- «La decisión que va a tomar el Gobierno será una decisión que nos permita transitar de un mal pasado a un futuro mejor» (Pedro Sánchez)
El Gobierno, sus aliados y su campo político-mediático llevan semanas asegurando que los indultos a los golpistas presos contribuirán a la concordia y a encauzar el diálogo. Un diálogo de objetivos tan indeterminados como fácilmente imaginables.
La portavoz del PSC, Alicia Romero, ha apelado a que “España” entienda que “el indulto es necesario”.
El exministro y antiguo líder del partido Joaquín Almunia publicó un artículo en su defensa donde afirma que “la justicia y la legalidad no siempre coinciden”, que el diálogo con los independentistas nunca se ha intentado en serio y que el perdón gubernamental sería beneficioso para acabar con el conflicto.
La vicepresidenta Carmen Calvo ha asegurado que los indultos son inminentes y ha pedido al Partido Popular que “no se enfrente a Cataluña”.
Esta manera de razonar, indistinguible de la postura secesionista, hace aún más reveladora la respuesta de los cargos y militantes del PSOE. Su código ético prohíbe “el indulto de cargos públicos condenados por la comisión de hechos constitutivos de delitos graves” y una parte de la base del partido parece estar organizándose para oponerse legalmente la medida.
¿Hasta dónde va a llegar la rebelión en el partido? ¿Puede el descontento de los afiliados y los cargos medios frenar la aplicación del indulto? ¿Podría dar lugar a un movimiento que hiciera tambalearse el liderazgo de Pedro Sánchez?
El debate crítico jamás ha formado parte de la cultura del PSOE
La respuesta a todo esto es que ni el descontento ni la oposición interna van a llegar a ningún sitio. Porque en realidad no existen.
Las lágrimas son de cocodrilo y los quejidos meros fuegos artificiales. Por decirlo de otra forma, a pesar de los intentos de sus líderes por convencernos de lo contrario, el debate crítico jamás ha formado parte de la cultura del PSOE.
No se trata de que Pedro Sánchez haya laminado los órganos de debate del partido. Esos órganos ya eran meramente formales y nunca han determinado las decisiones políticas del PSOE. No hay un antes y un después de Sánchez.
Simplemente, la crítica y las líneas rojas fundamentadas en una idea de lo que es coherente con su ideario, o incluso con lo que demandarían principios elementales de justicia (la defensa del Estado de derecho, por ejemplo), no forman parte de la cultura del PSOE.
Los barones Emiliano García Page, Javier Lambán y Guillermo Fernández Vara se han pronunciado en público y con contundencia en contra de los indultos.
Un momento. ¿Seguro que lo han hecho? Si de verdad quisieran impedir los indultos, habrían recogido firmas para convocar un congreso del partido que obligara a Pedro Sánchez a abandonar sus pretensiones.
¿Por qué no lo hacen? Por miedo. Porque al día siguiente de la iniciativa se tendrían que enfrentar a una operación orquestada desde Madrid que podría descabalgarlos de sus secretarías generales. De ahí que su oposición consista en una mera gesticulación que intenta salvar los muebles electorales.
Sus protestas no están basadas en principios morales. Tampoco en su desacuerdo con una falacia evidente: la de que el indulto impedirá la venganza del Estado. Considerar vengativa la aplicación de la ley en una democracia implica colocarla en el mismo plano moral que el delito.
No. Sus protestas provienen exclusivamente del temor a perder el poder local en la primera ocasión en que los votantes puedan depositar su furia en forma de papeleta en una urna.
Quizá esto sea lo peor. Invocar los principios para inmediatamente traicionarlos. Los barones, los cuadros medios y los de escalafones inferiores, e incluso los militantes que confían en que algo les caiga en la pedrea de cargos locales, callan porque uno no llega a fin de mes sólo con escrúpulos morales.
No hay líneas rojas infranqueables, sólo intereses
El malestar de los militantes de la Federación Socialista Madrileña con la intervención de la Moncloa no alteró en lo más mínimo la estrategia en la campaña del 4-M.
Los acuerdos con EH Bildu en Navarra y en el Congreso no han dado tampoco lugar a queja alguna. Tampoco la connivencia con unos nacionalistas con los que el candidato Sánchez dijo que nunca pactaría.
Reparemos en esta incoherencia, visible para todos en el partido. Nadie se despeina cuando desde sus filas se califica como fascista a todos los que están en desacuerdo con el Gobierno, sabiendo que los únicos que se comportan como tales son sus socios: los que se sientan con el PSOE en el Consejo de Ministros y, sobre todo, los nacionalistas vascos y catalanes. ¿Dónde está la protesta?
Y podemos retroceder en el tiempo todo lo que queramos. El giro económico de 180 grados de José Luis Rodríguez Zapatero en 2010 hizo elevar la voz a algunos, pero no provocó ni un solo intento serio de variar el curso decidido por el Gobierno. ¿Que hay que cambiar de la noche a la mañana y transformar una oposición generalizada a la entrada en la OTAN en una defensa cerrada de ello? Pues todos a una, compañeros.
La democracia interna en el PSOE es un paripé (algo que, para ser justos, es propio de casi todos los partidos). No hay principios inviolables. No hay líneas rojas infranqueables. Sólo intereses.
En cuanto a los militantes, cargos y cuadros del PSOE, caminan juntos hacia el precipicio. Saben que acabarán estrellándose. Pero ¿qué hace un partido sino seguir al que va delante sin rechistar? Algunos sobrevivirán a la caída, se sacudirán el polvo, y comenzarán las acusaciones y las luchas de poder con la esperanza de alcanzarlo otra vez.
Al fin y al cabo, este despeñarse como destino contra el que aparentemente no se puede luchar es lo que ha ocurrido siempre. En los últimos años del Gobierno de Felipe González, en los estertores del de Rodríguez Zapatero y, ahora, con el sacrificio exigido por Pedro Sánchez.
Pero el resto no tenemos por qué comportarnos como ellos. Debemos evitar caminar hacia el abismo y que nos obliguen a saltar al vacío. Hoy no hay deber ciudadano más importante que plantarnos con firmeza, aunque sea por otro interés concreto, este de impecable factura moral: la defensa de una comunidad política basada en la justicia y en la ley.
*** Francisco Beltrán es Profesor de Política Europea en la Universidad de Toronto, Canadá.