El lehendakari tuvo ayer una reacción que rompía con la inercia de las palabras huecas, de decirle a ETA que ése no es el camino y otros mensajes huecos de perfil plano. Con un discurso inmediato, hizo que se derritiera el hielo al que se refirió en su día Maite Pagazaurtundua cuando recriminó a los gobernantes nacionalistas su corazón imperturbable.
No hay consuelo posible. Pero también el dolor, la indignación y la firmeza se manifiestan de otra manera en las reacciones de nuestros gobernantes. Nadie le podrá devolver a su marido, pero la viuda del inspector Eduardo Puelles, asesinado por ETA, sintió ayer una cercanía institucional que otros familiares de otras víctimas del terrorismo no conocieron hace años.
Dicen quienes han perdido a uno de los suyos en un atentado que no se sienten tan reconfortados en la comprensión del dolor como en el momento en que otra víctima se les acerca para consolarlos. Ayer la familia de Isaías Carrasco visitó a los Puelles en el hospital. Después los de Inaxio Uria. Y la viuda del inspector, mientras se fundía en un emocionado abrazo con Mari Mar Blanco, actual presidenta de la comisión de Derechos Humanos del Parlamento, le pedía entre sollozos: «No me dejéis sola».
Porque conoce bien las sombras de Euskadi y ha visto otras soledades, se aferraba a la necesidad de la protección humana. ETA sigue queriendo parar la Historia. Y ahora que se ha quedado sin representación en el Parlamento vasco y en el europeo, y perseguida policial y judicialmente, necesitaba un golpe de efecto. Y con una víctima cuidadosamente elegida, para enviar un recado al gobierno socialista. Que los terroristas no están tan acabados, como dice el ministro Rubalcaba, y que además son capaces de golpear en el nervio de la lucha antiterrorista.
Porque Eduardo Puelles García pertenecía a la Brigada de Información de Bilbao. ETA quiere detener el paso del tiempo con su anacrónica existencia, pero el avance hacia la libertad parece imparable si los gobernantes actuales están decididos a acabar con la banda. Pasó el turno de la negociación. Todos lo saben. Pasó también el turno de la frialdad, la indiferencia, la equidistancia. Ha habido cambio de Gobierno. Presidido por los socialistas y apoyado por los populares.
Por eso el actual lehendakari (el primero amenazado directamente por ETA) tuvo ayer una reacción al atentado que rompía con la inercia de las palabras huecas, de decirle a ETA que ése no es el camino y otros mensajes huecos de perfil plano. Patxi Lopez fue rápido y contundente. Con un discurso inmediato, cálido en lo humano y firme en lo político, hizo que se derritiera el hielo al que se refirió en su día Maite Pagazaurtundua cuando recriminó a los gobernantes nacionalistas su corazón imperturbable, horas después de que cayera asesinado su hermano Joxeba.
Ayer ni siquiera hacía falta comparar los mensajes del anterior lehendakari con los del actual. Bastaba poner ante el espejo de los contrastes las palabras de Urkullu, actual presidente del PNV, y las de Patxi López. El jelkide: «ETA mata… una persona es una parte de la sociedad y por lo tanto no mata sólo a una persona, sino también en cierto grado a la sociedad». Patxi López: «Ellos (ETA) nos han enseñado el camino del dolor; nosotros les vamos a enseñar el camino de la cárcel».
Y al referirse al inspector asesinado como «uno de los nuestros», no lo estaba encasillando, como se hizo en otras ocasiones, en una familia ideológica determinada, sino que lo estaba definiendo como defensor del Estado de Derecho, de Euskadi y de los vascos. En este caso, decir «uno de los nuestros» significa uno de todos. Ahí también está la diferencia.
Tonia Etxarri, EL CORREO, 20/6/2009