MANUEL MONTERO-EL CORREO

  • La Iglesia debería aprovechar el caso del párroco de Lemoa para revisar las posiciones de sus sacerdotes sobre el terrorismo
Hace bien la diócesis de Bilbao en pedir perdón por el dolor que las declaraciones del párroco de Lemoa «puedan ocasionar en quienes sufrieron la violencia terrorista», pero el problema no reside sólo en el dolor a las víctimas. Sus palabras revelan planteamientos inadmisibles desde el punto de vista humano, democrático y ético. Alarma que tales nociones perversas cuenten aún con un púlpito. La Iglesia debería aprovechar la ocasión para revisar qué posiciones sobre el terrorismo sostienen sus sacerdotes, para asegurarnos de que no estamos ante un caso aislado.

Se ha acusado a la Iglesia vasca de ambigüedades o de omisiones frente a ETA, pero el párroco de Lemoa no peca de equidistancia. Sus declaraciones reproducen los planteamientos de la izquierda abertzale en su versión más cerril, con exhibición de los postulados afines a ETA, cuya acción, dice, no fue terrorismo sino «respuesta a una represión que se estaba sufriendo». Esto es justificarlo.

Estamos hechos a todo, pero sorprende averiguar que este hombre con responsabilidades espirituales sentía alguna alegría cuando se enteraba del asesinato de guardias civiles en su localidad. Así lo confiesa: «Por una parte te alegras de que, bueno, su merecido se lleve». Por lo que dice, luego le entraba algún dilema moral. No debían de ser abismales los escrúpulos. Su coartada ética: todo era por la represión y porque se vivía «una guerra entre bandos». Sostener esta falacia remite a una ignorancia culpable. De las víctimas mortales relacionadas con el terrorismo, el 92% son atribuibles a ETA en sus distintas versiones. El Estado de Derecho, además, repudió, persiguió y desmanteló la violencia parapolicial. Ignora, o quiere ignorar, que el propósito expreso de ETA fue causar terror para conseguir sus objetivos. Eso no es guerra entre dos bandos.

Sorprende la soberbia con que lanza su doctrina: «todos entendemos que eso es una guerra entre bandos, entre una nación o contra una nación». ¿Todos entendemos? Pues no: esos son los planteamientos de la izquierda abertzale que hoy enaltece el recuerdo del terrorismo.

Estremece que argucias de este tipo hayan estado presentes en la Iglesia durante los años del terror. Al menos en Lemoa el terrorista encontró un sostén religioso y ético. Una moral inmoral.

Con tales criterios, cabe pensar que los feligreses no nacionalistas de Lemoa -donde un 25% no vota nacionalista- le tendrán ‘más miedo que a un nublao’. ‘Que viene el cura’, y saldrán corriendo. O deberían: por lo que se colige, este hombre los verá como el enemigo en su guerra imaginaria entre dos bandos.

Se ha discutido mucho sobre el papel de la Iglesia vasca frente al terrorismo y las conclusiones no son halagüeñas para la institución: alguna vez ha reconocido que no estuvo a la altura. Grano no hace granero y a lo mejor los desvaríos éticos del párroco no son doctrina compartida. Sin embargo, el asunto es gravísimo y la Iglesia debe repudiarlo taxativamente y garantizar que es la excepción que rompe la regla.

Resulta escandaloso: un cargo eclesiástico ha venido sosteniendo un discurso deshumanizado, inmoral, de apoyo al terrorismo, hasta el punto de que se mantiene en sus trece y no tiene reparos en difundirlo. Desde la Iglesia se ha predicado el odio: esa es la realidad, sea un cura o sean ciento. Sorprende que la Iglesia vasca no se haya preocupado por detectar y eliminar estas barbaridades. No parece de recibo que haya avalado a nadie que presente tales taras éticas para ejercer alguna autoridad espiritual o moral. ¿Es un caso único? ¿Hay más?

Tras el comunicado de la diócesis, el cura sectario pide perdón «a las víctimas por si les ha molestado lo dicho» y dice que quiere seguir trabajando «por la paz y la reconciliación», una tarea para la que su discurso de odio le incapacita. No confiesa que tales declaraciones fueran fruto de una ofuscación momentánea, ni repudia las tesis que legitiman el terrorismo. Sólo se disculpa si ha molestado y quizás había creído que sus despropósitos no lo harían.

Sobre sus intenciones reconciliadoras. ¿El sectarismo sirve a la paz? Habla de reconciliación, pero, con sus limitaciones éticas, quizás entienda que la paz consiste en equiparar víctimas y terroristas, con los que muestra una empatía que no expresa con aquellas.

Esta lamentable historia muestra que no va bien la política de asentamiento de la paz. Quizás el problema no está sólo en los confusos mensajes que se difunden en los centros de enseñanza y los medios de comunicación, cuando suelen mezclar violencias de distinto tipo, desde la Guerra Civil hasta aquí. Además, está la supervivencia de conceptos cercanos al terrorismo en sectores refractarios a la convivencia democrática. No sólo hubo ambigüedad, omisiones o mirar hacia otro lado. También quienes bendecían al terrorismo.