Sánchez arrancó su gira del Peugeot en el programa de Évole. Ahora concluirá su andadura presidencial en el mismo espacio y con el mismo anfitrión. La ruina circular del sanchismo, de Évole a Évole y punto. Los Migueles visitadores (Barroso y el otro) han diseñado un particular camino de Emaús de su agónico protegido rumbo a una incierta resurrección. Recorrerá primero los platós amigos de Atresmedia. Arrancó con el amable Alsina -¿por qué nos miente?-, luego un incómodo Wyoming, quién lo diría, también un animoso Pablo Motos y este domingo, escala en lo de Jordi Évole, referente mediático de la izquierda lamelibranquia y particular padrino del inmarcesible caudillo.
Intentarán que llegue a la cita electoral con la sensación de que aún tiene algo que defender. Ya que no el sillón, que se da por perdido, al menos el honor, que jamás tuvo. Ni conciencia
Salvados, su programa nodriza, ya no existe. Sánchez, su protegido, casi tampoco. La idea es relanzarlo en la medida de las imposibilidades. O, al menos, intentar que llegue a la cita electoral con la sensación de que aún tiene algo que defender. Ya que no el sillón, que se da perdido, al menos el honor, que jamás tuvo.
Concluye el ciclo donde arrancó todo, aquel octubre de 2016. Fue en el bar HD (Hermanos Díaz), cerca de Ferraz, cabe la sede del PSOE. Ambos, el locutor y el invitado, vestían camisa vaquera azul. Ambos, con zapas deportivas. Ambos, con muchas ganas de hablar. Y ambos, conscientes de lo que se venía encima. Pedro Sánchez acababa de dejar su cargo y su escaño, luego de intentar un pucherazo chapucero en las narices de su Comité Federal. Se acogió al amparo de Salvados y allí avanzó algunas líneas de su proyecto, por entonces, una amalgama de rencor, odio, ansias de revancha y afán de recuperar el poder perdido.
Évole, astuto como un sacristán y taimado como un furtivo, se frotaba las manos mientras su invitado se desahogaba con la ferocidad de un animalillo herido. Susana Díaz, la sultana andaluza, su gran rival, fue el objetivo principal de los guantazos, el muñecote que se llevó más bofetadas. Recorrió luego alguno de sus clásicos, que no ha abandonado. El telefónico Alierta donde ahora es el ferrovial Del Pino. El País, la Ser y hasta la Sexta donde ahora son los medios reaccionarios de la derecha. Fue una amigable conversación, repleta de puñadas y zarpazos, en una mesita de mármol, en un ambiente oscuro pese a ser las nueve de una mañana de domingo en la que el protagonista de la sesión había ya decidido aferrar el garrote y emprenderla a mandoblazos contra todos los gerifaltes de su formación.
En forma desesperada lo intenta con la violencia de género, un clásico que ha puesto en danza un tontales de Vox, necio y levantino, amén de doctorado en incontinencia
Siete años después, la ceremonia se repite en un ambiente político bien distinto. El protagonista, agotadas sus armas, está a dos pasos del final. El borde del precipicio es su único horizonte. El batacazo, su única salida. Apenas le quedan ya argumentos que airear o algún triunfo del que alardear. La adversa demoscopia apenas le augura 80 escaños. Su báculo Yolanda quizás logre Sumar unos 30. No se adivina esperanza alguna para Frankentein-2.
El trastazo del 28-M ha provocado una terremoto tan descomunal en el ánimo de la izquierda que apenas encuentra un cabo al que agarrarse. En forma desesperada lo intenta con la violencia de género, un clásico que ha puesto de nuevo en danza un tontales de Vox, necio y levantino, amén de doctorado en incontinencia. En la rueda de prensa del Consejo de Ministros de este martes, las escasas preguntas que la portavoz permite fueron en esa dirección. Pitas, pitas. Llegó Isabel Rodríguez a denunciar que hay partidos de la derecha que ‘justifican’ tal tipo de barbaridad. En estos términos, hiperbólicos y descoyuntados, intentan defenderse en Moncloa. Marlaska, consumido y ceniciento, le hizo torpemente los coros. Alguien debió de olvidarse de que, en plena precampaña, sacar al estrado al benefactor de etarras no resulta muy acertado.
Mucho deberá el Gobierno agitar esta polémica, forzada y ortopédica, si pretende compensar el desapego creciente que se detecta en sus filas. Lo intentó también con el pacto PP-Vox de Valencia, que los delicados espíritus centristas también denuncian con pálpitos de novicia. Fue un intento fallido porque estos reproches quedaron sepultados por los acuerdos de Barcelona o Vitoria, que desterraron del poder a la escoria ultra. El estrambótico tironeo por el Gobierno en Extremadura, que arriesga incluso la convocatoria de nuevas elecciones, desbarata la teoría de la izquierda sobre la inevitable fusión de la derechona en el territorio nacional. Una pandilla de políticos tan ambiciosos como amateurs bracean estos días por hacerse con el bastón de mando de cientos de alcaldías. Un espectáculo grotesco que, en algunos rincones, como Murcia o Mérida, resulta tan desmesurado que alguien debería colocar una taquilla y cobrar la entrada.
Sánchez debió convocar las generales el 28-M, junto a las autonómicas y locales. Se habría evitado el suplicio, acortado la agonía. En su desesperación, retorna ahora a la cueva de Évole, como un sortilegio, un conjuro que le libre de la aterradora ruina. Se cierra el círculo. Sin salvación ni redención.