EL CORREO 04/01/14
KEPA AULESTIA
· Los presos de ETA se empeñan en disimular que ellos son los interesados en recobrar la libertad ante una sociedad más bien indiferente
· La exposición pública de exreclusos y presos puede convertirse en motivo para que los poderes democráticos hagan oídos sordos a sus demandas
El encuentro que hoy celebrarán en Durango los excarcelados tras la sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos sobre la ‘doctrina Parot’ reflejará la distancia a la que el discurso de ETA se encuentra de la realidad que imponen no solo las leyes y sentencias sino el imparable ocaso de la banda como poder fáctico. Ya no hay mucha más ETA que la que representan sus presos y sus ex presos más recientes. Solo quedan unos arsenales que revisten más peligro de accidente que de rebrote violento, y unos cuantos activistas que se arrogan la potestad de censurar a quienes todavía se cobijan bajo su disciplina. Ya no despierta interés alguno el enigma de quién manda en ETA, sencillamente porque no manda nada.
A medida que las siglas prorrogan su existencia se vuelven más insignificantes. Cada día que la banda desactivada pospone el desarme su eventualidad pierde relevancia. A ETA y a la izquierda abertzale se les ha pinchado ya el discurso con el que presentaron el cese definitivo del terrorismo como fruto de su lucha. Ahora les resta simular que siguen combatiendo por los derechos de los presos, por el fin de la dispersión, por su liberación. Sin embargo todo eso estaría más cerca si dejasen de luchar por ello. Si no se dejaran ver.
Es lógico pensar que los presos de ETA son los primeros interesados en recobrar la libertad ahora que todo se acabó. Pero actúan como si fuesen los demás quienes tuvieran que impacientarse a la búsqueda de su excarcelación. De ahí que en su comunicado recurrieran al condicional y al subjuntivo: «Podríamos aceptar que nuestro proceso de vuelta a casa se efectuase utilizando cauces legales … aun cuando ello conllevara la aceptación de nuestra condena». Es cierto que hay miles de vascos que han jaleado a ETA, abrazado la causa de los presos y proclamado su inocencia sin arriesgarse nunca a ser detenidos y encarcelados. Encarnan la mala conciencia que el próximo sábado volverá a revestirse de solidaridad.
Pero el resto de la sociedad se mantiene más bien indiferente hacia su suerte, cuando no esquiva o recelosa. Permisiva si se quiere, pero también incómoda ante apariciones como la que se espera hoy. Muchos dirigentes políticos y titulares de prensa saludaron el último pronunciamiento del EPPK como paso adelante, aun con la apostilla de «insuficiente». Es lo que proyecta la engañosa imagen de que quienes esperan la salida de la cárcel son todos menos los propios presos. Como si estos se hallaran en condiciones de administrar a cuenta gotas su desistimiento; como si fuesen ellos los aptos para hacer concesiones a la sociedad y a las instituciones, y no al revés. Pero un mínimo sentido de la realidad debería llevar a los presos de ETA a recordar que el resto de la gente está en la calle, al igual que los protagonistas de hoy en Durango. Debería llevarlos a tener en cuenta que cuanto más tarde pongan en marcha el reloj de la reinserción individualizada durante más «tiempo prudencial» –por utilizar sus propios términos– continuarán en primer grado y en la cárcel.
La otra parte de la realidad que los restos de ETA se esfuerzan en eludir se refiere al juego de compensaciones en las que se mueve la «generosidad» a la que el lehendakari Urkullu se refirió en su discurso de fin de año. La izquierda abertzale albergó durante mucho tiempo la expectativa de que Estrasburgo echaría abajo la ‘doctrina Parot’ como el jalón definitivo tras el que el Estado se vería obligado a atender todas sus reclamaciones en la materia. Pero donde quienes deseaban convertir la derrota de ETA en victoria para la izquierda abertzale quisieron ver una oportunidad para reemprender la escalada, las instituciones se sintieron magnánimas, y amplísimos sectores de la sociedad percibieron la anulación judicial de la ‘doctrina Parot’ no tanto como un acto de justicia sino como una muestra de generosidad democrática. Por eso mismo la exposición pública de exreclusos, de presos y de sus reclamaciones, lejos de allanar el camino hacia su libertad, puede convertirse en motivo para que los poderes democráticos hagan oídos sordos a sus demandas. La comparecencia de hoy evocará el historial de cada uno de los reunidos, y su promesa de no volver a emplear «el método utilizado en el pasado para hacer frente a la imposición, represión y vulneración de derechos» se hará especialmente ofensiva. Lo suficiente como para neutralizar su reivindicación.
Es verdad que las elucubraciones sobre el significado de cada palabra de los presos o que los expresos pronuncien hoy genera su propia realidad, en la que reclusos y foros sociales tienden a acomodarse. No es fácil discernir si van por delante o por detrás de ETA. Tampoco se sabe si el mensaje que se les transmite a los encarcelados es que aguanten un poco más para que «no se ponga en cuestión su dignidad política» o, por el contrario, se les pide que faciliten las cosas para aliviar la carga que pesa sobre una izquierda abertzale que consume demasiada energía en algo tan inédito en ella como darse explicaciones a sí misma.
Es imposible certificar que haya habido una renuncia implícita a la amnistía por parte de los etarras presos, lo que condenaría al ridículo a Aralar como única fuerza que la reclama explícitamente. Pero las equívocas respuestas que podríamos recabar entre los protagonistas y las interpretaciones voluntaristas que hallaremos en boca de ‘facilitadores’ e intermediarios seguirán perteneciendo a una retórica que en ningún caso oculta la clamorosa verdad de que eso de ETA se acabó.