- La lógica dice que Sánchez cambiará el Gobierno tras el más que probable siniestro del PSOE en mayo del 23 para después colocarse en el centro del inmenso plató en el que quiere convertir la presidencia española de la UE
Por primera vez, y sin que sirva de precedente, una de esas solemnes y casi siempre huecas afirmaciones que de vez en vez nos regala Pedro Sánchez parece sincera: “Agotaré la legislatura”. Claro que esa sinceridad puede ser pasajera si las variables económicas siguen contradiciendo las previsiones de Su Solemnidad. El adelanto electoral a la primavera de 2023, coincidiendo con municipales y autonómicas, y poniendo a todo el partido a trabajar para Él -incluidos los García-Page o Lambán– no está al cien por cien descartado. Dependerá de cómo se presente el último cuatrimestre del presente año, del impacto social de la inflación, de la respuesta de la calle al deterioro de las economías familiares y, antes o después, de la crisis que dentro y fuera del Gobierno provocará el endurecimiento del modelo de pensiones que nos acabará imponiendo Bruselas. Lo acaba de advertir Paolo Gentiloni, comisario de Economía de la UE: si las pensiones siguen vinculadas a la inflación, peligran los fondos europeos.
No hay una sola institución independiente que no alerte sobre los riesgos de un otoño más que caldeado. La segura subida de tipos y el fin de la política de compra masiva de deuda por parte del Banco Central Europeo (BCE), medidas imprescindibles para frenar la inflación, junto a las complementarias tensiones invernales previstas en el mercado energético, provocadas en parte por la decisión de eliminar las compras de gas y petróleo rusos, son factores que pueden ocasionar un verdadero terremoto en las cuentas públicas, con epicentro localizado en aquellos países con mayor déficit y deuda. Y considerando que el sismógrafo político y social sitúa el momento de mayor intensidad de la sacudida en pleno 2023, la decisión de aguantar, por tanto, es de máximo riesgo.
Dudas despejadas: para el sanchismo el precio de invitar a la oposición constitucionalista a formar parte de un posible plan de reanimación nacional es de todo punto inadmisible
Sánchez, sin embargo, lo fía todo a que la manguera de los fondos europeos tenga el caudal y el ritmo necesarios para contrarrestar tales inconvenientes; a que el miedo a una profunda crisis en España que acabe contaminando a otros países, a una depresión en toda regla, acabe suavizando los requisitos iniciales que condicionan su reparto; a que los reafirmados como PIGS logren arrancar de nuevo a los frugales una prórroga suspensiva de la ortodoxia fiscal. El problema es que, tal y como acaba de hacer público el Banco de España, la deuda de las administraciones públicas alcanzó los 1.454 miles de millones de euros al cierre del mes de marzo, el 117,7% del PIB (Ver postdata). El problema es que la prima de riesgo lleva camino de duplicarse, o más, a no mucho tardar. El problema, en definitiva, es que perdemos crédito a paladas sin que haya el menor indicio de que el Gobierno esté dispuesto a apearse de la política, falsamente solidaria, del gasto desatado, y asuma la necesidad de abordar cuanto antes un plan creíble de estabilidad, reclamación recurrente de socios e instituciones nacionales e internacionales solventes, pero de imposible ejecución con estos socios de gobierno.
Neutralizar a Feijóo
Hace poco, un amigo que nada tiene que ver con la política o el periodismo, nos preguntaba a otro colega y a mí, con un tono que sonaba a reprobación, si de verdad pensábamos que Pedro Sánchez no había hecho nada positivo. Mi colega y yo nos miramos durante un segundo y, sin mediar palabra, casi al unísono, respondimos que no, que no encontrábamos nada positivo en la gestión de Sánchez. Obviamente, se trataba de una extremosidad ante una pregunta hecha con ánimo provocador. ¡Claro que este Gobierno ha hecho cosas bien!, acabamos reconociendo, para abrir a continuación un interesante debate tras el que concluimos, esta vez los tres, que la perseverancia en mantener a compañeros de viaje improcedentes, al menos en esta coyuntura, era la causa principal de que casi nada de lo realmente importante, y más bien poco de lo que podríamos calificar como secundario, se estuviera haciendo bien.
