José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
- Los populares hicieron honor al lema del evento —»Lo haremos bien»— que despidió a un elegante Casado con una ovación significativa de la reconciliación interna
El PP trata, con el liderazgo de Alberto Núñez Feijóo, de sortear la selección inversa de los dirigentes políticos, es decir, aquella que se vale de los disponibles, aunque no sean ni los mejores ni los más idóneos. El todavía presidente de la Xunta de Galicia ha sido un auténtico ‘primus inter pares’ entre todas las personalidades de relevancia en el partido. La hoja de cálculo que evalúa sus logros y señala sus déficits arroja un saldo positivo como quizás ningún otro en la organización.
Cuando el fundador de Alianza Popular, Manuel Fraga, perdió el poder de la Xunta gallega en 2005, ahí estaba un Núñez Feijóo que, ya con experiencia en Madrid y en Santiago, se hizo cargo del partido, al que devolvió al poder en 2009 con mayoría absoluta (38 escaños de 75); que incrementó en 2012 (41 escaños); que mantuvo en 2016 (41 escaños) y que de nuevo aumentó en 2020 (42 escaños). Con la particularidad de que, en la última confrontación electoral, el PP hundió al Partido Socialista de Galicia en la tercera posición del ‘ranking’ y logró que los morados fuesen extraparlamentarios sin que Vox ni Ciudadanos obtuvieran nunca representación.
Núñez Feijóo es, por lo tanto, un hombre que sabe ganar elecciones, que acostumbra a hacer un minucioso trabajo de campo previo, que asedia y elimina a sus adversarios sin hacer ruido y que se conduce con mano de hierro en guante de terciopelo. Se caracteriza por su capacidad estratégica que suele comportar dosis grandes de paciencia. Por eso configurará un PP interterritorial, no federal, que es coherente con su experiencia política y su concepción de España.
En política, cuando hay galerna partidaria, surge la mística del mesianismo. En esa está ahora el Partido Popular
Es, en correcta descripción, «un adulto» de la política. Por eso, hoy el Congreso extraordinario del PP le aclamará, tras unas primarias simbólicas. No es un tipo apasionante, sino monocorde: la buena política democrática es la aburrida. Ha elegido una ejecutiva experimentada y con mucho cálculo: la secretaría general para Cuca Gamarra es un acierto efectivo y simbólico en un partido con mayoría de electorado masculino; y Elías Bendodo, coordinador general, representa a una generación popular especialmente solvente de acento intencionadamente andaluz. Hay hambre de poder en el PP y sus cuadros creen que con Núñez Feijóo el regreso a la Moncloa es más que posible con los perfiles de dirigentes que le van a acompañar en la dirección.
El gallego no se ha casado con nadie y sus cuatro mayorías absolutas, la fulminación del PSOE en Galicia y el arrinconamiento de Vox y de Cs, infunden respeto general. Ha convertido Galicia en la Baviera española (en la alemana siempre gana y gobierna la CSU) y ha logrado cuajar un galleguismo alternativo al nacionalismo desordenado y ciclotímico del BNG. Buen balance.
Con su disponibilidad para la aclamación —que no para la confrontación— Núñez Feijóo ha sido el que abrió la puerta para la salida segura de Pablo Casado y activó la maquinaria de la adhesión sobre la de la elección, tal y como siempre pretendió. Nada de confrontaciones. Las crisis internas en los partidos que cursan con virulencia —como la de los populares— no se arreglan con candidaturas enfrentadas, sino con la convergencia unánime sobre un salvador. En política, cuando hay galerna partidaria, surge la mística del mesianismo. En esa está ahora el PP.
Toma las riendas del partido con un Sánchez abrasado, una mayoría parlamentaria precaria, y con un país irritado y expectante
Núñez Feijóo no será un militante solo en la refutación de Sánchez. O, en otras palabras, no cultivará obsesiones y procurará construir más proposiciones. Su ausencia de escaño en el Congreso no impedirá que pilote con seguridad la organización (interesante esa oficina externa que ha creado para su particular asesoramiento), se distancie de Vox, llegue a acuerdos críticos con el Gobierno y enseñe a la derecha cómo se es de derechas (expresión de Íñigo Domínguez) y cómo debe oponerse a la izquierda.
Toma las riendas del partido con un Sánchez abrasado, una mayoría parlamentaria precaria, y con un país irritado y temerosamente expectante (*). Pero el nuevo líder popular se tiene que comportar como técnico en desactivación de explosivos: dejar en el olvido las peleas en su partido; evitar que el Gobierno se radicalice, por sí y por sus socios, y debilitar los elementos reactivos en Vox —que le fortalecen— ofreciendo entre el PSOE y los de Abascal un gran pasillo central para que la sensatez, la moderación y el sentido de Estado se reinstalen en España.
La aclamación hoy de Núñez Feijóo es como las fulminantes canonizaciones eclesiásticas que al grito popular de ‘¡santo súbito!’ llevaron a los altares en tiempo brevísimo a personalidades a las que sus cualidades les connotaban de manera evidente sin necesidad de largas averiguaciones. Así, el gallego se ha convertido sin discusión en el último recurso del PP y, por primera vez desde 2018, en el único político en la organización que puede competir con Pedro Sánchez. Vamos a ver si los pronósticos se cumplen. Ayer, en la primera sesión del Congreso, los populares hicieron honor al lema del evento —»Lo haremos bien»— y la orquesta de discursos —de los barones, de Aznar, de Rajoy y de Casado, que, elegante, anunció su renuncia al escaño y su retirada de la política— sonó afinada dando una sensación cierta de cohesión propia de las organizaciones que aspiran a gobernar.
(*) Según la encuesta de Metroscopia del pasado miércoles sobre la percepción del Gobierno de coalición, el 66% de los consultados consideraba que pasaba «por un mal momento». Esa era la opinión del 60% de sondeados que votaron al PSOE y el 55% de los que votaron a Unidas Podemos. Los que estimaban que la coalición está en «buen momento» sumaban el 18%, y los que optaban por el criterio neutro de un momento «ni bueno ni malo» eran los menos, el 8%. Mayoritariamente, sin embargo, no se percibía la posibilidad de una ruptura entre socialistas y morados. Datos que coinciden con el observatorio electoral de El Confidencial del pasado miércoles.