Jesús Cacho-Vozpópuli
Me lo decía una amable lectora el pasado viernes 20 de mayo en Valladolid, con motivo de la presentación en la librería Oletvm del libro ‘Sin billete de vuelta’, de Baltasar Montaño. «Le sigo desde hace tiempo, nada menos que desde su ‘Rueda de la Fortuna’ en El Mundo, pero ahora me cuesta leerle porque al final de sus artículos quedo tan deprimida que me fastidia el domingo». Y es verdad. En un país azotado por mil tormentas, uno es consciente de la necesidad de describir algún paisaje de luz, contar historias motivadoras, dar alguna que otra alegría, huir de las desgracias, escapar de las miserias que nos rodean. Lo intento, pero no es fácil. Trato de rebuscar en los acontecimientos de la semana algún sucedido que permita enviar un mensaje de esperanza, incluso de optimismo. Pero es imposible. La realidad impone su abrumador diktat de miserias y escándalos. Cada semana es peor que la anterior, y esta ha sido particularmente pródiga en toda suerte de episodios dañinos para la España de ciudadanos libres e iguales, para el Estado de Derecho, cada vez más cercado por los enemigos de la legalidad constitucional y, en definitiva, para la salud de una democracia muy deteriorada que avanza a pasos agigantados hacía su final, empujada hacia el abismo por el mismísimo Gobierno de la nación. Tenemos el enemigo en casa.
Trato de rebuscar en los acontecimientos de la semana algún sucedido que permita enviar un mensaje de optimismo. Pero es imposible
Casos como la comparecencia de Pedro Sánchez en el Congreso para dar cuenta del episodio de espionaje Pegasus, convertida en un nuevo ataque desde la cabeza del Ejecutivo a una institución clave para la seguridad del Estado como es el CNI; el indulto a la «madre protectora» (Irene Montero dixit) María Sevilla, sin duda uno de los episodios que más han conmocionado a la sociedad española en los últimos tiempos, una arbitrariedad del Poder llamada a dejar una profunda huella en el inconsciente colectivo -y en las urnas, un suponer- por lo que significa de desprecio, desde el consejo de ministros, a los jueces y a la legislación penal vigente; la aprobación en el Congreso de la ley de Libertad Sexual, también conocida como ley del «sólo sí es sí», expresión de la patológica concepción que nuestras feminazis, con la ministra de Igualdad a la cabeza, tienen de las relaciones sexuales entre hombres y mujeres adultos y libres; el anuncio de ese macroplan de empleo público que colocará a varias decenas de miles de españoles en una Función Pública necesitada de una racionalización y abaratamiento urgentes… Ello por no hablar de la traición del PCS, la marca catalana del PSOE, haciendo piña una vez más con el independentismo en el parlamento de Cataluña para burlar la sentencia judicial que impone el 25% de español en la enseñanza. Cinco asuntos capaces de provocar, en situación de «normalidad», una grave crisis política, inducir dimisiones y colocar al Ejecutivo entre la espada y la pared. Cinco escándalos morrocotudos en la misma semana. ¿Cómo soslayar, cómo huir de tanta ignominia?
El episodio del CNI ha venido a poner de manifiesto la naturaleza delicuencial de Sánchez. Ahorraré adjetivos, porque todo está dicho ya, y en demasía, sobre la categoría moral del personaje. Cabe decir que el presidente mintió en el parlamento con total desparpajo, como ya es habitual en él, al negar su responsabilidad y achacar el escándalo del espionaje al propio CNI y al juez del Supremo encargado de autorizar las escuchas. Como todo el mundo sabe, el CNI es el único servicio de inteligencia de entre los europeos -algo de lo que presumía Sanz Roldán– que se rige por una «Directiva» que cada Gobierno aprueba al tomar posesión y que anualmente revisa. La Comisión Delegada de Asuntos de Inteligencia, que preside Sánchez, se reúne entonces y aprueba esa Directiva por la que el Centro se va a regir, directiva que establece las prioridades, antes la lucha contra ETA, siempre la cobertura de los desvaríos de Juan Carlos I, después el seguimiento de los líderes del independentismo… «El Gobierno nos dice lo que tenemos que hacer y el Centro no hace ni más ni menos que lo que le mandan. Sanz Roldán llamaba todas las mañanas a Sáenz de Santamaría para darle cuenta de las incidencias, y se supone que la vicepresidenta ponía puntualmente al corriente de la situación al presidente Rajoy». Suponer que una proba funcionaria como Paz Esteban pudiera haber tomado la iniciativa de espiar las amenazas del separatismo contra la seguridad del Estado por su cuenta y riesgo y sin conocimiento de Moncloa, entra dentro de la categoría de elucubración disparatada sin más.
Pero el personaje, carente del menor sentido del honor, escurre el bulto y se apresura a endiñar la responsabilidad de sus actos al lucero del alba. Yo no he sido. Con la agravante de que el sujeto espiaba a sus socios, «la banda» que le mantiene en Moncloa, al mismo tiempo que negociaba con ellos su apoyo parlamentario, que tiene bemoles la cosa. Como tantas veces se ha repetido ya, tenemos un presidente rehén de los enemigos del régimen constitucional, un presidente secuestrado por el independentismo y dispuesto a poner el Estado en almoneda con tal de seguir una semana más en Moncloa. El resultado de la sesión parlamentaria del jueves deja a los 3.000 agentes que conforman el CNI, gente regida por una disciplina militar, a la intemperie, sometido el Centro a la sospecha de cualquiera de los servicios de inteligencia con los que habitualmente comparte información. Un CNI muy dañado en su prestigio, en un momento muy complicado de crisis a nivel mundial. La irresponsabilidad es de tal calibre que, en términos de Seguridad Nacional, Sánchez no solo debería haber dimitido ya como presidente, sino estar procesado por delito de traición contra la Seguridad del Estado (artículo 102 de la CE).
