Jesús Cacho-Vozpópuli
«Crecimiento inteligente, sostenible e inclusivo, incluyendo la cohesión económica, el empleo, la productividad, la competitividad, investigación, desarrollo e innovación y buen funcionamiento del mercado interior con pymes sólidas” (y dos huevos duros)… Es una frase elegida al azar entre cientos, quizá miles de sentencias vacías de contenido, locuciones adormidera destinadas a confundir al lector con un “tale told by an idiot, full of sound and fury and signifying nothing”, hipérboles cual catedrales, palabras atropelladas como en un accidente por alcance en el que el muerto es el sentido común, víctima de este gigantesco timo verbal. Es lo que los franceses llaman la “lange du bois”, lengua de madera, la lengua de trapo propia de quien no tiene nada que decir pero está obligado a engañar al prójimo con el señuelo de una ristra de chorizos de Cantimpalo en forma de enunciados ampulosos cargados de nada. Hasta 212 páginas y sus anexos componen el Plan de Reconstrucción y Resiliencias Varias que Pedro Sánchez endiñó esta semana a la parroquia, una auténtica orgía de frases sin sentido probablemente pagadas a precio de oro a alguna consultora, un homenaje al marketing político en forma de gigantesca pompa de jabón, otoñal hojarasca con vocación de abono vegetal, mierda pinchada de un palo, bomba de humo con la que difícilmente conseguirá el gañán de Moncloa engañar a Bruselas.
¿Qué tipo de tarado/s mental/es puede/n haber pergeñado semejante engendro gramatical en forma de plan, informe o subterfugio? El presidente retozó lozano sobre su parva de estiércol desvelando apenas que casi 7.000 millones (algo así como 1,1 billones de las antiguas pesetas) de los 72.000 gratis total que espera lleguen de Bruselas, se dedicarán a rehabilitación de viviendas. De donde se infiere que las rotondas en las que se especializó el ínclito Zapatero y su Plan E en la crisis de 2008 se van a convertir con Sánchez en millones de nuevas ventanas para pisos alicatados hasta el techo, de modo que nos va a quedar una España muy chula con marquetería nueva pero ya me dirán qué tiene eso que ver con la transformación de la economía, con el cambio del sistema productivo, con el crecimiento y la creación de empleo que este país necesita. Otro tanto cabe decir de los 13.000 millones dedicados a una cosa llamada “movilidad sostenible”. Y uno no sabe, porque el Plan E de Sánchez no aclara casi nada, si ello alude a la voluntad de recomponer el trazado de las autovías de primera generación (sobre las que el truhan quiere ahora cobrar peaje), las viejas, muy peligrosas, radiales de siempre, o se trata de subvencionar el coche eléctrico, lo cual que volvemos a lo mismo, ¿dónde está el cambio de modelo?, y dice el mirlo que en 2023 habrá en España 250.000 coches eléctricos y que en 2050 serán cinco millones, o quizá tres, o tal vez seis, incluso 10 millones… Chi lo sa?
No hay grandeza de miras ni coraje en nuestra clase política para coger el toro por los cuernos de un sistema que amenaza quiebra por culpa del aumento desaforado del gasto
De momento el Banco de España ha rebajado en un punto el crecimiento del PIB previsto para este año, de los dos que se habían estimado, por culpa de la tardanza en llegar de unos fondos convertidos en maná sobre el que el intrépido Sánchez quiere edificar su imperio que, como el del tirano del mostacho, pretende dure mil años. Parece que hasta ahora apenas ha llegado una parte ínfima de esa millonaria agua de mayo, no obstante lo cual el Ejecutivo metió de clavo 27.000 millones en los PGE del año en curso, suma que habrá que apuntar al capítulo de deuda en la esperanza de que algún día terminen de llegar, un episodio que evidencia la falta de rigor de un Ejecutivo capaz de disponer de unos fondos que aún no tiene y que deberán pasar el fielato de los Parlamentos de los 27 países miembros, ello sin contar el interrogante que el Constitucional alemán ha introducido sobre el esquema entero del Fondo Next Generation, o los efectos que sobre el mismo puedan tener las elecciones alemanas del próximo otoño.
Pero es en las reformas estructurales que este Gobierno se ha comprometido a emprender ante Bruselas como condición sine qua non para recibir esa morterada donde más débil, menos creíble, mas patéticamente evidente resulta el afán del Ejecutivo de engañar al personal con la palabrería hueca de su Plan de Resiliencias Varias. Dice Sánchez que va a acometer la manoseada reforma laboral y se supone que lo hará en la dirección que pretende Bruselas y no en la que persigue la parte comunista de su Gobierno con la ayuda de los sindicatos, y lo más probable es que no se acometa cambio alguno en tanto en cuanto esa reforma se encomiende, como el texto asegura, al acuerdo con los agentes sociales. Es posible que la patronal tontuna que hoy es CEOE esté dispuesta a ceder lo que sea menester (la primacía del convenio sectorial sobre el de empresa, por ejemplo), pero es imposible imaginar a estos sindicatos y a la ministra comunista de Trabajo acometiendo de una maldita vez la reforma laboral que necesita España para crear empleo, es decir, reformando el Estatuto de los Trabajadores en la dirección correcta; imposible imaginar a la tropa de vividores que encabezan Álvarez (UGT) y Sordo (CC.OO.) eliminando las trampas que en los tribunales (¡ay, los jueces de “lo social”!) convierten el 80% de los despidos objetivos en improcedentes, con el consiguiente coste para las empresas, inasumible particularmente para las pymes. Y así no hay forma de contratar.
