Luis Ventoso-ABC

  • O como una proeza política se ve empañada por las tentaciones hedonistas

Hoy podemos contemplar su biografía con mirada larga y distanciada, pues tiene 82 años y está apartado de la vida pública. Y vemos el cuadro de un Rey bifronte. Prestó un servicio crucial a España, inolvidable entre 1975 y el golpe de 1981. Pero ha empañado su figura por querencias hedonistas. No resulta tan inesperado verlo ante la Fiscalía del Supremo. Lances discutibles -y una salud renqueante- ya impulsaron en junio de 2014 una operación relevo. Una abdicación resuelta con eficacia elegante por Rubalcaba y Rajoy (entonces España todavía contaba con eso que los grandes países llaman «hombres de Estado»). Seis años después, su propio hijo levantó un segundo cordón. Fue el 16 de marzo. En plena tarde de un

domingo de confinamiento obligatorio, Felipe VI tomó una decisión dolorosa. La ejemplaridad hubo de imponerse a su afecto por su padre, cierto y probado. Así que renunció a su herencia y le retiró su asignación, de 194.000 euros anuales. Además, se cuidó de escribir las únicas palabras que sostienen a una monarquía en el tiempo: «La Corona debe observar una conducta íntegra, honesta y transparente».

La Fiscalía del Supremo «delimitará o descartará la relevancia penal» de los hechos relativos a las comisiones del AVE a La Meca, donde pudo haber delitos fiscales y de blanqueo de capitales que salpicarían a Juan Carlos I. O más claro: dado que el Rey está aforado, el Supremo asume la investigación sobre su papel en la adjudicación del tren Medina-La Meca a un consorcio español. La historia llevaba dando vueltas desde 2015, cuando el comisario Villarejo grabó en Londres a la amiga íntima del Rey, la vidriosa intermediaria alemana Corinna Larssen. Ella habló de propiedades desconocidas de Juan Carlos I y de cuentas en Suiza, nutridas con comisiones saudíes y camufladas con testaferros. En 2018 se archivaron las actuaciones sobre el asunto, porque los hechos investigados databan de 2011, fecha de la adjudicación del AVE, cuando el Rey todavía gozaba de inviolabilidad constitucional. El problema para Juan Carlos I es que también pudo haber delitos en el movimiento del dinero posterior a junio de 2014, cuando su figura ya no es intocable.

Bajo su fachada de jovial vitalismo, el Rey ha tenido una biografía emocionalmente dura. Nació en una familia exiliada. Vivió frías soledades recién llegado a España (y burlas que desdeñaban sus cualidades). Protagoniza una doble tragedia de raigambre shakesperiana: primero tuvo que pugnar con su padre por la Corona y en el crepúsculo de sus días ve cómo su hijo lo aparta para preservarla. En política le agradeceremos siempre su decantación por las libertades y su habilidad para traerlas. Humanamente, las tentaciones bíbilicas más clásicas: el becerro de oro y la concupiscencia. Si burló la ley habrá de responder ante la Justicia. Nada menos. Tampoco nada más. Si hubiese que suprimir las instituciones por los errores de los hombres que las ocupan, no quedaría una. Mal le irá al país si se suma a la causa general contra la monarquía de un populismo de ultraizquierda que necesita derribarla para imponer su sueño totalitario.