JAVIER ZARZALEJOS-EL CORREO
- Cree que la democracia solo es auténtica si excluye a la derecha y, sin precisar a Bildu, ha dejado que Iglesias lo reclutara y lo justifica como una necesidad
Ahora que la desinformación preocupa tanto y por buenas razones, el Gobierno ha puesto en circulación su última elaboración desinformativa o desinformadora, no sé cuál sería el término adecuado. Lo cierto es que este nuevo relato circula por las redacciones, se comenta entre los iniciados y se repite en las tertulias, lo que significa que va ganando terreno.
La cosa la explicaría más o menos así el portavoz gubernamental de turno: «Esto de los Presupuestos está siendo un calvario y Sánchez se encuentra incomodísimo con los excesos de Podemos, las baladronadas de Rufián y el pacto con Bildu; pero, claro, todos estos saben que este es su momento para tirar de la cuerda porque el Gobierno, por responsabilidad, tiene que sacar las Cuentas como sea. Sánchez tiene que sumar porque no nos podemos permitir que los Presupuestos no salgan. Los miles de millones de Europa dependen de eso. Así que tiene que poner al mal tiempo buena cara y permitir tanto extremismo a costa de la coalición. El PP no ayuda. En el fondo esto es culpa del PP, sí. El pacto con Otegi es culpa del PP. El no pacto con Ciudadanos es culpa del PP. Iglesias, sin ir más lejos, es culpa del PP. Si el PP se fuera del Parlamento tendríamos una mayoría más cómoda, pero no hay manera con Casado. Sánchez aguanta por responsabilidad; incluso cuando se le atribuye un pacto con Bildu que, como todo el mundo sabe, no existe.
Cuando se aprueben los Presupuestos (PGE), entonces Sánchez se librará de estos extremistas y será un centrista que meterá en vereda a Podemos, dejará en letra muerta los compromisos con Rufián y volverá a archivar a Otegi. Porque Sánchez es un centrista, un moderado. Sólo hace falta esperar y no dar demasiada importancia a estos que dramatizan tanto. Ya veréis».
Hay quienes tragan con esta expectativa de conversión de Sánchez al centrismo, y no son pocos. El problema es que no es verdad. Sánchez, lamentablemente, no es un moderado, ni un conciliador, ni un dirigente responsable que en el colapso económico y social en que se encuentra el país por la pandemia haya buscado construir los consensos necesarios en las áreas centrales de la sociedad española. No ha venido para construir sobre las fortalezas del sistema constitucional, sino para cambiar el paradigma, como bien explicó Rufián.
Pero se trata de un cambio de paradigma que sustituye la fuerza atractiva del centro por la apuesta por los extremos y la polarización en la que Sánchez cree que siempre ganará. Cree haber encontrado la garantía de poder perpetuo con su alianza con la extrema izquierda populista, los independentistas catalanes, el Bildu de los ‘ongi etorris’ a los terroristas que no cayeron en la tentación de pedir perdón durante sus años de condena y con la escolta del PNV hasta que se deje. Le molesta la coalición y sus socios, pero no porque contradigan su inexistente moderación, sino porque le obligan a ceder poder. Lidera un partido que sólo le importa como instrumento, al que ofrece -controladamente- las ventajas de estar en el Gobierno, pero con el que únicamente mantiene un vínculo emocional de resentimiento y revancha porque es el partido que quiso acabar con su carrera.
Sabe que los barones patrióticos del estilo de García-Page no le aguantan un asalto y que, después de grandes aspavientos por los pactos con Otegi, aspavientos escandalizados que tanto admira la gente a la que estos barones dan el pego, terminan recitando el argumentario absolutorio para llegar a la conclusión de que la culpa, sí, la tiene el PP o Madrid que, según el mismo García-Page, ha pasado de ser «bomba vírica» para sus vecinos a convertirse en el Liechtenstein de la Meseta en perjuicio del dinamismo económico de Castilla-La Mancha.
Desprecia a sus antecesores por Adriana interpuesta -«a mí nadie me va a mandar callar», ha tenido que decir Felipe González- y está imbuido de la idea muy republicana -pero de la II República- de que la democracia sólo es auténtica si excluye a la derecha. Cree que ser maquiavélico es ser muy buen político porque, superficial en todo, identifica a Maquiavelo con la mentira. Por eso, lo que le quitaba el sueño ahora le hace dormir a pierna suelta ya que, como respondió al ser preguntado por Otegi, «es muy bueno tener Presupuestos Generales».
No ha necesitado nunca los votos de Bildu -ahí estaba Ciudadanos, o ¿por qué no una propuesta seria de acuerdo al PP?-, pero ha dejado que sea Iglesias quien lo reclute para luego justificarlo como una necesidad crucial. Cómo estará la cosa que parece que al PNV lo tiene con la mosca detrás de la oreja y mirando atrás para cuidar su espalda. Y harán bien.