ISABEL SAN SEBASTIÁN-ABC

Rivera ha demostrado que para él «nunca jamás» significa «mientras convenga»

SUELE atribuirse a Francisco Franco este aforismo inapelable: «Uno es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras». En la actual política española unos y otros se prodigan tanto en declaraciones que esa esclavitud es generalizada, aunque no todos resisten igual la confrontación entre dichos y hechos. Pedro Sánchez se lleva sin duda la palma de la mentira y el fraude, pero estos días le ha salido un competidor en Albert Rivera. El presidente en funciones se ha hartado de proclamar que ha hecho todo lo posible por armar un Ejecutivo estable, cuando salta a la vista que su empeño desde el 28 de abril no ha sido otro que forzar la repetición electoral en busca de mejores resultados con los que gobernar en solitario. En cuanto al líder de Ciudadanos, juró y perjuró durante meses que jamás apoyaría al PSOE, hasta el punto de convertir esa promesa en el leitmotiv de su campaña electoral. Se comprometió en firme con sus votantes a no brindar respaldo político a Sánchez, fueran cuales fuesen las circunstancias o las presiones que recibiera. Yo misma tengo grabada una entrevista en la que lo afirma textualmente. Ahora vemos que «nunca jamás» significa para él «mientras convenga». O mejor dicho, lo confirmamos, porque exactamente lo mismo hizo en 2016, al pactar con Mariano Rajoy después de haber empeñado su palabra en que no contribuiría

en modo alguno a llevarlo hasta La Moncloa.

Rivera se ha sacado un as de la manga en el tiempo de descuento, es de suponer que ante el descalabro que auguran a su partido las encuestas, descolgándose con una oferta frontalmente opuesta a ese compromiso y abocada además, de antemano, al fracaso. Dice digo donde había dicho Diego, en un intento por recuperar la iniciativa cuyo principal resultado ha sido poner de manifiesto su incoherencia, que algunos llamarán habilidad estratégica o pragmatismo. Yo, perdónenme, creo todavía en el honor y los principios. ¡Ya ven qué antigualla! Si pensaba recuperar a los electores que se le han fugado por la izquierda, me temo que llega tarde. Y si lo que pretendía era dar imagen de estadista, se compadece mal esa figura con la de un político capaz de dar semejantes bandazos. Para lo único que ha servido ese guante lanzado a la desesperada ha sido para subrayar un poco más, si cabe, la desvergüenza del líder socialista al presentarse ante el Rey asegurando carecer del respaldo necesario para lograr la investidura y obligarle a disolver las Cortes constituidas hace pocas semanas. Hay que tener la cara de cemento armado y un desprecio estratosférico por la voluntad de los españoles y el dinero de sus impuestos.

Sánchez nos lleva por cuarta vez a las urnas en cuatro años. Un récord inigualado en Europa. Se ríe de nosotros. Nos toma por idiotas. Y a lo peor le sale bien. Claro que también es posible lo contrario. Para empezar, la abstención no vota aunque sí decide escaños y amenaza con golpear más duramente a la izquierda. Alguna tripa de ganso demoscópica adelantaba ayer que las expectativas del PSOE bajan y no suman ya ni con los morados ni con los naranjas. Si Casado e Iglesias se mantienen en sus posiciones, como han hecho hasta ahora, el dirigente del PP seguirá firme en la oposición y el de Podemos exigirá un Gabinete de coalición. De los separaristas cabe esperar poco o nada, después de la sentencia por el golpe de Estado, y la disponibilidad del PNV resultará un poco más cara, si es que sirve de algo. En cuanto a Cs, ¿quién sabe? Tal vez acabemos yendo a por las quintas…