IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Este Gobierno es una guardia de asalto, un grupo de pretorianos para blindar un mandato de frentismo incendiario

Solía decir Alfredo Relaño que Luis Enrique armaba sus selecciones a base de once ‘luisenriquitos’, futbolistas a su imagen y semejanza capaces de profesarle una lealtad pretoriana. Algo similar hace Sánchez con sus gobiernos, pero multiplicándolos por dos porque eso de la austeridad y la eficacia debe de ser cosa de la derecha retrógrada: veintidós ‘sanchitos’ dispuestos a ir con él a donde haga falta –a Waterloo, mismamente– y si es menester a partirse la cara con quien ose discutir la coherencia de su jefe o la fiabilidad de su palabra. Gente de progresismo luminoso convencida de formar parte de una misión sagrada como es evitar que España vuelva a las cavernas reaccionarias. Y es justo reconocerle al presidente la cualidad de transformar el talante y el estilo de personas de trayectoria sensata como Margarita Robles o Fernando Grande-Marlasca, magistrados de alta cualificación que al pasar a su servicio han aceptado convertirse en peones de una estrategia divisiva, frentista, incendiaria.

El nuevo equipo está diseñado con ese mismo trazo, más acentuado si cabe dado el previsible carácter difícil de este mandato. Un grupo combativo, de partidismo cerrado, presto a batirse con quien sea necesario y a sostener sin escrúpulos ni reparos que lo que ayer era negro hoy es blanco y mañana puede ser gris o pardo. Un escuadrón obediente y bizarro como un pelotón de legionarios que a la voz del capitán lo mismo se lanzan a tomar una colina que a tirarse por un barranco. Más que de un Ejecutivo continuista se trata de una guardia de asalto, un cinturón de confianza, una alineación apta para cumplir cualquier encargo. Un blindaje compacto para defender la Moncloa palmo a palmo con espíritu colectivo, de bloque, y discurso unitario, ya sin el riesgo de que los ministros de Podemos se empeñen en mantener sus propios compromisos programáticos. Hombres y mujeres previsibles, serviciales, bienmandados.

Ninguno de ellos, ni siquiera Óscar Puente –que se ganó el puesto convirtiendo la investidura fallida de Feijóo en una reyerta de cantina–, encarna mejor que Félix Bolaños la impronta sanchista. Su doble responsabilidad (?) en Presidencia y Justicia lo sitúa de facto como ministro de la Amnistía, la clave de una legislatura sometida a las exigencias separatistas. La idea de unir esos dos departamentos ya es de por sí expresiva del concepto de la separación de poderes que rige esta deriva política. Todo un mensaje de respeto a la autonomía judicial, una proclama de rigor constitucionalista. El líder quiere meter mano a los jueces, pasar por encima de sus majaderías de observancia jurídica, y esa encomienda precisa de alguien de probada disciplina. Para qué andarse con pamplinas. Éste no es un Gobierno de conciliación sino de choque y embestida. En vez de carteras, sus miembros deberían recibir en la toma de posesión una lata de gasolina.