Juan Carlos Giraute-ABC
- No mueve las nuevas revoluciones un círculo de poderosos. Las activan millones de usuarios de Instagram
Las revoluciones culturales pueden ser por arriba, por abajo, por el centro o adentro, como en los brindis tabernarios. Por arriba fue la de Mao, con sus millones de muertos, sus torturas, sus hambrunas y hasta su canibalismo.
Típicamente por abajo fue la que desencadenó sin darse cuenta Elvis Presley moviendo el pubis. Por el efecto mariposa, pronto formulado, el primer contoneo en un plató acabó trastornando el arte y la geopolítica, la indumentaria y la natalidad. Sin aquel detonante primigenio, los parisinos no habrían reaccionado a la masacre de Bataclan cantando Imagine.
Las revoluciones culturales que no vienen de arriba ni de abajo son las más fructíferas. Desde la médula espinal del Medioevo, los monasterios, estalló la filosofía. Luego
la cultura se llenó de belleza e ideas arrebatadoras en esa otra revolución cultural que llamamos Renacimiento. La primera flor brotó en algún punto entre el poder y el pueblo: los estadísticos e historiadores florentinos, los peregrinos del jubileo de 1300. Dante conoció el Infierno y los Peruzzi el cálculo financiero. ¿El aleteo de la mariposa? Unos sabios bizantinos que enseñaban griego y latín a mentes hambrientas.
Hoy, una revolución cultural lleva el caos a las ciudades, pero no esperemos gran cosa en lo creativo, que la cultura ya no es lo que era. Tomen la definición que prefieran. Yo escojo aquella según la cual cultura es lo que queda cuando has leído mucho y lo has olvidado todo. Por coherencia, no recuerdo a quién se debe. Quizá a Anatole France. Pero, en realidad, lo que se entiende ahora mismo por cultura es cualquier cosa. O sea, todo. El periodismo contemporáneo considera intelectuales a los actores, los incluye en «el mundo de la cultura» cuando vierten sus opiniones, por lo general políticas o económicas, aunque sean analfabetos funcionales. Pero no nos lamentemos; describamos: cultura es lo que diga la izquierda. De ahí la creencia de que la cultura es de izquierdas.
De ahí también que la revolución cultural de estos días presente los mismos rasgos que su matriz política: obsesión identitaria, atomización de causas, relativismo, necedad literalista, sentimentalismo, reverencia al activista, predisposición a la ofensa, incapacidad de soportar la exposición a argumentos contrarios, existencia de una masa afín necesitada de identificación (aunque solo formal) con cada causita, etc. Es útil pensar en ideas ya elaboradas -sociedad del espectáculo, de la imagen, de la inmediatez- y llevarlas al extremo.
Sintiéndolo por los amigos de las teorías de la conspiración, no mueve las nuevas revoluciones un círculo de poderosos. Las activan millones de usuarios compulsivos de Instagram. Buscarles sentido después del detonante aleatorio -la muerte brutal de Floyd, en este caso- es inútil. Solo hay forma en las revoluciones culturales del «adentro». Adentro del rebaño, tú. Adentro del alma la nada airada.