Del Blog de Santiago González
Ayer se nos moría en Barcelona Juan Marsé, un novelista esencial en la vida de uno. Lo conocí literariamente por partida doble en el mes de marzo de 1974. El día 2 aparecía en los kioskos la revista ‘Por Favor’, en la que colaboraban Manuel Vázquez Montalbán, Jaume Perich, Forges y el propio Marsé. Aquella misma mañana fueron ejecutados mediante el garrote vil el joven anarquista Salvador Puig Antich, y en Tarragona el polaco Heinz Chez, que resultó ser un alemán llamado George Michael Welzel.
Marsé escribía en la página 3 de Por Favor una sección titulada ‘Señoras y señores’ que contenía dos retratos. Lamento no recordar quien era el señor, pero nunca olvidaré que la señora inaugural era Romy Schneider, ni la primera frase del retrato: “Hasta en la cara se le nota que no usa sostén”.
Creo que fue aquel mismo mes de marzo cuando encontré su novela ‘Si te dicen que caí’ en la trastienda de la librería que regentaba en Burgos Paco Granado, padre del que fue en dos ocasiones secretario de Estado de Hacienda Octavio Granado.
La novela estaba aún prohibida en España y la edición que yo encontré había sido publicada en México por Editorial Novaro. Fue una de esas novelas que cambió mi vida, de las que aún recuerdo el primer párrafo, cito de memoria: “Cuenta que al levantar la sábana que cubría el rostro del ahogado revivió en la cenagosa profundidad de pantano de sus ojos abiertos un barrio de solares en ruinas y geranios tronchados, cruzado de punta a punta por silbidos de afilador: el aullido azul de la verdad”. Sarnita acaba de ver el cadáver de su amigo Java, con el que tantos ratos había compartido y a quien tantas ‘aventis’ había contado (relatos de la verdad circundante entreverados de fantasía adolescente.
Si te dicen que caí cuenta el asesinato a finales de los años cuarenta de la prostituta Carmen Broto, a la que retrata como Aurora Nin, la puta roja, y sobre el que volvería años más tarde con ‘Esa puta tan distinguida’. Su vida se entremezcla con las andanzas de los falangistas y la agonía de los anarquistas, reconducidos hacia el delito común y los asaltos a meublés, hasta caer uno tras otro, aquellos “hombres de hierro, forjados en tantas batallas, soñando como niños”.
Volví sobre su bibliografía y leí con aprovechamiento aquella crónica de un tiempo, ‘Encerrados con un solo juguete’, asunto que entendía muy bien un niño como yo, que fue creciendo en un pueblo sin televisión por inconvenientes técnicos. Luego vinieron ‘La oscura historia de la prima Montse’, ‘Últimas tardes con Teresa’, ‘Un día volveré’, ‘Rabos de lagartija’, ‘La muchacha de las bragas de oro’, ‘El amante bilingüe’ y algunos otros. Su muerte ha servido de argumento para que gente como Quim Torra, Ada Colau, Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y otros hayan escrito un tuit, expresión de duelo que recuerda a las dos lágrimas que vertía Nerón en el vaso que le pedía a Tigelino en ‘Quo vadis’: “una lágrima por ti, una lagrima por mí”.