ABC-ISABEL SAN SEBASTIÁN
Con investidura o sin ella, nos esperan tiempos turbulentos sabiendo que el enemigo está en casa
EL destino nos hace un guiño elocuente situando la votación para la investidura de Pedro Sánchez precisamente un 25 de julio, festividad de Santiago Apóstol, proclamado patrón y protector de España en un himno atribuido al Beato de Liébana escrito nada menos que a finales del siglo VIII, mal que les pese a quienes discuten la sólida identidad de nuestra Nación, considerándola poco menos que un invento franquista. La fecha tiene su miga, porque pase lo que pase esta tarde (y a la hora de escribir estas líneas, miércoles por la tarde, yo apuesto a que investidura habrá, con el respaldo explícito o tácito de la extrema izquierda y los separatistas), España va a necesitar desesperadamente de la protección y auxilio de su celestial patrón para escapar del trance en el que nos adentramos. De otros peores hemos salido con bien a lo largo de esa extensa Historia, esa es la verdad. Lo que no obsta para subrayar la hercúlea tarea que le aguarda al santo, a quien habremos de ayudar los españoles urgiendo a nuestros políticos a reformar cuanto antes la vigente ley electoral con el fin de hacer posible la configuración de gobiernos independientes de quienes ansían dinamitar nuestro hogar.
En el caso de que fracase la actual ronda de contactos mantenidos, hay que denunciarlo, en el más
ominoso secreto, el candidato podría volver a intentarlo en las próximas semanas o bien tirar la toalla y fiarlo todo a una nueva convocatoria electoral en noviembre, lo que abriría un período de incertidumbre terriblemente negativo para la economía y la creación de empleo, por no mencionar la debilidad nacional e internacional en la que situaría esa prolongada interinidad a un presidente que, de facto, lleva en funciones desde que ocupó la poltrona, desalojando de ella a su ocupante anterior a través de una moción de censura. Claro que, siendo sombrío, ese panorama parece soleado y esperanzador en comparación con el que cabe esperar a tenor de lo sucedido durante el debate celebrado a comienzos de semana. Porque lo que vimos en el Congreso fue a un Sánchez solo, desarbolado, impostando seguridad a base de prepotencia, incapaz de reaccionar a la ofensiva dialéctica hábilmente orquestada por Pablo Iglesias y obsequioso hasta la náusea con los herederos de ETA, cuyo «nihil obstat», conseguido a costa de tanta indignidad, es un respaldo que avergonzaría a cualquier persona provista de conciencia. En otras palabras, a un aspirante de cristal que se sabe vulnerable y estará tentado de buscar el pájaro en mano de un acuerdo con Podemos, apoyado por ERC y Bildu, antes que los ciento volando de una nueva cita con las urnas. El lunes perdió por goleada eso que los cursis llaman «la batalla del relato», como demuestra la velocidad con la que Carmen Calvo llamó a una nueva negociación, aireada después por sus terminales mediáticos como un ultimátum a la formación morada. Antes había constatado que, pese a sus intentos por arrancarles una abstención alternando la súplica con la coacción, tanto el PP como Ciudadanos están decididos a constituirse en oposición leal a la Constitución e implacable con quien quiera traicionarla. Veremos en los próximos días cómo gestiona el coletudo su actuación, hasta cuándo simulan moderación los golpistas catalanes en el empeño de encumbrar a su aliado socialista y cuánto nos cuesta a los españoles el afán de éste por seguir durmiendo en la Moncloa.
Sea como fuere, nos esperan tiempos turbulentos sabiendo que el enemigo está en casa.