Otro tanto ocurre con las Pensiones, ya claramente rehenes de un Pacto de Toledo convertido en rémora más que en solución, cuya última “aportación” ha consistido en volver a indiciar las subidas anuales al aumento del IPC, y de unos sindicatos empeñados en abolir el llamado “factor de sostenibilidad” según el cual la pensión de los nuevos jubilados se reduciría paulatinamente en proporción al aumento de la esperanza de vida. No hay grandeza de miras ni coraje en nuestra clase política para coger el toro por los cuernos de un sistema que amenaza quiebra por culpa del aumento desaforado del gasto.
Lo mismo cabe decir de la reforma fiscal que apadrina ese genio llamado Marisú Montero, para quien tal reforma se reduce a subir los impuestos, generalmente de forma generalizada. La ministra ha contratado los servicios de un “comité de expertos”, todos o casi todos socialistas enragés, al frente del cual ha colocado a Jesús Ruiz-Huerta, director de la Fundación Alternativas, el laboratorio de “ideucas” del PSOE. El entero grupo comparte el mantra de que nuestro fisco recauda poco y de que hay que subir la presión fiscal en España porque es inferior en 7 puntos a la media de la UE, olvidando maliciosamente que también la renta per cápita española es 7 puntos inferior a la media de la Unión. ¿Y por qué no hacemos primero más rico al español medio y luego le subimos los impuestos como al europeo medio? Ah, no, eso no, porque eso exigiría trabajar y discurrir y legislar para la promoción del crecimiento y la reducción de las tasas de paro (razón de más para recaudar menos), y la especialidad de todo socialista que se precie, sobre todo si es economista, es la de meter la mano en el bolsillo del prójimo para después dizque repartir entre los “probes” (la eterna salmodia de la desigualdad). Bruselas va a exigir una subida del IVA vía supresión de muchos de los tipos reducidos en vigor (el 80% del consumo paga el tipo máximo en la UE, porcentaje que en España se reduce al 50%), pero eso habrá que verlo tratándose de un Gobierno populista dispuesto a todo menos al rigor presupuestario.
Es difícil, si no imposible, imaginar en el chulo con pose de galán apoyado en barra de bar que nos preside la altura de miras suficiente para emplear esa ingente suma en beneficio del país
Las reformas fundamentales, en suma, (trabajo, pensiones y fiscalidad) se supeditan a agentes sociales, pacto de Toledo y comité de expertos, lo que hace temer que no habrá reformas o, lo que es peor, que lo que habrá serán contrarreformas. En general, los corsés que impiden a la economía crecer y crear empleo en abundancia están identificados desde hace tiempo, pero falta voluntad política para acabar con ellos y sobra miedo a la reacción del populismo rampante. El Plan de Reconstrucción y Resiliencias Varias de mosén Sánchez es, a tenor de las cifras, más importante de lo que en su día fue el Plan Marshall para la Europa devastada por la II Guerra Mundial. Una oportunidad única para enmendar el camino de perdición por el que transita este país, pero es difícil, si no imposible, imaginar en el chulo con pose de galán apoyado en barra de bar que nos preside la altura de miras suficiente para emplear esa ingente suma en beneficio del país y en la promoción de una auténtica cultura del emprendimiento y el esfuerzo. No se critican las inversiones, por muy llovidas del cielo que sean. Se censura la forma en que el jefe de la banda se ha adueñado del “reparto” marginando a la oposición y descartando la creación de una autoridad independiente capaz de asegurar la limpieza y equidad del proceso, un jefe que, de entrada, ha cometido arbitrariedad tan colosal como la efectuada con la futura planta de baterías de Martorell, inversión para la que el presidente de la “langue du bois” ha elegido a Iberdrola. ¿Y por qué a Iberdrola y no a otra empresa?
La administración española no tiene capacidad para absorber en proyectos reales y rentables tal cúmulo de dinero, lluvia de millones de la que se van a aprovechar un ramillete de grandes empresas que todos sabemos, y de la que sin duda nacerá una nueva hornada de millonarios crecidos al calor de una corrupción que ha hecho callo en la epidermis de una sociedad tan hedonista como irrespetuosa con la ley como la española. ¿Conseguirá Sánchez embaucar a Bruselas? El comisario de Economía, Paolo Gentiloni, viene exigiendo menos lengua de trapo a la ministra Calviño y más «objetivos y metas detallados. Necesitamos esa concreción para aprobar los desembolsos, aunque ello suponga un esfuerzo extra para la administración”. Más claro, agua. Parece que el granuja que nos preside pretende ahogar a la Comisión Europea en papeles, enviando a Bruselas a fin de mes cerca de 3.000 folios de documentación en la esperanza, más bien la certeza, de que nadie se tomará la molestia de leerlos. Será divertido verle pavonearse en el Congreso del éxito del ardid, porque es creencia general que Bruselas terminará aflojando la faltriquera. Para poco o nada, dicho sea de paso, porque muy probablemente España volverá a perder su último tren hacia el progreso.