Que Pedro Sánchez, ante el panorama gris oscuro tirando a negro que los datos vienen confirmando, siga reclinándose ante la Esquerra de Junqueras, el Bildu de Otegui o la incendiaria CUP, en lugar de ofrecer un pacto de Estado a Núñez Feijóo -al que de paso colocaría ante una delicada disyuntiva en su disputa con Vox-, solo tiene una explicación plausible: la arrogante convicción de que se puede superar cualquier contrariedad sin ayuda de nadie o, casi peor, con la colaboración puntual de quienes no tienen el menor interés en formar parte de España. En la lógica del sanchismo, el precio de invitar a la oposición constitucionalista a formar parte de un posible plan de reanimación nacional sería inadmisible, por cuanto implicaría una corresponsabilidad que de ningún modo se está dispuesto a aceptar. Ni siquiera el presumible desgaste que un movimiento político de esta envergadura le acarrearía a Feijóo, que al minuto siguiente sería acusado de claudicación por Abascal, es acicate suficiente para un sujeto que cada vez se parece más a ese personaje de Baltasar Gracián instalado en la soberbia, donde “vive y reina con todas sus aliadas: la estimación propia, el desprecio ajeno, el querer mandarlo todo y servir a nadie…” (“El criticón”).
Dinero en abundancia para los medios afines y mediopensionistas. Día sí y día también recibiendo a líderes mundiales, abriendo informativos, copando primeras en los periódicos
De modo que, por muy duro que sea el camino, por nefastos que sean los resultados del PSOE en Andalucía, por mucho que sepa y se le repita que por lo general una derrota en autonómicas y municipales es el seguro prolegómeno del fracaso en generales, nuestro soberbio prohombre parece tener claro el camino. Salvo accidente grave, cambiará un Gobierno, entre insulso y regañado, en el que solo se atreven a salir a la calle los ministros a los que nadie conoce (que no son pocos) y atravesará valeroso la mar gruesa para llegar a la orilla de la presidencia española de la Unión Europea (julio de 2023). Ya cuenta con indisimulada ansiedad los días, horas, minutos y hasta segundos. Será en esa tierra prometida, para él inédita, donde hincará sus estandartes dando así comienzo a la más larga campaña de promoción y rehabilitación personal que recuerden los tiempos. Dinero en abundancia para los medios serviles, afines y mediopensionistas. Día sí y día también recibiendo a jefes de Estado y de Gobierno, abriendo informativos y copando primeras en los periódicos. Y plan para destruir al adversario como único método viable de recuperación de un PSOE bajo mínimos tras el probable desastre de mayo en ayuntamientos y comunidades.
Confirmada la decadencia de la marca Unidas Podemos y ya convertida en contrastado pronóstico demoscópico la sospecha de que el tirón electoral de Yolanda Díaz es muy inferior a la imagen que proyecta, el problema de Pedro Sánchez es que solo le podrían salir las cuentas derruyendo el “efecto Feijóo”, aun a costa de alimentar a Vox. La resurrección mediática de Villarejo es el primer aviso. Solo el primero; hay más dinamita. Y habrá más espectros resucitados. Esto se puede poner irrespirable.
La postdata: ‘Elevada vulnerabilidad de las cuentas públicas’
“El saldo presupuestario de las Administraciones Públicas (AAPP) mejoró en 2021, pero esta mejora se debió en gran medida al comportamiento cíclico de la actividad. Por tanto, desde una perspectiva estructural, se mantiene la situación de elevada vulnerabilidad de las cuentas públicas. En efecto, en 2021 el déficit público se redujo hasta el 6,9% del PIB y la ratio de deuda pública retrocedió ligeramente, hasta el 118,4% del PIB. No obstante, el saldo estructural primario de las AAPP siguió siendo deficitario y, a pesar de su descenso, la ratio de endeudamiento público permaneció en niveles muy elevados, desde una perspectiva tanto histórica como internacional. Esta situación —relativamente persistente— de las cuentas públicas españolas constituye una considerable fuente de vulnerabilidad para nuestra economía y supone unos menores márgenes de actuación fiscal ante posibles perturbaciones macrofinancieras adversas que pudieran llegar a producirse en el futuro. En la coyuntura actual, estas perturbaciones podrían estar asociadas, por ejemplo, a un deterioro de las perspectivas de crecimiento económico como consecuencia de un eventual agravamiento del conflicto bélico en Ucrania o a la posible aparición de tensiones en los mercados financieros, en un contexto en el que la política monetaria ha iniciado un proceso de endurecimiento de las condiciones financieras” (Informe Anual del Banco de España 2021. Página 165).