José Alejandro Vara-Vozpópuli
  • El sanchismo se mimetiza con el peronismo en una extraña pirueta de supervivencia. Una cabriola desesperada y suicida

El Palacio de la Moncloa ha cobrado estos días un inconfundible aspecto rosáceo. No se trata de un homenaje del orgullo gay que ahora llega sino de una extraña simbiosis con la Casa Rosada, sede de la presidencia de la República argentina. El mimetismo poco tiene de cromático. Es netamente ideológico y hasta estratégico. Desde el severo revolcón andaluz, Pedro Sánchez se encuentra en un avanzado estado de peronización que se traduce en absurdas iniciativas y en estrafalarias decisiones. Todo muy acelerado, como si se acabara el mundo o se le agotara el mandato.

Semejante comportamiento, al estilo del podemismo de Iglesias y el populismo de la Pampa, valga la redundancia, se incardina en tres bloques. El primero, denunciar una inopinada conspiración de los ‘poderes económicos y las terminales políticas y mediáticas‘ que golpean a su gobierno. «Nos quieren derribar», llegó a afirmar M.-J. Montero, en cuyas manos está la Hacienda pública. «No nos van a quebrar», remachó el presidente, con música de Quilapayún y acento del altiplano. Es costumbre acendrada del peronismo el señalar supuestos enemigos internos (los fachos, terratenientes, los hijos de Friedman, los neoliberales gorilas) o externos (los yanquis, el FMI, capitalismo, Trump, la globalización) para justificar su ineptitud y acarrear adhesiones victimistas.

El segundo paso se fundamenta en recurrir al regalito, a la limosna, la dádiva, el donativo. Aquí lo han llamado el ‘plan anticrisis’, que es un hatillo de medidas desprolijas, de eficacia incierta y oportunidad discutible para compensar la embestida letal de precios que sacude a las familias hasta convertir su existencia en una pesadilla invivible. Descuento en el transporte, propina de 200 euros a los pobres de absoluta solemnidad, el guiño de 20 céntimos en el depósito y, eso sí, un impuestazo a las eléctricas, como exige Yolanda Díaz, para «repartir en forma justa el impacto de la crisis». Impuesto del que nada se sabe, por cierto. «Que paguen los ricos», corean los voceros de la vicepresidenta Kirchner, que es quien lleva la manija en Argentina. Allí se afanan en la distribución de toda suerte de obsequios como neveras, bicicletas, calderas, bonos de transporte y hasta tarjetas de descuento en el súper. «Proteger a las familias», lo llama Sánchez. «Blindar a los desfavorecidos, acabar con los explotadores», le dicen en el país austral.

A imagen de lo que aquí pretende Sánchez, la patota justicialista se ha lanzado al abordaje del Consejo del Poder Judicial para sepultar las causas pendientes que tiene Cristina K. con los jueces

La tercera pata del operativo es el asalto a la instituciones, una querencia tradicional del sanchismo que, desde la victoria de Juanma Morno el 19-J, ha conocido una especie de espasmo virulento que amenaza con llevarse por delante el frágil entarimado en el que reposa nuestra democracia. Acaban de fumigarse al presidente del INE, (Rodríguez Poo aduce ‘dimisión’ por motivos personales) y hace nada se apiolaron a la directora del CNI, en vísperas de los festejos de la OTAN. Paralelamente, hemos asistido estos días al asalto a Indra, el CSIC, la CNMV, el TC… Nada quedará en pie, el Atila sin escrúpulos que dirige el Consejo de ministros no da muestras de respetar institución alguna. Vidas paralelas. En plena crisis de 2008, el kirchnerismo intervino el centro nacional de Estadística, manipuló los datos oficiales sobre déficit, crecimiento, deuda, y ofreció resultados envidiables cuando todo el planeta se hundía. Una vez conocida la trampa, la economía argentina se fue al tacho de los desperdicios y allí permaneció durante años. Ahora también, a imagen de lo que aquí pretende Sánchez, la banda de corsarios justicialistas se ha lanzado al abordaje del Consejo del Poder Judicial para sepultar las causas que Cristina K. tiene pendiente con los jueces.

El enojo social subirá de nivel y el malestar colectivo alcanzará en otoño cotas hasta ahora sólo detectadas bajo gobiernos de la derecha

Sánchez ha decidido tirar por le camino de en medio, es decir, el que no respeta semáforos ni señales, para transitar el agitado periodo que conduce hasta la meta. Esto es, las elecciones generales. «No hay un día tranquilo en Moncloa», confiesa un veterano adscrito a la sede presidencia, con la lengua fuera y la moral por los suelos. Estas horas atlánticas son de relativo respiro, con la gran gala mundial de la OTAN. Miles de cámaras y fotos para Sánchez, al fin con Biden, su obsesión, su anhelo. Un encuentro emborronado por esa frase, ‘bien resuelto’, del presidente español sobre la masacre de inmigrantes en Melilla.

Vendrá luego el estío venturoso, con su oleada de turistas que engrosarán las arcas enclenques de Calviño y nos sumergiremos, raudos, en un otoño sombrío con las angustias de vuelta, el recibo de la luz y del gas en danza, la actividad económica menguante y el coste de la vida creciente. El enojo social subirá de nivel y el malestar colectivo alcanzará cotas hasta ahora sólo advertidas bajo gobiernos de la derecha.

No adelantará Sánchez las urnas. Intentará agotar la legislatura apoyado en unos socios que sacan adelante sus proyectos sectarios (ahora Bildu, luego los golpistas…) y rebañan hasta el fondo el mustio perolo del presupuesto. Tiempos de saqueo de fondos y bandidaje ideológico. Perderá en el Supermayo la confianza del voto y del partido. Y embocará entonces las generales, con tantas dudas que quizás ni lo intente. El peronismo va para ocho décadas pero por aquí el escenario es distinto. Está la UEBruselas y demás instancias que tanto incomodan a los autócratas. España está repleta de boludos y atorrantes, cierto, pero no tanto como para aplaudir in aeternum al responsable del desastre. Al final, como siga a sí, Sánchez se va a hacer daño. Ya le anuncian un final triste y desgarrado. Mejor es que, si Rabat no lo impide, piense ya en la fecha del adiós y busque con urgencia la puerta de salida.