de estadista, filtró a El País el papel del supuesto pacto y acusó a Feijóo de no ser de fiar por negar la existencia del convenio en cuestión. «No cumple la ley, ignora lo que firma su partido, es obstruccionista, boicotea la Constitución, habla de lo que no sabe, cultiva el arte de la mentira». En apenas unas horas, varios miembros del Gabinete se desperezaron de su siesta estival para, al son del cornetón de Moncloa, lanzar una ráfaga de invectivas, algo romas y monocordes, sobre la cabeza del líder del PP. En forma tediosa agitaron de nuevo el nombre de Casado, insistieron frenéticamente en la insubordinación de Ayuso, en la cobardía del líder de los populares y otros disparates al objeto de sembrar cizaña en el primer partido de la oposición.
Feijóo reaccionó con su habitual mesura, censuró las amenazas de Bolaños, señaló al equipo de Casado por haberle hurtado tal información y ofreció, una vez más, su mano tendida al PSOE para negociar el embolado judicial, que tiene paralizada la maquinaria de la Justicia a la espera de una retahíla desmesurada de urgentes nombramientos. Este empeño por agrietar las filas del PP, tan sólo interrumpido mediáticamente por el desfile del espadón bolivariano en aquella ceremonia de Bogotá, quedó agostado al surgir otro debate de mayor enjundia. El indulto de José Antonio Griñán, reclamado por altos próceres del socialismo, ante el asombro y la preocupación de los responsables del partido de la región, que temen efectos muy funestos en el caso de que tal medida se concrete.
La polémica circula con intensidad entre los cuadros del PSOE, que temen el efecto demoledor que un indulto al responsable del mayor caso de corrupción política de la democracia en las elecciones de mayo
Fejóo, en jugada que se pretende astuta, ha animado al Gobierno a ejecutar esta medida de gracia: «No tengo interés alguno en ver a un expresidente del PSOE, exministro y expresidente de la Junta de Andalucía entrar en la cárcel», afirmó, para añadir que se trata de «un asunto de enorme trascendencia penal, política y democrática» que no puede resolverse en forma «unilateral». La cizaña, esparcida en este caso desde la derecha, ha prendido en las filas de la formación del progreso. Sánchez, que se vio obligado a defender la ‘honradez y honorabilidad’ del líder condenado, mantiene silencio a la espera de que se conozca la integridad del auto judicial. La polémica circula con acritud e intensidad entre los cuadros del PSOE, que temen los estragos que causaría el indulto sobre las cruciales urnas de mayo próximo. Si rescatan a Griñán de su destino entre rejas, ¿se indultará también a las decenas de condenados en este asunto, el mayor episodio de corrupción política de nuestra democracia?, es pregunta insistente en la parroquia afectada. La cizaña cambia de bando. El debate se tiñe de rojo.
Feijóo sonríe en forma taimada, como El hombre de los velorios de González Tuñón. Consciente de que estas escaramuzas de estío apenas tendrán peso alguno en las urnas, contempla con mayor interés e inquietud los demoledores efectos de la incontrolada inflación sobre una sociedad angustiada. Quizás Sánchez no ha tenido tiempo, en estos días de Falcon y Mareta, de acercarse a un súper para comprobar, en persona, las miles de desesperadas razones que allí se acumulan para desalojarle de la Moncloa.