Antonio Casado-El Confidencial
- El personalismo está en el disco duro del presidente desde que fue expulsado a latigazos del templo de Ferraz
Hay, hubo y habrá contratiempos inesperados en la tarea asignada por los ciudadanos al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Imprevistas jugarretas del destino, como Filomena, la erupción volcánica de La Palma, la pandemia que nos cambió la vida o la guerra de Ucrania.
Pero otros se los buscó él, a título personal, como el selfi del turista patoso que se despeña monte abajo por haber calculado mal la resistencia del suelo que pisaba. En ese caso, solo a él son imputables las consecuencias de su personal error de cálculo, aunque la factura por una decisión temeraria y desinformada la acaben pagando todos los ciudadanos.
No encuentro mejor manera de explicar que el personalismo de Sánchez se ha convertido en una fuente de problemas internos y externos de la política nacional. Dicho sea, en relación con su propio partido, el Gobierno que preside y las instituciones que convierte en asideros de poder.
Cuando el talento cede el paso a la adhesión inquebrantable y la lealtad personal, se empobrece la formación del criterio
El personalismo se instaló en su disco duro a raíz de aquel amargo 1 de octubre de 2016, cuando el comité federal lo sacó a latigazos del templo de Ferraz, santificado con una estatua del abuelo fundador, Pablo Iglesias (1850-1925), hombre sobrio, duro como una roca en la defensa de sus principios grabados a cincel. Nada que ver con su continuador de un siglo después.
En su prematuro libro de memorias ‘a priori’ (tal cual), ‘Manual de resistencia’ (principios de 2019, firma Sánchez, escribe Irene Lozano), se percibía su intención de ajustar cuentas con quienes le habían tomado por un intruso.
Dicen los manuales: «El narcisista se caracteriza por mostrar un perfil que tiende a exagerar los propios logros se exageran a ojos de los demás, aunque de estima tan frágil que prefiere rodearse de gente que le reafirme en la idea de su valía y percibe la falta de reconocimiento como un ataque».
Cuando el talento, la capacidad o el mérito ceden el paso a las adhesiones inquebrantables y lealtades personales, se empobrece la formación del criterio ante la toma de decisiones. Y entonces ocurren cosas como las que rodean al temerario, desinformado, confuso, opaco, volantazo de la posición española en entorno al histórico conflicto del Sahara Occidental.
El estupor se ha disparado después de ver como Argelia nos rompe la cintura con alusiones al incumplimiento del derecho internacional
Claro que la política exterior es competencia del presidente del Gobierno. Pero es política de Estado y el personalismo, el cuello de la camisa, la real gana o la camarilla de incondicionales están contraindicados. En un sistema institucionalizado y de opinión pública, ningún mandatario toma una decisión de esa naturaleza por su cuenta y riesgo, como ha hecho Sánchez, a espaldas de su partido, sus aliados, su Gobierno, opinión pública, el Parlamento y el principal partido de la oposición.
El estupor se ha disparado después de ver como Argelia le rompía la cintura al Gobierno español con elementales alusiones al incumplimiento de la legalidad internacional (¿de verdad creían en la Moncloa que ese país se quedaría con los brazos cruzados?). Pero, sobre todo, al percibir la bruma que envuelve las verdaderas razones de que Sánchez pasara de repente al bando de Marruecos en cuanto al futuro de la antigua colonia española.
Eso justamente engorda la sospecha de que la clave del volantazo puede estar en la información obtenida por los servicios secretos marroquíes en el supuesto espionaje al teléfono móvil de Sánchez. La sospecha se ha verbalizado, por la izquierda y por la derecha, en sede parlamentaria, sin que ninguna voz lo haya desmentido de forma concluyente, inequívoca, sin medias palabras.
Si no aparece pronto un ‘Deus ex machina’ inesperado, que nos haga volver a creer que estamos en buenas manos y nos rescate de un desgraciado malentendido (ojalá), estarán acertando quienes sostienen que Sánchez ha hecho del funambulismo individual su palanca para sobrevivir políticamente, no para gobernar.