ISABEL SAN SEBASTIÁN-ABC
- En manos de PP y Vox está la obligación de impedírselo entendiéndose sin demora a fin de armar una alternativa
El gran trilero de la política española ha reaccionado a la paliza recibida en las urnas con una maniobra perfectamente calculada cuyo propósito es tratar de salvar la poltrona. Porque eso, y no otra cosa, persigue la convocatoria de elecciones anticipadas en plena canícula veraniega, contraviniendo los más elementales usos democráticos respetados desde la Transición. La disolución de las Cortes no tiene nada de noble. Carece de la menor grandeza y es lo opuesto a un reconocimiento de culpa. Pedro Sánchez no asume «en primera persona» los resultados de los comicios, tal como ha declarado faltando una vez más a la verdad, porque en caso de hacerlo habría aprovechado su comparecencia para comunicar su dimisión, como hizo en su día Alfredo Pérez Rubalcaba tras otra derrota histórica, o en todo caso su renuncia a concurrir a la reelección el próximo 23 de julio. Lo que pretende el presidente del Gobierno es precisamente lo contrario. Él se aferra al cargo con toda la fuerza de su desmedida ambición e intentará conservarlo planteando esas elecciones como un plebiscito a vida o muerte entre el progresismo maltrecho y la ultraderecha victoriosa; una alternativa diabólica que obligará a los remisos a elegir entre el mal menor, encarnado por su persona, y el mal absoluto representado por el PP y Vox. A ello se dedica ya en cuerpo y alma la nutrida batería mediática al servicio del sanchismo, encabezada por un Tezanos que debería ser procesado por malversación de caudales públicos.
Pese a su tono doliente, a sus manifestaciones falsarias de pesar por sus compañeros descabalgados, todo indica que Sánchez tenía perfectamente pensada la jugada para el caso altamente probable de que el veredicto de los españoles resultara ser el que fue. Existía una remota posibilidad de salvar los muebles, pero si no era así, presidentes autonómicos y alcaldes recibirían en sus posaderas la patada destinada a él, que tendría tiempo suficiente para recomponerse pillando a la derecha con el pie cambiado, en plena negociación de los pactos impuestos por el escrutinio y con buena parte de su electorado desplazado a sus lugares de veraneo. Un movimiento muy propio de un político carente del menor escrúpulo, a quien España y el PSOE le importan menos que una higa. A él sólo le preocupa él y hará cuanto esté en su poder por reeditar a Frankenstein. En manos del centro derecha está la obligación de impedírselo entendiéndose sin demora a fin de armar una alternativa.
Destruido el socialismo que fue, amortizado Podemos, blanqueados los golpistas catalanes y los bilduetarras cuyo éxito en el País Vasco y Navarra rentabiliza cada gota de sangre derramada, Sánchez va a por otros cuatro años a costa de arrebatarnos la democracia y la soberanía. En palabras de Díaz Ayuso, vencedora indiscutible en Madrid, en julio habremos de escoger entre libertad o sanchismo.