Ignacio Camacho-ABC
- Sánchez necesita desesperadamente un triunfo, un acierto, algo con lo que espantar las sombras del fracaso madrileño
Se busca desesperadamente un éxito. Político, económico, social, sanitario, incluso deportivo, que para eso han abierto a última hora algunos estadios. Tras el fracaso rotundo, incontestable, de Madrid, el Gobierno necesita ‘como sea’ vender algo. Por eso Sánchez se ha puesto a anunciar las vacunas que llegan y a arrancarle al calendario las hojas que faltan para alcanzar la inmunidad de grupo o de rebaño. Sólo que si las dosis las compra la Unión Europea y las inyectan las autonomías, el único papel real del Ejecutivo es el de transportista. Da igual; la cuestión es publicitar alguna buena noticia en un momento en que la coalición gubernamental ofrece síntomas de asfixia. Y, desde luego, queda prohibida hasta nueva orden la adopción de medidas de repercusión negativa. Eso afecta a la subida de impuestos, que está decidida pero ha de ser negada al menos como iniciativa de aplicación inmediata, y al marco jurídico posterior al estado de alarma. Después de la catástrofe madrileña no será Moncloa la que ponga trabas al desparrame de los fines de semana. Si la gente quiere terrazas, terrazas; si playa, pues playa. No está el patio para dictar normas antipáticas.
El otro objetivo a corto plazo es un respiro político. Iceta maniobra entre bambalinas para ver si saca algún beneficio -en favor de Illa- de la guerra civil del independentismo. Esquerra se ha puesto tensa en el Congreso pero no cortará el oxígeno. La repetición electoral alejaría el indulto y los resultados no serían muy distintos, aunque con gente tan poco fiable nunca se puede descartar otra ronda de la ruleta rusa en que se ha convertido la escena pública de Cataluña. Así que Redondo, aficionado al ajedrez, ha montado en Andalucía el tablero de una partida simultánea con el alcalde de Sevilla, Juan Espadas, como encargado de dar jaque mate a Susana. La desgastada ex mandataria ha decidido hacerle ‘un Sánchez’ a Sánchez, es decir, combatirlo con las mismas armas que él utilizó para ganarle las primarias: la simpatía del ‘outsider’, el instinto antiaparato de la militancia. A cambio tiene un problema, y es que fuera del poder no dispone de recursos con los que atraer clientela. El presidente quiere su cabeza como ejemplo disuasorio de cualquier tentación de disidencia. Ante la necesidad manifiesta de victorias rápidas se conformará con el refuerzo de su autoridad interna, a la que el descalabro ante Ayuso ha abierto algunas grietas. Si no de confianza, sí de fe en la estrategia.
Su prioridad es ganar tiempo hasta que lleguen los fondos europeos y el ‘efecto Ayuso’ se vaya diluyendo. La salida de Iglesias es su mayor consuelo pero García Page ha advertido con acierto que también se ha quedado sin cortafuegos. Fuera y dentro. Ya no tiene escudos contra el rechazo a su proyecto. Y si ahora no logra conciliar el sueño tendrá que buscar los fantasmas en el espejo.