- Pedro Sánchez, Irene Montero, la princesa Leonor y Anabel Pantoja; la autora comenta lo más destacado de la semana a través de sus protagonistas.
Pedro Sánchez
Se quitó la corbata, la guardó en el bolsillo y abandonó el atril. Luego comunicó a sus discípulos la buena nueva. A partir de aquel instante, todos los hombres del presidente, con cartera o sin ella, prescindirían del nudo en el cuello para evitar más sudores.
La medida recordaba al ministro Sebastián. En tiempos de Zapatero apostó por el ahorro energético con la misma jugada. El exministro de Industria conserva el desdén por la prenda y mantiene el aspecto despechugado de progre recién llegado de la playa. Solo le falta una guitarra.
La corbata ha muerto, dijo Lorenzo Caprile hará unos ocho o diez años. Y dijo bien porque ahora ya nadie regala corbatas de Hermés por Navidad. Cuando un hombre (un caballero, que decían antes) necesita encorbatarse para quedar bien, la usa a diario. Ahí está el ejemplo de Sánchez, que siempre usa la misma.
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La muerte de la corbata nos conduce a su nacimiento. Caprile explica que en el medioevo los hombres que llevaban armadura se ponían una tela en el cuello para protegerse. Aún no era una corbata, pero lo sería con el tiempo. Pasados los siglos, y despojados ya de armaduras, los hombres se adornaron con lazos, bufandas, pañuelos y pajaritas. A los dandys del XIX y XX no les faltó imaginación para decorarse con chorreras y toda clase de realces. Eso sí, la masculinidad quedó bastante debilitada.
Volviendo al ahorro energético, las medidas de Sánchez han encontrado la oposición de dos políticos que le han salido respondones. Uno es del PSOE y otro (o sea, otra) del PP: Abel Caballero e Isabel Ayuso. Ambos se han declarado objetores. Caballero, el alcalde de Vigo, que tiene trazas de buen contable, ha calculado que este año recibirán a tres millones de turistas gracias a su navideña orgía de luz. Todo un récord.
El caso de Isabel Ayuso es distinto. Ella no hace cálculos. Invoca su aversión a la “oscuridad” y la “tristeza”, mientras se pone en jarras entonando el “No pasarán”. Su mueca es puro desplante, como si dijera: “ya hemos pasao’”.
Irene Montero
El Ministerio de Igualdad, por obra y gracia de Irene Montero y su tribu, ha publicado un póster contra la gordofobia. Lo he visto reproducido y me he quedado de pasta de boniato. Se titula “cuerpos de playa” y muestra un paisaje de mujeres que explotan el feísmo un día cualquiera de agosto a la caída de la tarde. Parece un Sorolla desmejorado desmejorado y escaso de luz, pintado en la Barceloneta un día de agosto previo a las olimpiadas del 92. El agua no era de color turquesa ni la arena tenía el brillo del oro.
Varias mujeres orondas pasean por la playa mostrando cuerpos ilimitados y sin méritos. Si no fuera porque una de ellas luce la celulitis en primer plano y porque los tatuajes de sus brazos aparecen proyectados en cinemascope y tecnicolor, hasta me resultarían excitantes. Las playas urbanas siempre ofrecen ligones con paquete, chuletas carcelarios aferrados siempre a los mismos que a los mismos lemas (“amor de madre”) y lesbianas gordas en tanga.
Pensando seguramente en ellas el Ministerio de Igualdad ha creado el cartel: mujeres informes y desparramadas pidiendo a gritos la tersura de los culos de Botero. Dos de ellas (una blanca y otra negra) están sentadas al borde del agua mojándose el trasero. No sabría definirlas. A lo mejor son posmodernas, o simplemente arravaleras (no del arrabal sino del Raval). Llevan un tanga incrustado en las lorzas de grasa, toman el sol con el vientre apaisado y lucen un top de bikini formado por dos diminutos triángulos. A la izquierda, una joven está tumbada sobre una toalla blanca de flores. Aparentemente es una muchacha de buen ver, pero se trata de una modelo británica (influencer para más señas) con una pierna ortopédica: la izquierda.
Se ha cabreado. No solo por utilizar su imagen distópica, sino porque nadie le pidió permiso. Las mujeres retratadas han protestado por la cuenta que les trae (no les han pagado).
