El presidente Sánchez se manifiesta en la defensa de que España reconozca el estado palestino. Razones humanitarias, nos dice, serían un buen argumento para esa toma de posición. No sabemos si serán las mismas razones que impulsaron hace dos años, de manera sistemáticamente inexplicada, el cambio de posición hacia Marruecos, Sáhara incluido. Lo único seguro es que ese empeño en reconocer el estado palestino no obedece sino a razones de política interna, con la legislatura directamente paralizada cuando no agotada, con el caso Koldo y la imagen antiestética de las actuaciones de su mujer sobre la mesa.
En todo lo demás, una dosis infinita de oportunismo, cuando no frivolidad, preside esa reivindicación del presidente Sánchez. Se trata no de realizar una política exterior sino en el exterior, con intenciones meramente domésticas. Se nos habla de que más de 130 países han reconocido el estado palestino, pero se nos oculta que, desde el 7 de octubre pasado, ningún país lo ha hecho. Más aún: sería conveniente conocer que el último país que reconoció el estado palestino fue San Cristóbal y Nieves, en 2019. Búsquenlo en el mapa. Se trata de un país antillano de 260 kilómetros cuadrados y menos de 60.000 habitantes. Es el último precedente internacional, no parece que muy notable, en el reconocimiento del estado palestino, y desde luego no es difícil aventurar que con nulos resultados.
La posición del presidente Sánchez abre paso a una acción diplomática que se encuentra en el terreno de la irresponsabilidad. La semana pasada, cuando los servicios de inteligencia de medio mundo, alertaban de un ataque inminente de Irán sobre Israel, no tuvo mejor idea que visitar Noruega e Irlanda, en busca de sumar apoyos a su plan. Apoyos que no encontró, bajo el argumento elemental de que éste no es el momento y esas cosas se deben realizar en el marco de un amplio consenso de la comunidad internacional. Por supuesto, ni palabra de su boca exigiendo a Irán que se abstuviera de perpetrar ningún ataque sobre Israel. Bien, cada cual a lo suyo y el presidente Sánchez también. Así, los españoles nos acostamos la noche del sábado pasado sabedores de que Irán había lanzado su ataque con cientos de misiles y de drones; eso que el presidente Sánchez calificó como “acontecimiento” en las redes sociales el mismo sábado por la noche. Y ya el domingo por la mañana nos levantamos sabiendo que el ataque iraní –350 misiles y drones–había sido afortunadamente repelido, con el auxilio de Estados Unidos, Gran Bretaña y Jordania, país que mantiene relaciones diplomáticas con Israel; el primer ataque directo que se produce por parte de Irán, desde Irán, contra Israel. Fue esa misma mañana, tantas horas después, cuando el presidente Sánchez condenó esa acción.
Irán, república islámica, que practica la teocracia, que ahorca a los homosexuales, que llega a matar a las mujeres por el hecho de no llevar velo –y qué poco hemos oído del feminismo en España contra esa atrocidad–, es el país que lleva tantos años, por medio de agentes subsidiarios, practicando el terrorismo contra Israel. Ya sea Hezbollah en el sur del Líbano, ya sean los hutíes en el Mar Rojo, ya sean sus brigadas desplegadas en Irak o Siria, ya sea desde luego Hamás. Esa misma organización terrorista que desde que en 2007, tras una breve guerra civil, expulsó a la autoridad nacional palestina de Gaza, que no cesó en los años siguientes en lanzar innumerables ataques de cohetes contra Israel, y que finalmente el pasado 7 de octubre llevó a cabo el más odioso asesinato cometido contra judíos desde la Segunda Guerra Mundial; 1.200 civiles asesinados y más de 200 rehenes trasladados a la franja de Gaza, sin que se sepa de su situación, siquiera si están vivos.
No veremos al presidente Sánchez ni en Roma, ni en París, ni en Berlín, ni en Londres proclamando la necesidad del reconocimiento al estado palestino. Nadie se lo tomaría con un mínimo de seriedad
El país que desde hace años pugna por obtener la bomba atómica, lo que sería una catástrofe para el Medio Oriente. Pero Sánchez a lo suyo, el lunes se reunió con el primer ministro de Portugal, quien también le dio largas; y el martes, en su insólita campaña, acudió a Eslovenia, con idéntico negativo resultado. Desde luego, no veremos al presidente Sánchez ni en Roma, ni en París, ni en Berlín, ni en Londres proclamando la necesidad del reconocimiento al estado palestino. Nadie se lo tomaría con un mínimo de seriedad. Una pompa de jabón literalmente inservible. ¿A qué estado palestino se refiere, a qué instituciones políticas? ¿A las terroristas de Hamás, empeñada en destruir al estado de Israel, o a la Autoridad Nacional Palestina presidida por el casi nonagenario –camino de los 89 años– Mahmoud Abass, de quien nos hemos olvidado cuando fueron las últimas elecciones que se celebraron en Cisjordania, y a quien Hamás ni siquiera reconoce?
Las andanzas del presidente Sánchez más parecen una gestión desbocada de un dirigente de un país no alineado, que de un país occidental perteneciente a la Unión Europea e integrado en la OTAN
Todo lo que sea proseguir en ese empeño por parte del Sr. Sánchez no será sino un signo de irresponsabilidad, de frivolidad. Al margen y en contra de los países más próximos de la comunidad internacional. No se puede tomar así la política internacional, que nos aísla y nos debilita como país. Es sabido que España cuenta en Medio Oriente literalmente cero. Que la visita en noviembre pasado del presidente Sánchez a la región concluyó insólitamente con la felicitación de Hamás, seguida luego por los hutíes del mar rojo. Ahora, a una semana del 50 aniversario de la revolución democrática de los claveles en Portugal, este tipo de iniciativas recuerdan más bien al dictador luso Oliveira Salazar, quien proclamaba, ante la situación de su estado paria en la escena internacional, que estaban “orgullosamente solos”. Y tan solos que estaban. Es más, utilizando una ucronía, es posible que esa idea disparatada del presidente Sánchez satisficiera al mismísimo dictador Franco, siempre tan amable con la “tradicional amistad de España con el pueblo árabe”, siempre tan criminal a la hora de perseguir a la conjura judeo–masónica. Sí, más parecen las andanzas del presidente Sánchez una gestión desbocada de un dirigente de un país no alineado, que de un país occidental perteneciente a la Unión Europea e integrado en la OTAN.
Ocurrencias carentes de sentido
Mejor dejarse de irresponsabilidades y entender que esa iniciativa únicamente puede surgir de un poderoso compromiso internacional –y desde luego, de un consenso interno español–, nunca de forma unilateral, y por supuesto, previa derrota del terrorismo de Hamás. Hoy, seguir adelante con esa iniciativa infinitamente oportunista, es tanto como premiar ese terrorismo, el terrorismo inducido por Irán. Y por supuesto, dar una severa bofetada a Israel. Nada tiene de progresista, y sí en cambio, de ignorar el mundo y las relaciones internacionales en las que nos pretendemos desplegar, seguir propagando el reconocimiento del estado palestino en las condiciones en que nos encontramos.
Nada bueno pueden traer a España este tipo de ocurrencias tan carentes de sentido en esta situación.