DAVID GISTAU, ABC – 16/08/14
· Ya en Moncloa, el PP nada hizo por aclarar las ramificaciones políticas del Faisán. Al revés. Procuró enterrarlo.
Hubo un largo periodo, cuando gobernaba Zapatero, en que los cronistas parlamentarios sabíamos que el Faisán nos dejaría resuelto un par de párrafos cada miércoles de sesión de control. Como velociraptores spenglerianos empeñados en salvar el honor de la civilización occidental, los diputados populares Gil Lázaro y Cosidó apretaban a Rubalcaba por delante y por detrás para que ahí mismo se desmoronara y confesara la infamia, qué digo, ¡la traición a la patria! de un chivatazo debido a una orden política que desbarató una operación antiterrorista en Irún relacionada con la financiación etarra.
Haber asistido a aquellos debates contribuye a mi estupefacción por la mutación en estadista ejemplar que el PP dispensó a Rubalcaba cuando éste anunció su retirada. Le dijeron estadista ejemplar después de haberlo llamado traidor, golpista, portavoz del GAL, agitador del 11-M y espía orwelliano de todas las intimidades. Sólo les faltó atribuirle la capacidad, que se aprende en el reverso tenebroso, del estrangulamiento telepático.
La indignación del PP por el chivatazo traidor fue remitiendo cuando en el partido comprendieron que iban a ganar las elecciones por la economía. Es decir, cuando Rajoy dejó de fotografiarse con las víctimas del terrorismo en las manifestaciones y empezó a hacerlo con los parados en la cola del INEM. Tanto se apaciguó el ambiente que, cuando Fernández Díaz sustituyó a Rubalcaba en Interior, pudo decir que recibía la cartera de un extraordinario ministro.
Ojalá hubiera tosido en ese instante plumas de Faisán, como el gato Silvestre cuando se traga a Piolín. Ya en Moncloa, y con el anteriormente escandalizado Cosidó colocado como director general de la Policía, el PP nada hizo por aclarar las ramificaciones políticas del Faisán. Al revés. Procuró enterrarlo porque ya no lo necesitaba para hacer oposición y tampoco era cuestión de levantarle las faldas al Estado cuya gestión acababa de serle encomendada. Hasta el concepto de traición a la patria es instrumental. Tampoco la opinión pública insistió demasiado, pues también ella estaba imbuida de economía.
El siguiente paso de la disolución del Faisán emprendida por el PP ha sido este apaño para dar, con sentencia firme, una salida pensionada, que no lo convierta en un juguete roto rencoroso, al policía Ballesteros, que fue el que introdujo en el bar Faisán el teléfono con el que se cometió el chivatazo. En estos casos, no veo necesidad de que la carga de culpa recaiga con excesiva crueldad sobre un funcionario de seguridad obligado a obedecer al que arruina la carrera un político que se va de rositas. Con la excepción de la puerta de la cárcel de Guadalajara, el político que trabaja para Mr. X suele irse de rositas, dejando atrás peones sacrificados. Lo escandaloso –suponiendo que escándalo y Faisán sean términos que aún congenian– es la revelación última de que todos los gritos de «¡Traición!» proferidos por el PP, todos los interrogatorios parlamentarios a los que fue sometido Rubalcaba, fueron un ejercicio de cinismo e hipocresía política como ha habido pocos en la dilatada historia del cinismo y la hipocresía en política.
Nada les importaba salvo ganar las elecciones, y ese regalo se lo hizo la economía: los parados del INEM en los que Rajoy atisbó el atrezo humano de su gloria. De saberlo, cuántos párrafos habríamos dejado de escribir, todos esos miércoles de sesión de control en el que también los cronistas, espero que sin saberlo, fuimos instrumentales.
DAVID GISTAU, ABC – 16/08/14