También se han quejado algunas mujeres por solidaridad de género. Es el caso de Sor Lucía Caram, la monja “indepe” que va por libre. Está que echa las muelas contra una campaña que pretende echar un cable a las gordas. “El verano es nuestro”, dice el Ministerio de Igualdad. “Déjese de gilipolleces y póngase a trabajar en los problemas reales,” contesta Caram hecha una furia. A lo mejor tiene razón.
Leonor de Borbón y Ortiz
La princesita cumplirá 18 años el 31 de octubre de 2023, momento en el que debería proclamarse heredera de la Corona con la solemnidad que requiere el caso. La primogénita de los Reyes de España ha venido cumpliendo años, belleza y corazón. Ha perdido timidez y ganado soltura, pero sigue sin frecuentar a su familia paterna, de la que permanece distanciada la mayor parte del tiempo.
Leonor de Borbón y Ortiz es casi igualita a su hermana, Sofía, que le saca unos centímetros y tiene una sonrisa más cañera. Lo de la altura lo ha arreglado la Reina con distintos modelos de calzado. La princesa lleva cuñas y tacones más altos que los de su hermana, mientras que Sofía ha de conformarse con zapato plano o alpargatas de cuña apenas perceptible.
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Los españoles no han olvidado el día 31 de octubre de 2005, fecha coincidente con el puente de Todos los Santos. La Reina estaba a punto de dar a luz y en algunas esquinas de Madrid aparecían las primeras castañas. Muchos españoles viajaron ajenos al trasiego que reinaba aquel día ante el próximo nacimiento de Leonor, que se produciría, horas más tarde, en la clínica Ruber Internacional.
Lo suyo es que el heredero o heredera jure la Constitución ante el pleno de las Cortes al alcanzar la mayoría de edad. El mismo día.
Pero esta vez no va a ser posible si Sánchez se empeña en agotar la legislatura. Supone que en el otoño de 2023 el Parlamento estará cerrado, con funciones a cargo de la llamada Diputación Permanente. No me imagino la ceremonia ante esa especie de Parlamento de guardia. La cosa quedaría muy deslucida. Así que en Moncloa y en Zarzuela están pensando celebrar el acto cuando ya estén constituidas las dos Cámaras (Congreso y Senado) salidas de las próximas elecciones generales.
Me parece la mejor solución. Y doña Leonor no será mejor o peor heredera al trono por el hecho de que la ceremonia no coincida con el día de su mayoría de edad. No estamos para naderías protocolarias impuestas por el calendario.
Anabel Pantoja
La trianera ha llegado de Honduras, donde ha participado en el programa Supervivientes, de Mediaset. Entre los participantes se encontraban, entre otros, Nacho Paláu (ex de Bosé), Ignacio de Borbón y Anabel Pantoja (sobrinísima de la famosa tonadillera). Precisamente de ella quiero hablar. Anabel no ganó, pero tampoco le importó mucho. A cambio ligó con Yulen Pereira, apodado ‘el cubano’, y perdió un porrón de kilos (grasa incluida).
En el proceso de merendarse al cubano Anabel contó su vida y milagros, especialmente su romance con un canario de sonrisa comestible, al que conoció a bordo de una tabla de surf. Todo hay que decirlo: a los dos días de conocer a Yulen, uno de los supervivientes, Pantoja ya había olvidado al surfista y jugaba con la espada del cubano dentro de un saco de dormir. Espada o florete, a los dos les va la esgrima.
El programa es propicio al desmadre, y prueba de ello es que siempre hay concursantes dispuestos a practicar la versión más movediza del amor, conocida como edredoning. La luz de las estrellas es la coartada perfecta para amarse con nocturnidad y alevosía.
En Honduras, Anabel practicó sus aficiones preferidas, que son amar y comer. Ya lo dice el refrán: la jodienda no tiene enmienda, y la manducatoria tampoco, aunque en el reality es es norma someter a los concursantes a dieta rigurosa para que aprendan. Anabel sufre con el ayuno, pero hace años se metió un balón gástrico en el cuerpo para reducir su estómago. Al principio adelgazó, pero lentamente regresó el hambre y se dio como una posesa al chocolate. Y el culo se le puso como un bombo.
Por suerte, cuando la chica llegó a Madrid, ella y el cubano estuvieron tres días sin salir de la cama. Luego se fueron de compras. En la calle les esperaban los paparazzi. Anabel iba delante y Yulen, dos metros por detrás. Así echaron la tarde, tienda tras tienda. Nadie les vio entrar en Polo ni en Scalpers, pero sí saliendo de Primark.