Juan Carlos Girauta-ABC

  • No es imposible que el cesarismo, servido con una guarnición de bonapartismo, advenga en la etapa de madurez del sanchismo

No descarto que el término ‘sanchismo’ perviva décadas, incluso siglos. Se olvidará al hombre que dio pie a su acuñación y acabará designando un accidente de las democracias con representación popular asimétrica. Sanchismo se llamará a la autocracia que sobreviene cuando un partido de gobierno fagocita toda la calderilla política, sin importar su índole, antecedentes u objetivos. Dos rasgos debe presentar esa calderilla: que se proponga liquidar el sistema y la Constitución, y que siente sus reales en el Parlamento por culpa de un deficiente sistema legal de representación democrática: el sistema que prima el voto de los burgos podridos sobre el urbano. Una tara de fábrica que acaba desvirtuando el logro histórico conocido como democracia liberal. Países más madrugadores previenen el accidente estableciendo un umbral electoral. Aquí no tendríamos este problema si se requiriera un 5% del voto nacional para que una formación llegara al Congreso.

Salvando las distancias, peripecia pareja a la que preveo para la palabra ‘sanchismo’ sufrió la voz ‘bonapartismo’, cuya segunda acepción en el DRAE es «Régimen político personal y autoritario que busca aprobación popular mediante plebiscitos que eluden el poder del Parlamento». Salvando aún más las distancias tenemos ‘cesarismo’, cuya única acepción es «Forma de ejercer el poder público que consiste en concentrarlo en una sola persona».

No es imposible que el cesarismo, servido con una guarnición de bonapartismo, advenga en la etapa de madurez del sanchismo. Lo que Sánchez ha planeado para impedir de por vida la alternancia en España sigue verde, a Dios gracias, porque un Estado es un Estado es un Estado, como la rosa de Gertrude Stein. Y si el Estado es muy antiguo, tiene un cuerpo de funcionarios de aquí te espero, y encima pertenece a un club de democracias liberales, salirse de la ley abiertamente no le resulta fácil ni siquiera al gobernante más temerario. Ahí está Puigdemont para dar fe.

Pero lo que hoy está verde acabará madurando si el sanchismo ‘stricto sensu’ se mantiene otra legislatura en el poder. Ahí cederían seguramente las estructuras que mantienen todavía nuestras libertades y derechos -bien que amenazados-, nuestra judicatura independiente -bien que señalada y presionada cuando toca nervio- y nuestro herido imperio de la ley. Por eso acabar con el sanchismo se ha convertido en una prioridad ajena a las querencias ideológicas de cada cual. No hace falta ser de derechas, conservador ni liberal, para darse cuenta de lo que supondrían cuatro años más con un Gobierno dependiente de Bildu y de ERC, por evocar las moneditas más cochambrosas de la calderilla con que Sánchez alcanza mal que mal el precio de su presidencia. Ojalá el PP de Rajoy hubiera cumplido al menos una de las condiciones que tuve el honor y la ingenuidad de firmar para su investidura: un sistema electoral más proporcional.