Sánchez y el ‘dumping’ político

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TEODORO LEÓN GROSS-EL PAÍS

En España hay territorios con una capacidad de influencia no ya asimétrica sino patológica. Y va a más

Pedro Sánchez ha perseguido su objetivo con una determinación formidable: “Las siglas que importan a este Gobierno son P.G.E.: Presupuestos Generales del Estado”. No se ha molestado en simular con la menor ambigüedad. Resulta innecesario incurrir en comparaciones hiperbólicas, equiparándolo con Scott en el Polo Sur o Augusto en Hispania, pero definitivamente los Presupuestos eran una obsesión para él. Incluso después de que Otegi manifestara que “la república vasca independiente pasa por decir sí a los Presupuestos”, Sánchez optó por mirar para otro lado con una única consigna: PGE, PGE, PGE… Interrogado en una cumbre internacional por lo de Otegi, eludió el asunto, y repreguntado ante su falta de respuesta, aclaró: “Sí he respondido, es una gran noticia que tengamos Presupuestos Generales del Estado”. Es decir, PGE, PGE, PGE… y ante eso EHB, como todo lo demás, importa una higa.

Hay más. Arrimadas ya ha arrojado la toalla ante la evidencia del triunfo arrollador de la fórmula Podemos-ERC-Bildu, celebrada por Iglesias como hito histórico para la legislatura y para una nueva dirección del Estado, algo que incluía sacar de la foto a Ciudadanos para potenciar la polarización bibloquista. Echenique, con zafiedad marca de la casa, se tomaba incluso la molestia de tratar de humillarlos con su “no reírse de Ciudadanos”. Es lo que hay. Y ojalá resulten eficaces estos Presupuestos que el país necesitaba actualizar —de momento hay mucho escepticismo en organismos nacionales e internacionales, incluyendo la Comisión Europea, sobre todo en el capítulo de ingresos—, pero en definitiva se trata de una apuesta política que no sucede a pesar de Sánchez, como parecía, sino por Sánchez, para mantener el marco ganador de la foto de Colón. De ahí torpedear a Cs y quemar los puentes.

Esto no va de aritmética sino de agenda política. Por demás, claro que es necesario armonizar la fiscalidad —algo que se demanda desde hace años, y ya fue recomendado por el comité de expertos que promovió Mariano Rajoy—, pero aquí lo que se ha comprado es el relato de Gabriel Rufián del paraíso fiscal. Por eso el Gobierno, mientras pacta con España ens roba y los fueros, señala a Madrid como amenaza para la igualdad de los españoles. Carmen Calvo va más allá: “Nada ayudan a seguir entendiendo la unidad territorial de España”. Incluso para los analistas veteranos más acostumbrados a las piruetas de la política, no deja de ser un alehop estupefaciente: compartir con ERC y Bildu, cuyos dirigentes hablan de repúblicas independientes, que la amenaza para la unidad de España es Madrid. En fin, no deja de ser una ironía esta inversión de papeles, con el PP apelando al autogobierno mientras ERC pide homogeneizar, pero los aprendices de brujo deberían saber que estos peajes rara vez salen gratis al país. España, más que un problema de dumping fiscal, arrastra un problema de dumping político. Hay territorios con una capacidad de influencia no ya asimétrica sino patológica. Y va a más.