Algo que no sepamos

EL CORREO 04/01/14
JAVIER ZARZALEJOS

· Después de que la anulación de la ‘doctrina Parot’ haya puesto en la calle a la ETA que quiso reventar la democracia, ahora es la ETA de la limpieza étnica y la socialización del sufrimiento la que pide turno

Instalados en la creencia de que el problema que nos plantea el final del terrorismo no es cómo preservamos la memoria de las víctimas, sino qué hacemos con los presos que las han causado, no sorprende que el comunicado del sedicente ‘colectivo de presos’ haya tenido una atención mediática y política infinitamente mayor que la valiosa iniciativa de la AVT de rendir homenaje a las víctimas en las localidades vascas donde fueron asesinadas.
De nuevo, la regla se ha cumplido y la trompetería que ha acompañado al documento no se corresponde con la sustancia de este. Su estúpida arrogancia se manifiesta en expresiones del tipo «estamos dispuestos a estudiar y tratar la posibilidad de que el proceso que culmine con nuestra vuelta a casa se efectúe de manera escalonada, mediante compromisos individuales y en un tiempo prudencial». O cuando dicen aceptar la legalidad penitenciaria como si la eficacia de esta dependiera de la anuencia del delincuente. Proposiciones enteramente carentes de contenido con las que los presos de ETA –es decir una parte sustancial de ETA– pretenden ofrecernos lo que no tienen, mientras se niegan a dar al verdadero paso que sí estaría a su alcance. Porque de la voluntad de los presos no depende la legalidad penitenciaria, ni nos importa que la acepten o no, ni podemos acreditarles como mérito a retribuir el que renuncien a lo que nunca va a tener, dicho sea como precisión a algunos titulares que anunciaban como gran noticia que los presos de ETA con esta declaración «renunciaban a la amnistía». No menos hueco es el reconocimiento del daño «multilateral» causado. Es difícil explicar la extraña capacidad hipnótica que este juego de trileros semántico ejerce sobre algunos que no dejan de glosar con muchos signos de admiración semejante contorsión del lenguaje. Porque cuando ETA formula ese reconocimiento lo hace desprovisto de toda connotación valorativa sobre la injusticia del daño que dice reconocer. ¿Cómo no va reconocer el daño causado después de reivindicar públicamente sus asesinatos, añadiendo, tantas veces, detalladas explicaciones sobre lo que había hecho a la víctima acreedora a la condena a muerte dictada por los terroristas? ¿Qué clase de perversa distracción es esa que habla de reconocimiento «sincero» de sufrimiento y daño y al mismo tiempo reivindica lo que llaman «la estrategia» que lo produjo? ¿Qué significa «multilateral» en esta jerga que ya conocemos? ¿Qué valor puede tener eso de renunciar «en lo sucesivo» a una violencia que ya no pueden ejercer dejando intacta la huella de la que sí se ha ejercido hasta la náusea?

Sin la esperanza de que nuevas elaboraciones del buenismo judicial europeo acorte sus condenas, se ha trasladado a los presos la plantilla de Sortu. Si estos recuperaron los beneficios de la legalidad sin condenar ni remotamente uno sólo de los crímenes de ETA, los presos no iban a ser más. Por eso hay que insistir en que esta declaración prolonga en las cárceles el fraude de Sortu en las instituciones: ofrece lo que no tiene y, además, es irrelevante y se niega a hacer lo que sí puede y le es exigible.

Después de que la anulación de la ‘doctrina Parot’ haya puesto en la calle a la ETA que quiso reventar la democracia, ahora es la ETA de la limpieza étnica, la de la socialización del sufrimiento, la que pide turno. Es la ETA que actuó desde ese análisis, tan depurado él, según el cual los políticos del PP y del PSOE se moverían cuando, en vez de asistir a los funerales de otros, fueran ellos los que ocuparan los féretros. Esa obsesión ha deparado algunos verdaderos asesinos en serie, como ‘Txeroki’ y su ralea, que ahora, en la impersonalidad del colectivo de presos, hacen expresiones vacías, fingiendo una inexistente empatía con las víctimas. A diferencia del grupo de los beneficiados por el fallo de Estrasburgo, estos presos ya no pueden aprovecharse de la ingenua lenidad de la legislación penal. Una opinión vigilante, en la que sigue presente el impacto de las recientes excarcelaciones no está para literaturas engañosas. Y además ETA siempre hizo gala de su desprecio a eso de «paz por presos» que durante tanto tiempo se creyó –erróneamente– que era la clave para que el terrorismo acabara.

El lehendakari Urkullu ha pedido ir más allá de lo que considera retórica para valorar la declaración. Se equivoca. Porque eso que con ligereza llama «retórica» es la expresión de la imagen que ETA quiere preservar de sí misma, y porque las palabras importan por lo que significan y por lo que denotan. Durante demasiado tiempo demasiados discursos políticos se han movido en los terrenos semánticos del abertzalismo etarra como para ignorar ahora la retórica de los terroristas.

Sortu, siempre al quite, critica que la declaración de los presos no sea valorada universalmente, es decir, que haya quien no entre al trapo que los presos agitan y manifiesten la notoria insuficiencia del pretendido paso de los presos. Escuchar la quejas victimistas del mundo abertzale porque somos unos insaciables es sencillamente grotesco. Ellos, que son de tan buen conformar, que han buscado destruir el sistema de libertades, y han atacado con toda la violencia de que han sido capaces el autogobierno, pretenden que los demás se contenten con la prosa falaz de esos documentos. No es tan complicado. Se trata de que ETA, los presos, y sus compañías nos digan algo que no sepamos. Lo que sabemos es lo que tuvieron que escuchar las víctimas cuando homenajeaban a los asesinados: «Los nuestros en la calle, los vuestros en el hoyo» ¿He ahí el relato?