La irresponsabilidad es de tal calibre que, en términos de Seguridad Nacional, Sánchez no solo debería haber dimitido ya como presidente, sino estar procesado por delito de traición contra la Seguridad del Estado (artículo 102 de la CE)
Más allá de la desfachatez de un personaje capaz de dedicar buena parte de su intervención a cortar un traje a la medida del viejo PP y su corrupción (como si en el PSOE no hubiera existido), más allá de su osadía para escurrir el bulto, hay algo a lo que nadie alude y que llama poderosamente la atención. Me refiero al silencio que rodea el pinchazo de su propio móvil, un asunto que afecta directamente al cogollo de la Seguridad Nacional. ¿Quién espió el móvil de Sánchez? En cualquier país del mundo el caso gozaría de la máxima prioridad. ¿Por qué el Gobierno sigue de brazos cruzados? ¿Por qué la oposición no incide día sí y día también sobre asunto tan nuclear? Todos sospechamos que la potencia extranjera autora de la intrusión no es otra que Marruecos, un país al que Sánchez acaba de hacer un regalo histórico, sin ninguna contrapartida para de Ceuta y Melilla, al reconocerle autoridad sobre el Sáhara. ¿Qué había en el móvil de Sánchez? ¿Qué es lo que sabe Mohamed VI del presidente del Gobierno de España? He aquí a un presidente del Gobierno de España susceptible de ser chantajeado por el monarca alauita. De modo que Sánchez no solo está secuestrado por el separatismo, sino también por el monarca absoluto de una potencia extranjera convertida en principal amenaza para la seguridad de las fronteras españolas.
Todo lo ocurrido esta semana -el indulto a la maltratadora de un niño al que mantuvo secuestrado durante meses («Es la negación de un delito, la deslegitimación del tribunal que la condena y el desprecio de la ley que pena su conducta. Una prerrogativa que está fuera del alcance de un Gobierno y que por tanto es furiosamente antidemocrática», Rafa Latorre en El Mundo), o la ley del «solo sí es sí» que considera a la mujer un ser inferior a la que hay que proteger de ese presunto culpable que es el hombre-, se encuadra dentro de la estrategia de ataque frontal a las instituciones practicada por la coalición PSOE-Podemos desde una instancia llamada presidencia del Gobierno. Ataque también a la ortodoxia económica más elemental, concretada en este caso en esas decenas de miles de nuevos funcionarios o el intento de comprar votos con dinero público. «Con un déficit galopante y una deuda descontrolada, el Gobierno lanza la mayor oferta de empleo público de la historia democrática. Grave irresponsabilidad. Están en una huida hacia adelante, dispuestos a gastar como si no hubiese un mañana. España no necesita más empleo público, sino más empleo productivo y este solo lo crea el sector privado», Lorenzo Bernaldo de Quirós.
¿Qué había en el móvil de Sánchez? ¿Qué es lo que sabe Mohamed VI? He aquí a un presidente del Gobierno de España susceptible de ser chantajeado por el monarca alauita
Imposible saber si Sánchez terminará cayendo antes por la crisis política o por la económica que se avecina a pasos de gigante. Si la crisis del CNI es culpa de un juez del Supremo, los problemas de la economía «se deben a factores externos e impredecibles como lo fue la covid y lo es ahora la guerra desencadenada por Putin» (Sánchez en Davos, según Lo País). ¡Un fenómeno! Cuentan de buena tinta, sin embargo, que, en las últimas semanas, el fenómeno la emprende a puntapiés fuera de sí contra todo lo que encuentra a su paso cada vez que alguien le pone delante una encuesta electoral. ¿Cómo es posible que los españoles no me quieran? Todos los indicadores apuntan a una crisis más profunda que la de 2008, que cogerá a España en una situación de sus finanzas públicas mucho más débil que entonces. Varios artículos aparecidos esta semana en la sección de Opinión (la mejor de todos los medios que se publican en internet) de este diario dan idea de la dimensión de la tormenta. Demoledor el de Daniel Rodríguez Asensio aparecido el lunes 23 («Esta vez no será distinto: o Sánchez cambia el rumbo o España va al abismo»); cargado de realismo y fina ironía el de Enrique Feás («Los teólogos») del viernes 27; ejemplar el del maestro José Luis Feito del martes 24 («El futuro del empleo en España»), destripando la contrarreforma laboral de «eternamente Yolanda» y explicando por qué sus efectos van a ser nefastos para el empleo.
Como se ha dicho aquí tantas veces, toca resistir. No con resignación, sino con esperanza. La que cabe depositar en esa España real que sigue tirando, que sigue funcionando a pesar de este Gobierno desastrado; esperanza en los millones de españoles que siguen levantándose todas las mañanas para ir a trabajar, soñando un futuro mejor para ellos y sus familias. La gente, lo mejor de España («Esta ciudad no se aplaca con fuego, este laurel con rencor no se tala»). Ya no queda tanto. Como le espetó el jueves Inés Arrimadas, «el mejor día de esta legislatura va a ser el día que usted convoque elecciones».