José Alejandro Vara-Vozpópuli
El Gobierno pretende dar carpetazo el día 16 al periodo de desolación y muerte, y celebrar con júbilo su brillante gestión de la pandemia. Sánchez, no se olvide, nos salvó la vida
El Gobierno eliminó la palabra ‘víctima’ del documento de Sanidad en ese engendro bautizado como ‘comisión de reconstrucción’. Una estafa semántica más de la factoría propagandística de la Moncloa. También vetó la creación de una Oficina de las víctimas de la pandemia. Esa palabra, otra vez, tan odiosa. Ese sustantivo delator.
Pedro Sánchez nada quiere saber de víctimas y muertos. En este aspecto, su prontuario no ofrece dudas: Han escamoteado las cifras, manoseado los datos, ocultado los cadáveres, retorcido la información, engañado, estafado… y lo siguen haciendo. Se atascaron en las 28.000 muertes y ahí siguen. «Transparencia absoluta», afirma ufano el líder máximo cuando le preguntan por los números de verdad, los de organismos científicos e independientes que constatan casi 45.000 muertos.
Durante la tragedia, nunca visitó un hospital, ni abrazó a un familiar, ni a un médico destrozado. Menos aún, se acercó al Palacio de Hielo, donde, en funeraria formación, se apilaban los cientos y cientos de féretros que el presidente del Gobierno ignora y, por lo tanto, desprecia.
La familia del progreso reclamaba, en tiempos del PP, una televisión pública plural, profesional, independiente y la han convertido en un artefacto inútil y torpón de puro sectario. Un trasto desechable
Está ya a punto de darle carpetazo al macabro episodio del baile de difuntos. Como primera providencia, Sánchez se inventó un viaje a Lisboa para no asistir al funeral de la Almudena presidido por los Reyes. Desde Moncloa, al tiempo, se daban instrucciones de hurtarle al pueblo español la ceremonia en recuerdo de sus 45.000 compatriotas, la mayoría fenecidos en la más ardiente soledad. La tele de todos ofició, una vez más, de la tele de unos cuantos. La familia del progreso reclamaba, en tiempos del PP, una televisión pública plural, profesional, independiente y la han convertido en un artefacto inútil por sectario. Un trasto desechable. Ya nadie se traga sus trolas, ya nadie la sintoniza. Es una especie de detritus, aunque ahora sin las damas de negro.
Los parlantes del Gobierno argumentaban que al tratarse de un acto religioso (una eucarístía, ¡vade retro!), no tenía hueco en la televisión pública. Huecas excusas esgrimidas por una pandilla de tramposos. Esa misma TVE transmitió en directo el funeral por el alma de George Floyd, el ciudadano de color muerto por un exceso policial en Minneapolis. Por no hablar de la exhumación del cuerpo de Franco, tres horas y media colgados del Valle, con helicópteros, decenas de cámaras, despliegue de vehículos, operarios, medios… Manda la tradición que los actos religiosos en memoria de victimas de alguna gran desgracia tengan su reflejo en la tele pública que para eso está. Así se emitió en directo, desde la Sagrada Familia, el funeral por el accidente del avión en los Alpes, bajo la presidencia de los Reyes. Un año antes, el responso por las víctimas del autocar de Cieza.
Ni tele, ni presidente, que se dio a la fuga rumbo a Lisboa. Una engañifa, una ‘espantá’. Pudo subirse al Falcon y estar de vuelta en Madrid a la hora del duelo. No lo hizo. Se evitó escuchar la ira de la calle: ‘Justicia para los muertos’ gritaban voces airadas bajo el implacable sol de julio. ¿Es acaso tanto pedir?.
La tele pública al servicio de Su Persona. Y cada día, su fiel tropilla de embusteros por lo civil o lo militar, un tedioso desfile de ministrillos absurdos, técnicos incapaces, amenazantes generales y Marlaska
Tampoco a TVE le gustan los muertos. Nunca los enseñaron, jamás se mostró a un cadáver, un ataúd, un cementerio, un desgarrador adiós. En pantalla sólo aparecian cadáveres foráneos y un alegre repertorio de joviales escenas para aliviar el encierro feroz. Ya saben, aplausos desde los balcones, niños haciendo sus tareas escolares, padres descubriendo la repostería, mamis cocoguaguas, famosetes en el gym del salón, sanitarios aplaudiendo cada alta hospitalaria como en el happy end de una comedia musical… Qué encierro tan maravilloso, qué bien lo pasábamos en nuestro arresto domiciliario, con qué prolija atención nos cuidaban los señores del Gobierno. Y los findes, eso sí, inevitable como una maldición, la consabida ración de Aló presidente. No fallaba. La tele pública al servicio de Su Persona. Y cada día, su fiel tropilla de embusteros por lo civil o lo militar, un tedioso desfile de ministrillos absurdos, técnicos incapaces, amenazantes generales y Marlaska marcando el paso, ejerciendo de la vistosa guinda del desfile.
