José Antonio Zarzalejos-El Confidencial

  • El presidente ha dado carta de naturaleza a la posibilidad de no presentarse a las elecciones al sentirse aludido por el rumor intenso de que no lo hará

Entre las virtudes —sean cuales fueren— de Pedro Sánchez no se localiza la de su inteligencia emocional. Es frío. O mejor, gélido. Intenta, pero no consigue empatizar y, después de tantas ciabogas, su credibilidad ha mermado para propios y extraños. Tiene, eso sí, un notable autocontrol y calcula lo que dice y solo ocasionalmente desliza expresiones desafortunadas. Fue desafortunado llamar «mangantes» a los diputados de la derecha; lo fue afirmar que el PP era «una desgracia» y alguna otra expresión que, antes de Feijóo, pero no con él, eran más propias de sus adversarios que de su ensayada moderación verbal compatible con su radicalidad política. 

El peor error de expresión de voluntad de Sánchez lo perpetró en el pleno del pasado miércoles, cuando sostuvo que «estaré hasta el 2023 y me presentaré de nuevo. Casi me da pudor decirlo». El secretario general del PSOE estaba dando carta de naturaleza a un rumor —antesala a veces de la noticia— según el cual, no encabezaría las listas de su partido en unas próximas generales. Tal especie —extendida en los mentideros políticos— se complementa con la aproximación intensa y constante del presidente a la política europea en la que dispone de mejor cartel que en España y en la que se mueve con un discurso alternativo y tranquilizador para sus socios de la UE.

Pedro Sánchez, según aquellos que le conocen bien y siempre en la medida en la que el personaje se deja conocer, detesta el fracaso no como cualquier mortal, sino como «una fiera herida» (sic) y no se lo permite. Su remontada en 2016, tras renunciar a la secretaría general de su partido ante el Comité Federal del PSOE, acredita esta condición competitiva de Sánchez que él ha traducido en un concepto distinto, que es el de «resistencia». El líder socialista sabe que no es verdadera la aserción según la cual «el que resiste gana». O, al menos, no siempre lo es. Él ha resistido bastante y está absorbiendo el impacto de los fracasos en todos los órdenes con buen encaje, pero ya en niveles próximos a la saturación. 

Darse por aludido sobre los rumores que adelantan que no se presentará en las legislativas venideras es corroborar en vez de desmentir, como se aprende en los manuales de comunicación política. No obstante, es comprensible que en una jornada como la del pasado miércoles, el presidente del Gobierno se viese tanto obligado a negar su deseo de tomar las de Villadiego como a advertir de que las diferencias públicas entre sus teóricos aliados merman en mucho la ilusión de sus electorados. Dos constataciones poco hábiles: «me presentaré» (¿haría falta verbalizarlo si no cupiesen dudas al respecto?) y la desilusión de las bases de los partidos de la mayoría de investidura (¿haría falta confirmar tan expresamente lo que las encuestas vienen indicando?). 

Pero ¿por qué ha iniciado Pedro Sánchez su larga despedida? No solo porque sea consciente de que acertaba en abril de 2019 al negarse a una coalición con Izquierda Unida y Podemos, sino también porque erró en noviembre de ese año al cambiar abruptamente de criterio para salvarse del fracaso de la repetición electoral. La coalición, de trayectoria penosa, es un elemento estructural del que Sánchez ya no puede prescindir. Y todas las demás adversidades han pasado también de lo coyuntural a lo duradero.

La articulación jurídica de la pandemia ha sido íntegramente desautorizada por el Constitucional; su apuesta por la Cataluña amarilla ha sido un fracaso —la mesa de diálogo con ERC está más muerta que viva, al igual que el Gobierno de Aragonés—, la crisis del CNI se ha manejado con una torpeza impropia y podría estar conectada con la de Marruecos y Argelia y la brecha con sus socios sobre la OTAN en un momento históricamente crítico, rompe la coherencia de nuestra política exterior. 

Pero quizás lo que terminará por disuadir a Sánchez de presentarse a las elecciones para no encajar personalmente la derrota, sea el escenario económico. No son él y su Gobierno los únicos responsables del pésimo cuadro de guarismos negativos que afectan en distinta medida a toda Europa (inflación, bajo crecimiento, crisis energética, datos de empleo mejores normativamente, pero con menos horas trabajadas y menor productividad), pero Sánchez ha incurrido en el mismo error que Rodríguez Zapatero: manténgase un discurso optimista a pesar de la crisis; más aún, que Calviño, la tecnócrata más cualificada, siga ofreciendo buenas expectativas; «esperemos», «ganemos tiempo»… pero los datos están ahí: la OCDE rebaja en un 1,5 nuestro crecimiento del PIB y nos augura una inflación del 8,1% y el Banco de España, ayer mismo, agravó la situación futura de nuestra economía. 

Sánchez ha incurrido en el mismo error que Rodríguez Zapatero: mantener un discurso optimista a pesar de la crisis 

La hora de la verdad llegará cuando haya que fijar el techo de gasto con la indexación de las pensiones, el incremento del salario de los funcionarios y empleados públicos y esos incrementos se trasladen a los convenios. Ese momento Zapatero —mayo de 2010— está próximo para Sánchez y, como su compañero de partido, no podrá superarlo, más aún si el 19-J todos los temores de Ferraz y de la Moncloa se confirman en Andalucía. Léase a un clásico de la dialéctica política: ‘Sin palabras, ¿qué ha pasado con el lenguaje de la política?’ (Debate, 2017) de Marck Thompson, que aconseja vivamente decir la verdad al electorado y tratar como adultos a los ciudadanos. 

Por lo demás, ya sabe Sánchez que Podemos está en fase oficiosa de disolución y que Yolanda Díaz anuncia su despegue para julio, después de las andaluzas. Y sin una izquierda a su izquierda que complemente las insuficiencias del PSOE, carece de chance. Tiene, pues, toda la lógica que, al afirmar que se presentará a las elecciones, entendamos exactamente lo contrario: que podría no hacerlo y que ha comenzado a despedirse. Cabe un matiz: presentarse y largarse. Un apunte final: Núñez Feijóo ha cambiado el algoritmo político que manejaba la Moncloa. Lo ha desbaratado y eso también puntúa la probabilidad de un quiebro de fuga en la trayectoria venidera de Sánchez.