José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
El Gobierno ejerce sus funciones en lucha contra su propio tiempo de duración y de forma expansiva, incurriendo en la compulsión, desvirtuando así la excepcionalidad de sus facultades legislativas
El presidente del Gobierno tiene un gran problema. Es muy probable que el PSOE sea el primer partido en votos y en escaños el 28-A. No lo es que la suma con los diputados de Podemos le permita formar un gobierno estable que requeriría, de nuevo, el apoyo de los independentistas catalanes. Esta hipótesis es indeseable para el líder de los socialistas y, quizás, forzaría unos segundos comicios salvo que el bloque de PP, Ciudadanos y Vox obtuviese mayoría absoluta.
Sánchez padece, pues, el ‘horror vacui’, es decir, el miedo al vacío de una victoria electoral que, o bien le impida gobernar por la suma de las derechas, o por la imposibilidad de ponerse de acuerdo con los separatistas que, al fin y a la postre, seguirán persistiendo en sus objetivos. A los socialistas, si la derecha no suma, se les hace cuesta arriba encarar la próxima legislatura con el apoyo, siempre precario, del separatismo.
La carta de Cristina Narbona a Albert Rivera, reprochándole el «cordón sanitario» de su partido al PSOE —es decir: la negativa de Cs a pactar como hace casi tres años una investidura de Sánchez— delata que en el PSOE se manejaba como posible esa tercera opción que consistía en que si la adición de los escaños socialistas con los naranjas daba un resultado mayoritario, se intentaría gobernar por el carril central que marcarían ambos partidos.
La batalla interna en el bloque de las derechas pasa por excluir al presidente Pedro Sánchez de cualquier hipótesis de pacto
La aversión que hoy distancia a Sánchez de Rivera, y a la inversa, parece irreversible y el empeño del catalán por superar al PP, desplaza al terreno de lo improbable un entendimiento entre socialistas y liberales. La batalla interna en el bloque de las derechas pasa por excluir a Sánchez de cualquier hipótesis de pacto.
En estas circunstancias, el líder socialista no puede parar de gobernar electoralmente, desvirtuando el correcto esquema constitucional, porque no respeta las materias reservadas a la ley y las invade con reales decretos leyes que son normas legislativas provisionales que se justifican en «casos de extraordinaria y urgente necesidad» (artículo 86 de la CE) que obviamente no han concurrido en los treinta y dos decretos de esta naturaleza que ha alumbrado su «ochomesino» Gobierno.
Ayer el Consejo de Ministros aprobó tres decretos cuya urgencia solo puede percibirse en uno de ellos (la regulación de las contingencias del Brexit), pero no en el relativo a alquileres ni en el referente a las medidas de igualdad de género (permiso y control de salarios), disposiciones que, si se convalidan, carecen de soporte presupuestario e implican costes que justificarían un diálogo previo con sindicatos y patronal.
La compulsión es muy característica en la forma de gobernar de Sánchez. Ahí está la todavía no ejecutada exhumación de Franco
No basta que las materias reguladas resulten razonables y plausibles. El Gobierno ejerce sus funciones en lucha contra su propio tiempo de duración y de forma expansiva, incurriendo en la compulsión porque, desvirtuando la excepcionalidad de sus facultades legislativas, se instala en la práctica de pesca por arrastre en los caladeros de voto en los que supone que muchos le corresponden: los antiguos electores de Podemos, las mujeres, los jóvenes, los pensionistas… nichos ciudadanos dubitativos que no quiere que se le refugien en la abstención o migren a otras opciones el 28-A.
La compulsión es muy característica en la forma de gobernar de Sánchez. Ahí está la todavía no ejecutada exhumación de Franco o la olvidada reforma constitucional de los aforamientos políticos. Los decretos leyes que ayer aprobó el Consejo de Ministros no están acordados con la oposición y deberán convalidarse en la Diputación Permanente. Sánchez sigue creando expectativas en cuestiones sensibles.
Es muy cuestionable que el Consejo de Ministros siga produciendo decretos leyes, pero lo es aún más que se descoyunte el reparto de poderes
Que los viernes sean «sociales» o «electorales» —y Pablo Casado considera que son electoralistas y está dispuesto a hacerlo valer ante la Junta Electoral Central— resulta mucho menos importante que el desprecio gubernamental a las limitaciones que conlleva la división de poderes.
El Tribunal Constitucional ha sido muy amplio en su doctrina sobre la posibilidad de que los gobiernos utilicen la legislación de urgencia. Pero el caso del Gobierno de Pedro Sánchez se ha convertido en tan excesivo, expansivo y compulsivo, que merecería una reflexión crítica por la propia izquierda intelectual y mediática que le apoya.
Es muy cuestionable que en estas fechas de «tiempo basura» gubernamental, el Consejo de Ministros siga produciendo decretos leyes, pero lo es aún mucho más que —al margen del electoralismo que pueda conllevar y al que se rinden los gobiernos de todo signo— se descoyunte el sistema de reparto de poderes.
Por lo demás, ¿qué ocurrirá si, como es muy posible, los «viernes sociales/electorales» encallan en la Diputación Permanente e Isabel Celaá tiene que salir a balbucear explicaciones sobre el enésimo fiasco, fruto de la compulsión de Sánchez y Calvo? Al Gobierno se le podría aplicar el dicho popular según el cual «aún no ensillamos y ya cabalgamos».