Memorial laico y transversal
Lo de la Almudena era un acto religioso convocado por la Conferencia Episcopal, recordó oportunamente Sánchez. Como diciendo, ‘cosas de curas’, superchería de estampita, ultras con sotana. Otra cosa es el espectáculo de luz y sonido que prepara su gurú Iván Redondo para el día 16, una magna ceremonia laica, civil, transversal, aconfesional, feminista, ecologista sostenible y republicana en exaltación de la sociedad que logró vencer al virus. Una especie de memorial disforme y ecléctico, en el que se honrará a sanitarios, bomberos, celadores, militares, policías, guardias (civiles y de los otros), algunos señorines de Bruselas, caciques de provincias, quizás un coro, una orquestina y, si se tercia, el familiar de alguna víctima. Bien seleccionado, que no hable y que no le enfoquen demasiado. Pablo Iglesias posiblemente se deje caer por Palacio, con la guillotina en mente y el anhelo de mazmorra para algunos periodistas.
Un austero carpetazo al estado oficial de angustia y una jubilosa celebración a la maravillosa gestión de Sánchez que, no olvidemos, evitó la muerte de 450.000 españoles
Es el momento de pasar página. El Gobierno pretende, con este acto, cerrar oficialmente el periodo de la desolación y, a otra cosa. Sin facturas que pagar, sin reproches que escuchar, sin condenas que asumir. Un austero carpetazo a la desastrosa gestión de la crisis y una exultante celebración a la maravillosa labor de Sánchez que, no olvidemos, salvó la vida de 450.000 españoles, según repite con su arrogancia habitual.
«¿Muertos? Todo se lo inventan», repiten los papagayos de la letanía oficialista. «Ahora no toca crispar, hay que arrimar el hombro, trabajar unidos y no hacer como Casado que pretende ‘derrocar’ al Gobierno». Pedro Simón, émulo frustrado de Marlon Brando en su versión motera en ‘El Salvaje‘, salvando las distancias (cabello estropajosa, cejas insanas, voz cenagosa, mirada infernal) lo ha explicitado en el EPS con una cruda vileza: «¿Qué más da una cifra más alta o más baja cuando hablamos de 28.000 víctimas? ¿Cambia algo?». Es el lugarteniente del clan de los desalmados, con Sánchez de gran timonel.
«Todos llegamos tarde»
Salvador Illa, el ministro pasmado que ninguneó durante semanas las cifras de los difuntos (aún lo hace) que ocultó a los proveedores de los test truchos, a los intermediarios que se forraron, a los miembros del equipo de expertos que nunca existió, que jugueteaba con el uso de mascarillas, es el tipo que completa el este triángulo del mal: «Llegamos tarde, todos, se debió actuar con más anticipación». Así lo suelta ahora, con la desfachatez de quien se sabe intocable. Tuvo en su momento toda la información. Y no escuchó, no atendió, no reaccionó. Era imperativo celebrar el 8-M. España ostenta, bajo su mando, el récord mundial de muertos por número de habitantes, por detrás de Ecuador. «Quizás pecamos de arrogancia», confiesa ahora, sin pestañear. Esa es toda la autocrítica de que será capaz.
Perdidos en el éter de la brumosa estadística ministerial, nadie se acordará de ellos en el acto del día 16 porque para el Gobierno no existen. ‘Están desubicados’, según la sensible explicación de Simón
Sin muertos no hay tragedia, ni responsabilidades, ni culpables. «Salimos más fuertes’, es el eslogan da la factoría Redondo. Atrás quedaron 45.000 cadáveres, prácticamente sin nombre, ni duelo, ni entierro, sin un responso ni un adiós. Ahora pretenden hurtarlos a la memoria de un país aún conmocionado por el desagarro. Quince mil de ellos no cuentan para el clan de los desalmados. Perdidos en el éter de la brumosa estadística ministerial, nadie se acordará de ellos en el acto del día 16 porque para el Gobierno no existen. ‘Están desubicados’, según la sensible explicación de Simón.
Y para quienes reclaman memoria y justicia a los muertos, ya se ha puesto en marcha Carmen Calvo para a reactivar la Ley de Memoria Histórica, para impulsar con refuerzo del erario público más exhumaciones, más búsqueda de cadáveres por las cunetas de España. Aquellos muertos sí importan. Los de ahora, al chiscón del olvido. ¿Pero hubo alguna vez 45.000 muertos?