Échese a la calle a vocear lo de ‘sororidad’ o ‘procrastinar’ y le pasará lo que a Ione Belarra, que le mandarán de vuelta a casa. O lo que a Pedro Sánchez cuando promete 900.000 viviendas y un par de entradas -fila quinta, por favor- en el cine de barrio. Que invocan a Chapote y le hacen cuchufletas.
Como el toro malherido, el líder socialista se encula en tablas. Sánchez, vedado en la calle, se refugia en los platós. Seis debates, seis, le ha propuesto a Feijóo, como quien lanza un reto, con esa actitud de matoncillo de billar, de navajero de arrabal. Otra estrategia errada, otro disparate que espanta el voto. Media docena de pulsos televisivos en prime time es castigo mayor que un par de temporadas de La caza, esa serie de TVE con un Lorenzo oficiando de teniente la UCO, tan expresivo como una fiambrera de brócoli.
Algún encuentro televisivo sí habrá, como admitió Feijóo, acogotado por Alsina, magistral en el arte de colocar lo suyo. Sánchez nunca se lo concedió a Pablo Casado
En las democracias europeas no es costumbre que algún candidato plantee cosa semejante, un cara a ara semanal, un empacho insoportable de insultos y reproches. «En unas elecciones, lo único que importa es quién pone el último cuchillo en la garganta», sentenciaba uno de los gurús de Gerald Ford. Todo lo demás es literatura. Esta ‘excepción ibérica’ del cara a cara ha recibido el desdén del PP, que la ha tachado de extravagancia. La cuchipandi de las ‘yolindas‘ (como llaman a Yolanda Díaz y su equipo porque sus guasap aparecen saturados de ‘linda’ por aquí, ‘linda’ por allá) se han sentido despreciadas y preteridas. «España es más que un debate entre dos hombres». Obsérvese esa sutileza de estropajo de la vicepresidenta comunista. «Basta con escucharle hablar para estar seguro de que peor cosa no puede haber», diría Onetti.
Algún encuentro televisivo sí habrá, como admitió Feijóo, acogotado por Alsina, magistral en el arte de colocar lo suyo. Sánchez nunca se lo concedió a Pablo Casado, que debió conformarse con esas sesiones a cinco tan farragosas como estériles. La última vez que admitió el lance fue contra Rajoy, al que llamó ‘indecente’. A ver ahora qué imaginan los 800 asesores de Moncloa, que ya han calificado al líder del PP de vago, ignorante, incompetente, extremista, sectario, mentiroso, populista, cínico, insolvente, negacionista, egoísta y alguna otra impertinencia propia de una inquietud metafísica o de una educación poco rigurosa.
Por dos motivos decidió Sánchez adelantar las elecciones y convocar para fecha tan inusual como es el corazón del verano: abortar las turbulencias internas y disuadir del animus votandi
Los regüeldos de excentricidad que se emiten ahora con insistencia desde La Moncloa evidencian una agitación histriónica en las pocas neuronas que por allí pacen, un sortilegio de pesadillas como en el cuadro de Füssli, el presentimiento de la derrota. Por dos motivos decidió Sánchez adelantar las elecciones y convocar para fecha tan inusual como es en el corazón del verano. Por atajar las turbulencias internas desatadas tras la hecatombe del 28-M y para enfriar esas ansias de castigo que se expanden sin freno por buena parte de la sociedad española.
Poner las urnas un 23 de julio y en pleno puente de Santiago evidencia una firme voluntad de disuadir el animus votandi. Feijóo lo apuntaba este martes: «El hecho de que miles y miles de españoles tengan dificultades para ejercer su derecho al voto también estará en el debe del sanchismo». Votar por correo en mitad del periodo vacacional implica trastornos personales, laborales, familiares, exigen un esfuerzo y hasta un sacrificio. Casi un millón de personas envió su papeleta por vía postal en los comicios de hace unos días. Ahora puede triplicarse esa cifra, de ahí las protestas de los sindicatos de Correos, las quejas de los ciudadanos y las advertencias de la oposición. «Llegó con un pucherazo y se irá con otro», advirtió certeramente Ayuso durante la campaña. «La propia fecha de las elecciones ya es un pucherazo, porque interrumpe la normalidad democrática del ejercicio al sufragio», apuntaba Paco Vázquez, exalcalde socialista de La Coruña.
Los estrategas del ala oeste dudan entre soltar al doberman o jalear el ‘milagro de los pisos’. Entre el aullido o la gestión. La derecha está movilizada y buena parte de la izquierda rechaza a su candidato.
La izquierda está noqueada y la derecha muestra irrefenables deseos de sepultar definitivamente al sanchismo. Los polítólogos del progreso se deshacen en argumentos para no sucumbir ante el desánimo. Recuerdan el millón de votos que Zapatero rescató de la abstención en 2004. Se olvidan mencionar el atentado de los trenes, factor que decidió la contienda. Los estrategas del ala oeste dudan entre soltar al doberman o jalear el ‘milagro de los pisos’. Entre el aullido o la gestión. Arrancaron con el vídeo del pánico hace unos días. Grave error, el espantajo de la ultraderecha a nadie asusta, el recurso al odio y la destrucción del rival es un sendero ya periclitado. El frentismo guerracivilista produce arcadas.
La otra opción es la ‘vía Calviño’, jalear los éxitos económicos del Ejecutivo, ley de vivienda, salario mínimo, subida de pensiones,…Un remake de la letanía que acaba de patinar en las autonómicas. ¿Qué hacer?, se preguntan como Lenin, sumidos en el mar de la desesperación. «Cambiar de candidato», es la única salida, murmuran las redes socialistas, estremecidas ante el cataclismo que se avecina. Circulan ya apuestas de futuro: ¿Page o Lobato?
Sánchez ignora que se ha convertido en un elemento insoportable para la mayoría de los españoles. Se empeña en el error de convertir las elecciones en un plebiscito personal. Nadie se lo dice. No escucha más consejos de los de su esposa, Begoña, y un Tezanos ahora mortecino. Le tiene pavor a las urnas. Por eso las camufla entre rigores del termómetro, vacaciones estivales, rincones inhóspitos del calendario. No hay más respuesta que llenarlas de papeletas que sepulten el sanchismo.