Ignacio Camacho-ABC
- El constitucionalismo español necesita un ‘presidente en la sombra’, un liderazgo que ofrezca certidumbres sólidas
El Partido Popular es el claro favorito para ganar las próximas elecciones generales. Por pura matemática electoral y sin entrar en otras consideraciones, el ya casi irreversible desplome de Ciudadanos multiplica sus posibilidades; basta con que recoja dos tercios de esos votantes para que la Ley D’Hont, que hasta ahora penalizaba a una derecha dividida en tres partes, se le vuelva favorable y el primer puesto en el podio no se le escape. Sin embargo, esto no significa que esté en condiciones de desalojar del poder a un Sánchez dispuesto a combatir su palmario desgaste aferrado a la continuidad de la alianza Frankenstein. Toda la actual estrategia del presidente, desde los indultos a la nueva negociación con el separatismo, está
orientada a profundizar y consolidar sus pactos para poder reeditarlos dentro de dos años. Quien aspire a derrotar a ese bloque necesitará 176 diputados, ni uno menos, y Casado sólo puede contar con los de Vox, y muy eventualmente con los escombros de Cs, como posible respaldo.
Así las cosas, el resto de la legislatura va a girar sobre el eje político del enfrentamiento entre sanchismo y antisanchismo, una contienda que trasciende las fronteras convencionales de los partidos. Vencerá quien sepa aglutinar una mayoría alrededor de uno de los polos de esa dialéctica y hay que tener en cuenta que todos los nacionalismos se alinearán con la izquierda por mero instinto de autodefensa. Pero así como al Gobierno le alcanza con mantener compacto el vigente entramado de socios parlamentarios, el PP está obligado a sumar algo más que el voto de rechazo: ha de captar al menos una porción de ese electorado basculante que, aun reducido a porcentajes minoritarios por la polarización de bandos, puede resultar decisivo para volcar el resultado. Y si no lo consigue atraer, como poco ha de espantar sus dudas y sus miedos para empujarlo a una abstención por desencanto.
Para ello, además de no estorbar a Sánchez cuando se enreda en sus propias mentiras y se equivoca en Cataluña con su proyecto suicida, es menester asentar la credibilidad de la alternativa. Presentar un programa y un equipo capaces de inspirar confianza tanto en el plano económico como en el institucional, en el modelo de sociedad y en su idea de España. A día de hoy Casado no lo tiene; su oposición se basa en arremetidas grandilocuentes, críticas inmediatas, recursos jurídicos y promesas derogatorias improvisadas sobre la marcha. Combatir al sanchismo no consiste sólo en denunciar sus planes sectarios y su gobernanza errática; el constitucionalismo liberal español espera con urgencia histórica un ‘presidente en la sombra’, un liderazgo que tome la iniciativa en el debate, ofrezca certidumbres sólidas y levante la expectativa razonable de enderezar esta deriva calamitosa. Sin esa condición, la presentida victoria se puede quedar irremisiblemente corta.