Isabel San Sebastián-ABC

  • La justicia resiste con valentía y las encuestas hunden al PSOE

La Moncloa pondrá en escena esta tarde otro esperpento destinado a satisfacer las exigencias de los independentistas que sostienen a Sánchez en el poder, a costa de humillar la Presidencia que encarna. El jefe del Gobierno de España recibirá al de una autonomía como si se tratara de un igual, para mantener una reunión que los separatistas catalanes y sus medios afines califican de «bilateral», sin que el anfitrión del encuentro vea motivos para corregirles. No hay indignidad que no esté dispuesto a cometer ni tributo que rehúse pagar con tal de conservar la poltrona. Si de él dependiera, habría accedido ya a la convocatoria de un referendum de autodeterminación en Cataluña, seguido por otro en el País Vasco, que sus palmeros presentarían como la mejor vacuna contra el anhelo rupturista de sus socios. En nombre de la concordia ha indultado a golpistas que se enorgullecen y amenazan con reincidir. ¿Qué le impide apelar a la unidad nacional para dinamitar la Constitución que juró cumplir y hacer cumplir? La mentira, en sus labios, es moneda de uso común. La utiliza con la soltura de quien no la distingue de la verdad. El inquilino de la Generalitat, un apéndice del inhabilitado Junqueras marcado de cerca por el prófugo Puigdemont, se presenta en Madrid después de haber protagonizado en Barcelona varios desplantes al Rey que subrayan su sectarismo incompatible con la institución que preside, su desprecio absoluto por la maltrecha economía de la región catalana y su absoluta falta de educación. No da la talla para estar donde está, aunque tampoco su interlocutor es precisamente Churchill.

Sabe, como sabemos todos, que no obtendrá todo lo que pida, aunque tampoco perderá nada. Conseguirá más dinero, nuevas prebendas, un estatuto más favorable, privilegios que automáticamente pasarán a considerarse derechos intocables, como ha ocurrido siempre desde el arranque de la democracia. Porque la única vía que no se ha intentado jamás para frenar al independentismo es castigarle por sus excesos. Despojar a las comunidades que controlan de las ventajas que disfrutan. Mostrarles que la partida también puede acabar mal. Tal situación nunca se ha dado. Ellos salen siempre a ganar.

Hoy Sánchez agachará la cabeza ante Aragonès, mientras el Tribunal de Cuentas concreta la cantidad exacta de dinero desviada por los sediciosos para sufragar sus delitos. Unos cinco millones de euros robados al contribuyente, en un caso de corrupción que atañe a lo más granado del poder político catalán y que el Gobierno contempla como «piedras en el camino del diálogo» sembradas no por los corruptos, sino por los jueces. Obispos, empresarios y demás colectivos dependientes del BOE se han rendido a sus pies. La Justicia, sin embargo, resiste con valentía, aunque el presidente y sus ministros se empeñen en deslegitimarla. Tampoco la ciudadanía se doblega. Las encuestas hunden al PSOE y otorgan al centro-derecha una mayoría absoluta, si es que España y la democraia sobreviven a este sátrapa.