- Los socialistas recelan del apoyo de la derecha y la ultraderecha, pero el plantón de sus aliados implica un trauma impredecible que pone en juego la cabeza de la ministra Llop y que exige la búsqueda de alianzas contra natura
Los vaivenes de la legislatura de Sánchez, en su fascinante naturaleza mercurial, tenían pendiente una alianza con el PP y Vox. Y no porque la haya urdido el patrón socialista, sino porque la reforma de la ley del solo sí es sí ha encontrado en el infierno mayor consenso del que le proponen sus aliados.
Se revuelve Patxi López cuando se le expone la paradoja. Y recela de cualquier alianza implícita con el eje del mal, pero no dispone el PSOE de muchos recursos para evitarla. Otra cuestión es que la hipótesis de un acuerdo contra natura bajo el auspicio de la ultraderecha conmocione la mayoría parlamentaria. Y que la fase de enmiendas a la reforma depare la reconciliación de la izquierda, la ultraizquierda y el soberanismo.
El escenario del armisticio se antoja todavía lejano, remoto. Lo demuestra el enconamiento del debate parlamentario de ayer. Y la beligerancia verbal entre los ministros de cada bando, a medida de una feroz reyerta.
Se explica así mejor el oportunismo y morbosidad con que el PP y Vox han acudido al rescate del presidente del Gobierno. Porque interesa a ambos partidos responsabilizarse de la alarma social y presentarse como la solución al escándalo normativo que premia a los delincuentes sexuales, pero también les conviene señalar el cráter que amenaza a la coalición parlamentaria. Y que predispone el gran divorcio del sanchismo en el umbral de los procesos electorales. Una implosión desproporcionada.
Pedro Sánchez ha logrado durante tres años promover todas las grandes iniciativas legislativas, casi siempre recurriendo a los atajos del decretazo. Estuvo a punto de malograrse la reforma laboral, pero la negligencia del diputado Alberto Casero en la bancada de los populares decidió la buena estrella del líder socialista y sentenció el porvenir de Pablo Casado.
Un año se cumple de aquella catástrofe en el Parlamento. El PP salvaba a Sánchez sin pretenderlo. Lo redimía de su mayor crisis política. Vuelve a hacerlo ahora en el contexto de la reforma del solo sí es sí, aunque esta vez de manera premeditada, astuta y electoralista. Quiere demostrar el PP su sentido de Estado. Sensibilizarse con la consternación de la opinión pública. Y demostrar que las novedades que incorpora la nueva legislación del PSOE provienen de la propuesta que ya habían redactado los populares.
Debe sentirse Sánchez tan contrariado por la hostilidad de sus aliados como por el cariño de sus enemigos. La gran ventaja del jefe de Gobierno consiste en la ausencia de valores o de principios. Nunca se iría a la cama con Iglesias ni llegaría a pactos con Bildu. Jamás fomentaría los indultos ni amañaría el Código Penal a beneficio de los indepes. Eso nos dijo.
Es la perspectiva y la flexibilidad que le permitirían aliarse con la derecha y la ultraderecha, pese al bochorno que le suponga hacerlo. Salvaría la emergencia y conseguiría una nueva victoria parlamentaria, aunque impresiona valorar dónde alcanzarían las consecuencias respecto al porvenir de la legislatura. Porque encallaría en un proyecto nuclear. Y porque los objetivos electorales van a radicalizarse en la campaña que se avecina.
El solo sí es sí se ha convertido en la verdadera moción de censura. Ha adquirido mucha más relevancia la crisis de la coalición de cuanto pueda tenerla la fantasmada de Tamames. De hecho, la delirante propuesta de Abascal tanto ha perjudicado la credibilidad de Vox —si la tuviera— como ha beneficiado a Sánchez y a los populares. El presidente del Gobierno expondría la fortaleza de la coalición gracias a la ultraderecha. Y Núñez Feijóo aprovecharía la astracanada para diferenciarse de su aliado impronunciable.
Ganaría Sánchez la moción sin bajarse del autobús, pero la victoria de la moción es un placebo irrelevante respecto a la fractura que se aloja en la crisis del solo sí es sí. Y no solo por el desplante de los socios al PSOE, sino porque el apoyo del PP y de Vox demostraría a los electores de la izquierda de la izquierda que Sánchez coincide con la derechona en un asunto capital. Y que no existe negociación posible en las ulteriores enmiendas.
El PP y Vox rescatarían a Sánchez para… terminar de hundirlo. Lo sabe el líder socialista. Y recurrirá a toda clase de artimañas para eludir la foto de Colón. No puede retratarse a la vera de los populares y los voxistas, de tal manera que se precipita ahora una negociación cruenta que puede resolverse gracias al apoyo de ERC y a expensas de la beligerancia con que Pablo Iglesias ha ordenado el no es no a Pedro Sánchez.
Las consecuencias pueden amontonarse y desordenarse. Empezando por que el discurso compungido de Pilar Llop ayer en el Parlamento sobrentendía un mea culpa que predispone su decapitación. Impresiona que capitalice la crisis la ministra (de Justicia) que no ha intervenido en la redacción del proyecto, pero Sánchez no hace prisioneros cuando se trata de salvarse a sí mismo y ofrecer a la opinión pública un trofeo de caza mayor.